Ha comido mierda, ha dado bandazos como una hoja al viento sin rumbo fijo, veleta sin norte ni horizonte, apurando el presente a lomos de una moto que vuela sin destino, hacia ninguna parte, siempre huyendo de su infancia desangelada, de su juventud árida, de las mujeres a las que ha querido, de los amigos que no ha llegado a tener. Pero un día su infernal carrera se trastoca por completo: se entera de que ha sido padre. Será verdad eso que dicen de que la sangre es más espesa que el agua, porque a Handsome Luke, el motero que rueda al límite porque nada le importa lo bastante para detenerse, ni siquiera Romina, le sale un instinto paternal que no hubiera sospechado poseer. Porque uno puede ser como quiera que sea, que la paternidad puede hacer que un hombre dé un vuelco. Así que Handsome Luke, en el fondo un buen tipo maltratado por la vida, con toda su pinta de chulo de barrio y sus oscuros antecedentes, se transformará en un ser casi nuevo, desconocido para él mismo. Será porque por primera vez en mucho tiempo desea sentirse mejor persona, ser el héroe con el que todos los hijos sueñan, porque hay que ver cómo un trocito de humanidad de apenas unos kilos y carne suave y rosadita es capaz de cambiar el mundo de esa manera.
Y aunque él no se sienta más que pura escoria vagabunda en su mundo en el que nada tiene valor, ese bebé es lo más precioso que ha hecho nunca y lo más bonito que tendrá jamás, así que estará dispuesto a darlo todo por él, a condenarse incluso, si con ello al hijo no le faltará comodidad material. Pero comete el mismo error que tantos cometen. ¿De qué le sirve a un hijo un puñado de dinero, de cosas, si no tendrá a su padre al lado porque pronto estará muerto o encerrado tras las rejas de la cárcel? ¿Para qué querrá el pequeño una cuna nueva si su padre no va a ir cada día a cogerlo en brazos y decirle sin palabras que él es el centro del universo?
Un padre puede estar ausente de muchas maneras. O bien como el de Luke, que no estuvo para verlo crecer. O Luke mismo, que escoge el camino de la autodestrucción para que a Jason no le falte nada, nada excepto una de las cosas más importantes. O Avery Cross, tan absorbido en sus ambiciones profesionales que no ha tenido tiempo para su matrimonio ni para AJ.
Así que esto es una crónica de los padres ausentes y el vacío que dejan, un agujero en el alma que no se puede llenar, ni huyendo en una loca carrera, ni conjurando el olvido en las drogas, ni buscando sucedáneos que no lo van a sustituir. El hijo siempre echará de menos al padre que no estuvo por la circunstancia que fuera, el dolor no se mitigará.
Pero le consolará descubrir que una vez fue el centro de su universo, que aquel hombre al que no llegó a conocer o que conoció lo bastante bien para saber que los padres son sólo seres humanos imperfectos, quiso ser el héroe de sus sueños infantiles.
Ryan Gosling y Bradley Cooper, un dúo de gigantes en este drama en tres actos que nos cuenta que, tras su trasfondo de dura reflexión social y sus apuntes sobre la corrupción policial y política, el padre es aquél que nos ama y que está con nosotros, pero también lo fue el que no está, el que no podemos recordar, pero que nos amó igualmente, y que habría dado todo por vernos crecer.