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Voto de Karlés Llord:
10
Drama Después de una cena en la mansión de los Nóbile, los invitados descubren que, por razones inexplicables, no pueden salir del lugar. Al prolongarse la situación durante varios días, la cortesía en el trato deja paso al más primitivo y brutal instinto de supervivencia. Una parábola sobre la descomposición de una clase social encerrada en sí misma. (FILMAFFINITY)
11 de febrero de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es un mapa de la claustrofobia como ciencia exacta.

El cine, hasta cierto punto, es un arte claustrofóbico, o al menos claustrofílico. Los primeros experimentos cinematográficos mostraban trenes, ilusionismo, cosas moviéndose a toda velocidad de un lado a otro, pero muy pronto el cine reconoció como territorio privilegiado de su 'hacer', la caja negra conocida con el nombre de Cerebro Humano: el depósito de todas las imágenes y de todos los miedos. Esa caja negra quedó amoblada y mapeada, a lo largo de la historia de este joven arte, con unas pocas joyas eternas, películas que se desenvuelven en un recinto cerrado, como Doce hombres sin piedad, las mejores escenas del mejor David Lynch y, sobre todo, El Angel Exterminador, donde dos mil años de cultura cristiana occidental son puestos a prueba en una ágil sucesión de palabras, malentendidos, vueltas de tuerca, miradas, detenciones, terrores.

El mapa de la claustrofobia se despliega en la sucesiva quema de disfraces, que cada uno de los personajes tiene que llevar a cabo ante la presencia del cuchillo rojo del Miedo; disfraces morales, disfraces burgueses, disfraces sociales, familiares, culturales.

Pero más allá de ese miedo, de esa caída de etiquetas banales, se oculta un miedo superior que es el miedo de quien observa: el miedo de la Cámara a ser testigo de algo que nos puede pasar a nosotros mismos, el miedo de Buñuel, al estar descorriendo una punta del velo que cubre dos milenios de civilización occidental, pudiendo pronunciar la primera sílaba, apenas la primera, del Nombre que se oculta detrás de ese miedo en apariencia inocuo.

Por eso hablo del miedo de la Cámara, ese miedo a tener que participar, por fuerza, en un ámbito ajeno a su pureza esencial: el de las decisiones humanas tomadas en los límites de lo humano.
Karlés Llord
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