“Somos tiempo que pasa, somos tiempo que muere”. Benjamín Button, es una persona peculiar, vive al revés que los demás mortales, pero su historia no es muy diferente a la de los demás. La alegría y la tristeza, el amor y la traición, la esperanza y la frustración, la juventud y la decadencia en la vejez. El triunfo al lado del fracaso, y a pesar de todo la vida. Benjamin Button tiene algo que le conecta al Forrest Gump de Tom Hanks, representan historias sorprendentes en búsqueda de una sabiduría imposible. Ante el inevitable destino de todo ser humano, la muerte, no todos logramos una vida más o menos plena, con sentido de la trascendencia y la utilidad. Y el amor, en ésta historia, se constituye en el ancla que permite vislumbrar las posibilidades de la esperanza y la felicidad aunque sean efímeras y pasajeras. Son muchas las ideas sobre el “problema de la vida” que descuellan en la película, si se quiere, tantas y tan profundas, que uno termina abrumado. Qué no daría el ser humano por hacer retroceder las agujas del reloj y evitar tanto error e infortunio por nuestros irreflexivos actos.