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Voto de Antonio Morales:
7
Comedia. Fantástico Ramiro y Teófilo son grandes amigos y comparten inquietudes que los unen en sus desventuras. Sus intentos de triunfo artístico fracasan y un día Ramiro, el más descontento, le propone a su amigo que el primero de los dos que muera tiene que ocuparse del otro para guiarle en su vida. (FILMAFFINITY)
26 de mayo de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de su filiación al régimen franquista, filmando “Raza” con guión del dictador y “Franco, ese hombre”, yo no tengo prejuicios para reconocer, que José Luis Sáenz de Heredia es uno de los más importantes directores del cine español, cinéfilo admirador de Lubitsch con un puñado – ver filmografía – de películas estupendas, entre ellas se encuentra “El destino se disculpa”, que se inscribe en el terreno de la comedia fantástica, costumbrista y disparatada, una obra tildada con demasiado ligereza de menor. Basada en una novela del gran Venceslao Fernández Flórez, escritor gallego de gran influencia en el cine de los años cuarenta, junto al cineasta adaptaron el guión y los agudos diálogos, donde resalta la creatividad de sus propuestas, la descripción de los problemas de la gente común y la agilidad reflexiva de la narración.

La película se abre con un plano-secuencia del propio destino personalizado en un adorable anciano, convocando y dirigiéndose al espectador, nos cuenta las desdichas de estos infortunados artistas del teatro: Ramiro (Rafael Durán), un dramaturgo con aires de galán en busca de éxito y Teófilo (Fernando Fernán-Gómez), un desgarbado actor de teatro. Ambos deciden abandonar provincias en busca de futuro en la gran ciudad, un Madrid castizo y de pícaros especuladores y granujas como Rufino Quintana encarnado en la figura del inefable Manolo Morán. Dos grandes e inseparables amigos que hacen un pacto curioso, por si la parca viene a visitarles. Una atinada visión sobre la distancia entre deseo y realidad, de sueños inalcanzables fruto de la fantasía y la ambición.

Con una diáfana y densa puesta en escena por parte del cineasta, su talento notable se extrae de ingeniosas soluciones visuales. En todo ello reside la atractiva factura de la película. Una comedia amable con un regusto fatalista que retrata una España injusta, retrasada, triste y cursi. Una fábula moral en tono agridulce, amable crítica velada dentro de un humor tierno pero desencantado. Los seres humanos acostumbramos a quejarnos del destino, para eludir nuestros errores o como excusa para no admitir nuestra culpabilidad, pues en realidad somos nosotros, para bien y para mal los responsables de nuestros actos.
Antonio Morales
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