Vladimir Arseniev, oficial del ejército del Zar y explorador, en 1906 regresó a Moscú, después de efectuar su primera expedición, con mapas de los desconocidos confines de Siberia. Fue recibido como un héroe, pero su primera reacción fue pedir el reconocimiento para quien él consideraba artífice real de la proeza: un pequeño y noble hombrecillo, de piernas arqueadas y aspecto simiesco, que vivía de la caza, astuto e infatigable, capaz de descifrar con prodigiosa intuición los secretos de la taiga y la tundra; un guía que salvó la vida de Arseniev y de sus hombres en varias ocasiones, descubriendo los caminos del bosque profundo donde los Ussuri, su pueblo, vivía en armonía con la naturaleza. Arseniev escribió las memorias de sus viajes que, aborda la exploración y la etnografía no científica, como un hermoso tributo a la noble amistad y a la madre naturaleza.

En 1910 un oficial ruso, invadido de melancolía, busca en un bosque el lugar donde está enterrado un amigo, pues los árboles que señalaban su ubicación han sido talados, es el avance de la civilización. Seguidamente, mediante un “flash back” dividido en dos partes pasamos a 1902, vemos a ese capitán (Yuri Solomin) al mando de un destacamento de soldados caminar por el bosque siberiano con el fin de hacer un trabajo de topografía. En medio de la noche, los soldados se alarman al oír un ruido: “¡No disparen, soy gente!”. Es Dersu Uzala (Maksim Munzuk), un viejo cazador que es pronto contratado como guía. La amistad entre el capitán y Dersu no se hace esperar, mientras los soldados se burlan del primitivismo del viejo cazador. Dersu les cuenta que el agua y el fuego son “gente fuerte” y el Sol es nuestro padre, el oficial queda admirado y seducido por la generosidad y el sentido de la vida de este solitario cazador.

Mientras que en otras películas Kurosawa opta por la épica y la majestuosidad, aquí se decanta claramente por el humanismo y una armoniosa serenidad, el predominio de planos generales, una puesta en escena sencilla y una desnudez casi total, a pesar de que el rodaje en exteriores abarca casi todo el metraje, se trata de una epopeya intimista, no exenta de emoción, interesada en captar lo esencial de las personas, renunciando a cualquier espectacularidad. Una narrativa limpia que invita a la reflexión en sus bellas imágenes en la que la dualidad, belleza y peligro siempre van unidas. Es en definitiva, la historia de una transformación de la personalidad. El “civilizado” capitán percibe que tiene mucho que aprender del “salvaje” indígena. Ese aprendizaje consiste en admirar la sabiduría para sobrevivir en la taiga y la generosidad con todos sus semejantes.

Dersu revela su astucia para interpretar las huellas que va encontrando, es un modo de subrayar que, bajo la apariencia de un hombrecillo primitivo, hay un sujeto inmensamente sabio en lo que necesita para su mundo. La ancianidad es otro de los aspectos del film. Lejos de cualquier idealización del personaje, el cineasta muestra la decadencia de Dersu, pierde su agudeza visual y se vuelve irascible. Su negativa a permanecer en casa del capitán y su vuelta al bosque como único medio natural de vida, a pesar de sus condiciones físicas. El maestro Kurosawa gracias a la financiación soviética, nos ofrece una impresionante visión de la vida basada en la obra de Arseniev. Una elegía a la amistad, a la aventura de vivir los secretos del bosque, las tradiciones y las creencias de los indígenas de la taiga quedan inmortalizados en esta fascinante película. Pocas veces la naturaleza se mostró con mayor belleza y misterio.