Película muy "a la italiana", como he leído por ahí, sobre un pequeño pueblo, el cine local y los personajes que atestan su única sala, ansiosos de sensaciones más que las propias. Bien, mi primer impulso ha sido calificarla con notable, porque sí, me ha parecido una buena obra, de buen ritmo y hábil transmisión emocional, pero conforme avanzaba se iban adivinando los sucesivos acontecimientos (incluso el final, sin querer parecer prepotente, me ha parecido algo obvio).

¿Por qué, entonces, no dejarla con ese 8? Pues por una razón igual de sencilla, pero mucho más importante: la película tiene alma. Y no me refiero con esto al loable hecho de que haga llorar y reír a partes iguales, sino al aroma inolvidable que desprende. Sí, sí, ése que anuncia lo entrañable y tierno de sus personajes, difícil no recordarlos, uno por uno; el mismo aroma que evoca irremisiblemente a su banda sonora perfecta, nota por nota; ése que acompasa tantas bellas imágenes, tan sencillas que calan hondo, una por una... el mismo aroma, en fin, que me acerca a la obra más allá de la butaca y me hace partícipe de un trocito que deja de ser cine, para ser vida. Arte, si quieren. Yo de eso no entiendo...

Así, mi razón me dice 8; y mi corazón le sube ese punto extra que merecen todas aquellas obras capaces de hacerme sentir por un par de horas parte intrínseca de ellas.
Porque, como diría Pascal, "el corazón tiene razones que la razón no entiende".