Las películas de Ford son de grandes empresas, como la guerra. En esta película, Ford aporta como siempre bellísimas imágenes, personajes torturados con el apego clásicos al valor y al deber, el buen humor que no debe faltar entre las amistades y, por supuesto, la historia de amor. Elementos varios que manejó como nadie para volver épica la historia.
La historia es cuestionable desde los puntos que se quiera, el caso es que es efectiva lo justo, las escenas de valor se suceden y por supuesto, funcionan. No hay más que ver al soldado herido saliendo del cobertizo donde llueven las bombas, queriendo seguir a su Compañía y quedando arrodillado sobre el rojo fondo de la puerta. Ese deseo de acudir al frente con los camaradas se repite luego entre los protagonistas y otro oficial; ni más ni menos que el deber sobre todas las cosas.
El complejo de superioridad de los americanos es también una característica muy fuerte, por lo menos en este caso, y Ford lo explota al máximo. Recalca a USA como un país que viene de estar en todas las guerras habidas y en todos los lugares del mundo y lo hace justo situando la acción en Europa, que para qué hablar…
La historia centra a una mujer entre el deseo de dos amigos, dos camaradas que parecen que llevan entre batallas toda la vida y se refieren a China para afirmarlo. Será así. Llegado aquí, un soldado herido, consumido por el dolor, les recrimina que falten héroes y los dos se preguntan si ése es el precio de la gloria, o sea, ser héroes, arriesgar la vida para serlo. La película juega con los sentimientos de los personajes e implica a los del propio espectador.