"Rocky 4" fue hecha en una época muy concreta, con unos Estados Unidos inmersos en el final de la Guerra Fría ante su Némesis URSS. La cinta era tan frenética como digna de un panfleto, con la muerte de un personaje muy carismático de la saga y el bueno de Stallone desafiando a la fría máquina que era Iván Drago, encarnado por un Dolph Lundgren de pocas palabras y amenazadora presencia.

Si el experimento de "Creed" funcionaba, estaba claro que la futurible secuela tocaría estos palos. Steven Caple Junior es el nuevo director, mientras que su ilustre predecesor sigue en la batuta del guión que firma con el propio Stallone. La cuestión no comienza nada mal, dando más humanidad a Drago, algo que el propio Lundgren solicitó para embarcarse en el proyecto.

El film es irregular, alterna momentos muy predecibles con otras cuestiones más ingeniosas. Cierra algún fleco que quedaba de "Rocky Balboa" y respira cariño por sus personajes. Los amantes de la saga estarán perdidos, cautivos de ritmo de Conti y encantados de este Michael B. Jordan como dignísimo heredero del carisma y puesta en escena del mítico Apollo Creed.

Stallone sigue siendo una presencia a considerar en la gran pantalla, con ese potro tierno y de gran corazón. Tessa Thompson tiene talento a raudales para conseguir que su personaje no sea un tópico, prestando voz (nunca mejor dicho) y alma a la compañera del nuevo héroe de la franquicia.

No es una joya del séptimo arte, pero es más que digno que Rocky y su universo lleguen a su octava entrega con ese óptimo estado de salud. Podría ser mejor, aunque olvidamos que mil veces peor. La historia de un huérfano con el espectro de Hamlet de su padre y dos perros callejeros abandonados en una derrota de hace treinta años que sueñan la revancha.