Este tipo de cintas se las vive más con el corazón que con la razón, ya que tiene algunas situaciones de carácter ingenuas y obviamente muestra ciertas alternativas trazadas en forma levemente torpe.

Pero es un relato macabro y rancio de principio a fin, donde la presencia escénica de dos “monstruos” del terror (Lugosi-Karloff) es primordialmente el éxito de esta cinta de escasos recursos económicos pero de inmensa prodigalidad a la hora de sugerir ambientes malsanos donde la corrupción y la miseria humana se hacen presentes.

La historia es un relato morboso que escarba en la nula ética sobre temas polémicos como es la experimentación con cadáveres obtenidos en forma clandestina.
Así se despliega una narración sobre estudios científicos en el campo de la salud, pero los mismos son ilegales y escabrosos.
Un claro ejercicio psicológico donde el director quiere entremeterse en temáticas inmorales por naturaleza donde se le falta el respeto especialmente a la condición humana bajo el trastornado objetivo de ayudar al progreso médico.

Es una cinta lóbrega en su estética, donde los escenarios oscuros se apoderan de la atención del espectador y ni que hablar de la gran capacidad de generar inquietud del dúo protagónico Lugosi-Karloff, donde no se sacan ventajas y ambos rutilan en una perfecta simbiosis interpretativa.

Una cinta que desarrolla terror que sobresalta porque es realista, porque bien puede ocurrir lo que se cuenta en el relato y ello le hace más repulsivo cuando la analizamos desde la factibilidad de unas situaciones tan malsanas que resultan inaceptables desde lo que dicta la razón y la recta enseñanza.