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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Un escritor que escribe un libro sobre el antisemitismo decide hacerse pasar por judío. Esta experiencia le será muy útil: nunca había imaginado que fueran tantas las dificultades que tiene que afrontar una persona judía. También le resultará muy instructivo observar cómo reaccionan sus amigos y compañeros de trabajo cuando se enteran de su origen semita. (FILMAFFINITY)
13 de febrero de 2015
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Gentleman´s agreement” o “Pacto de caballeros” que diríamos en español, es el título del film, que se refiere obviamente, a un pacto racista de silencio que no consta en ningún documento, pero que se cumple estrictamente y subyace en una sociedad provinciana y timorata. Un film de notable interés, valiente y arriesgado, en su momento – ampliamente recompensado por la Academia de Hollywood –, que siguiendo las pautas marcadas por Laura Z. Hobson en su novela y con guión de Moss Hart, trata el tema que desgraciadamente, incluso hoy subsiste, y es el antisemitismo, no olvidemos que en 1947, aún no se había creado el estado de Israel y el mundo estaba horrorizado por el exterminio nazi. Es el inicio de la colaboración de Elia Kazan y Darryl F. Zanuck, el magnate de la Fox, fuertemente influenciado por éste último que impone los temas sociales del momento, el antisemitismo y el racismo con “Pinky”, la siguiente película de Kazan.

Con un gran presupuesto y partiendo de una idea sugerente, que permanece viva porque habla de sentimientos encontrados, de incomprensión y de valores morales, el film narra las vicisitudes de un escritor Phillip Green (un excelente Gregory Peck), viudo y con un hijo al que intenta educar con valores nobles de respeto y tolerancia hacia sus semejantes, que se dispone a escribir para una revista neoyorquina una serie de artículos sobre el antisemitismo, haciéndose pasar por hebreo, atravesando esa barrera invisible que todos asumen y nadie denuncia. A partir de entonces, Kazan pone el dedo en la llaga pero trata de “endulzarlo” elegantemente a la vez, con los problemas sentimentales de una relación amorosa con Kathy (estupenda, Dorothy McGuire), sobrina del editor, amortiguando la posible corrosividad de la denuncia social.

El cineasta no recurre a grandes gestos ni a situaciones extremas que reclamen la adhesión del espectador, sino poniendo el dedo sobre las heridas que produce la convivencia cotidiana, esas frecuentes manifestaciones racistas subconscientes, esos repugnantes chistes que no solo no deberían hacer gracia sino que deberían reprobarse, esas miradas que lo expresan todo sin que nadie diga nada en voz alta, esos rechazos en la vida social provocados por reacción a lo que se cree diferente o a lo que no coincide con los intereses del grupo dominante: algo que sigue dándose hoy en todo el mundo apoyándose a veces en bonitos discursos populacheros que si dejan algo claro es que la bestia del fascismo, sigue ahí, agazapada entre nosotros.

Aunque Elia Kazan en 1947 era considerado un gran director teatral, con mucho prestigio, en el terreno del cine rodaba sus primeras películas, concretamente la cuarta, y se mostraba muy interesado por buscar soluciones de puesta en escena menos dependientes de su experiencia teatral, en cierto modo, se trataba de un redescubrimiento personal de ciertas propiedades expresivas del cine. Construyendo planos dinámicos, realizando panorámicas, lentos “travellings” de aproximación a los personajes, aprovechando la profundidad de campo, eludiendo la presunta teatralidad del encuadre fijo y queriendo mostrar el estado de ánimo de sus personajes. “La barrea invisible” fue para Kazan su espaldarazo al mundo del cine que alternaba con sus montajes teatrales, luego fundó junto a otros el “Actor´s Studio” y vino la “caza de brujas” con su delación, pero eso es otra historia.
Antonio Morales
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