Cuando de niña veía “Se ha escrito un crimen”, me entretenía bastante seguir las peripecias de la señorita Fletcher (inspirada en Miss Marple de Agatha Christie), pero con el tiempo me fui dando cuenta de que menuda casualidad que, donde quiera que esa mujer se encontrara, acababa habiendo siempre un fiambre seguro. Vamos, que era un pajarraco de mal agüero y, nada más verla, todo cristo debería salir por patas, dado su historial de muertes en diez metros a la redonda.
Pues lo cierto es que el misterio de Agatha Christie se me hace algo oxidado hoy día. Ya no me cuela. Qué casualidad tan grande que el preeminente detective Hércules Poirot, ampliamente conocido por resolver sonados casos criminales, viaje en un tren y que en ese tren se produzca un asesinato. Más o menos como la señorita Fletcher, pero con bigote y más friki.
Y bueno, la intriga… Está muy pasada. Esos efectos teatrales que en los setenta todavía tenían su cosilla… Hoy día se ven muy caducos. Como muestra, el momento túnel, el tren se oscurece de repente y, cuando vuelve la luz, el interlocutor de Poirot, que estaha tranquilamente sentado a la mesa, se ha largado con viento fresco, como si lo hubieran abducido. Y no porque lo hayan secuestrado, porque el tipo después aparece en su compartimento tan pancho. Yo diría que pecaba de mala educación, al dejar plantado al sabueso, con el que estaba hablando unos momentos antes.
En cuanto a lo demás, pues muy manido, y las meteduras de gamba de algunos de los susodichos son tan evidentes que era muy difícil no darse cuenta de que estaban mintiendo más que hablando. Ah, la Bergman está absolutamente patética, no se la reconoce, para interpretar semejante papel, mejor quedarse en casa. Y los demás, pues no es que aporten mucho, exceptuando algo más a Bacall. Mucho bombo y poco platillo.
Albert Finney se salva. Clava bastante bien al repelentón pero pese a todo interesante detective. Creo que es de lo poco que consigue rescatar este thriller apolillado.