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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Biopic del famoso pintor impresionista Vincent Van Gogh, que retrata su atormentada vida a partir de su obra, que no es más que un reflejo de la ansiedad, la sensación de fracaso y la soledad que lo llevaron, finalmente, a la locura. (FILMAFFINITY)
23 de abril de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta paradójico que el pintor que vivió una vida tan desgraciada, que malvivió gracias a la caridad de su hermano, aquel que sólo vendió un cuadro por 400 francos (El viñedo rojo) en su miserable vida, sea ahora idolatrado y las mejores pinacotecas del mundo se disputen sus cuadros valorados en millones de euros, ¡Qué cruel y caprichoso es el destino! Cuando murió Van Gogh, su hermano Theo organizó una ceremonia de homenaje al artista incomprendido, el pintor Emile Bernard, con quien Van Gogh mantuvo una larga correspondencia y amistad, contaba los detalles del entierro: “En las paredes de la sala en la que el cadáver estaba expuesto, se colgaron sus últimas obras formando como una aureola que manifestaba el estallido del genio. Sobre el ataúd una sencilla sábana blanca con muchas flores, los girasoles que tanto amaba, las dalias amarillas, flores amarillas por todas partes. Era su color favorito, como se sabe, símbolo de la luz que él soñaba en los corazones y en sus lienzos. Muy cerca estaba su caballete, su paleta y sus pinceles”.

Parece lógico que la Metro encargara este digno “biopic” a Vincent Minnelli, mago del color y maestro del melodrama. Si hay una metáfora que atrape la verdad de Minnelli es la del alquimista: la pasión del cineasta en convertir el barro en oro que en muchas ocasiones consiguió. En efecto, la patética vida de Van Gogh (encarnada magistralmente por Kirk Douglas) y sus conflictivas relaciones con Paul Gaoguin (un admirable Anthony Quinn), cuya zona adulta narra Minnelli en este pasional film, oscila entre lo terrible y lo delicado, entre lo mugriento y lo sublime, y la primorosa caligrafía del cineasta se adhiere a las curvas del camino sobre el que discurre invirtiendo curiosamente esas opciones.

Lo duro, lo trágico, lo terrible de Van Gogh, aquella su búsqueda de Dios a través de una loca fiebre por el color absoluto, es mostrado por el cineasta en toda su grandeza mediante el carácter violento y apasionado de su vida y obra, bajo la cegadora luz sureña de la Provenza en Arlés. Aunque en mi opinión, lo mejor se encuentra en la primera parte del film donde Vincent busca sentido a su vida como misionero en una pobre región minera belga, sus problemas con la hipocresía del clero, su iniciación a la pintura como expresión humana, su cohabitación con una pobre prostituta. Y su visita a París, donde descubrirá el color de los pintores impresionistas, Renoir, Pissarro, Monet, Degás, quedando subyugado por la técnica artística.

Su temperamento indomable, su falta de entendimiento con su padre y su cariño profundo por su benefactor, su hermano Theo, gracias a las famosas cartas que éste guardó celosamente ahora podemos conocer lo que pensaba y sentía en su interior el infortunado holandés demente y de pelo rojo, que vivió su corta y dolorosa vida en las postrimerías del siglo XIX. Un film emotivo que alcanza una apasionante altura y conduce a un delicado ejercicio de luminosidad, pues el cineasta (gran amante de la pintura) observa los abismos del pintor desde un deslumbrador dominio del melodrama.
Antonio Morales
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