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España España · Córdoba
Voto de El Libanés:
7
Drama François Vatel es el leal y devoto maestro de ceremonias del arruinado Príncipe de Condé. El aristócrata necesita recuperar el favor del rey Luis XIV (1643-1715) y espera que éste le otorgue el mando de las tropas en una nueva guerra contra Holanda. Por ello, cuando el rey, acompañado de la corte, decide visitar a Condé en su castillo de Chantilly, éste le encarga a Vatel que organice, sin escatimar en gastos, una espectacular recepción ... [+]
21 de agosto de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Algunas personas son demasiado nobles para vivir entre la aristocracia". Roland Joffé se embarca con esta premisa en una de las etapas más resplandecientes de la Monarquía Francesa, una época donde la Corte había encontrado en la Jaula Dorada de Versalles el más dulce de los cautiverios, con una estética barroca más propia de jóvenes dioses que de mortales, girando alrededor de un monarca que cometió la osadía de compararse con el Sol.

No obstante, como ha solido acontecer en la Historia, esta jeunesse dorée escondía la promesa de ocaso y cambio, un parpadeo acomodado antes de los vientos de la Revolución. Durante la visita a uno de sus generales más reputados pero sepultado en el ostracismo de su villa, Luis XIV pondrá en juego la capacidad de su anfitrión para brindarle, o no, la promesa de redención y gloria con el mando supremo para la guerra contra Holanda.

Condé contará para ello con la presencia de un maestro de ceremonias sin igual, Vatal (interpretado por un Gérard Depardieu extrañamente contenido pero conmovedor como el devoto y fiel servidor de su señor, poniendo su corazón en el encargo), quien en el más titánico encargo de su reputada carrera, verá que hay más cosas en juego en el tablero de las vanidades de los cortesanos a los que recibe (destacando un Tim Roth que siempre solventa muy bien hacer de "malo") o el prestigio, quizás su propia alma esté en liza.

El problema de esta producción británica radica en que quizás deba interpretarse más como una pieza teatral que una recreación histórica. Capta mejor los conceptos y el estilo que el rigor, lo cual no tiene por qué ser malo, cuando los dominios de Condé se tornan en un juego de seducción donde nadie está a salvo e incluso una extraña y peculiar dama (Uma Thurman, la mujer por cuyos pies Tarantino suspira), podría pasar de paloma a halcón de la noche a la mañana.

Su ritmo es parsimonioso y las pisadas de protocolo, pero igual que ocurría en Versalles o en cualquier otro lugar tan próximo al soberano absoluto, tras cada trivialidad, se escondía un ascenso o un puñal, la libertad o el agridulce precio del poder... Eso, y algunas sentencias de amor (peligrosamente adulterada esta palabras en ocasiones), justifican la entrada.

Nunca lo sabremos, pero confiemos en que, finalmente el motivo que movió a Vatel a hacer lo que determinó fuera el de la propuesta de Joffé, como diría el maestro René Goscinny, a veces el pescado no está fresco... y algunas personas tienen demasiado corazón para tener sangre azul entre cisnes de hielo derretidos.
El Libanés
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