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España España · Madrid
Voto de Servadac:
8
Drama. Romance Una viuda de buena familia inicia un romance con su apuesto jardinero. A pesar de pertenecer a dos mundos completamente diferentes deciden casarse, pero su amor tropieza con el rechazo de los hijos de la mujer y de su círculo social. (FILMAFFINITY)
27 de mayo de 2012
72 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Advertencia previa: aunque las líneas que siguen no contienen, propiamente, spoiler, sí menciono secuencias que desvelan parte de la trama. La visión que ofrezco de ellas es bastante personal y configuran mi interpretación emocional de la película.]

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‘All that Heaven Allows’ (Todo lo que el cielo permite), empieza con un picado en el que vemos la torre del reloj. Hay algo triste e implacable en la combinación de la fijeza del reloj y el color de las hojas del otoño.

Esa observación desde lo alto, tan por encima de los hombres, recuerda al primer capítulo de ‘La regenta’, con Fermín de Pas oteando desde el campanario.

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La primera vez que Cary y Ron entran juntos en la casa del molino, hay a la izquierda una escalera vieja que apunta hacia lo alto.

– ¿Qué hay arriba? –pregunta Cary.
– No lo sé, no he vuelto a subir desde que era niño. Estará sucio y lleno de telarañas.
– No me importa.

Cuando Cary se dispone a subir, un pájaro se echa a volar y ella cae en los brazos de Ron. Es el preludio del primer encuentro de sus labios.

Al terminar la escena, la cámara se queda con el pájaro –una paloma– y con su arrullo concluye la secuencia.

Ese lugar, no visto, tiene para mí el sabor de una promesa de felicidad.

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La segunda vez que aparecen juntos en la casa del molino, se ve una luz pequeña azul en el lugar al que apuntaba la escalera.

– Esas escaleras van hacia el almacén. Allí pienso poner el dormitorio –dice Ron.

Creemos que la promesa ha comenzado a tomar forma. Pero, cuando las escaleras entran de nuevo en cuadro, la luz azul ha desaparecido. La sensación que deja la secuencia es agridulce.

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La tercera vez que aparece por dentro la casa del molino, la cámara se sitúa en el desván; es como si el lugar de la promesa les observara desde arriba, inaccesible.

La secuencia finaliza con un plano de Ron sentado en la escalera y abatido, con los puños en el rostro.

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La cuarta vez que aparece el interior de la casa del molino, Ron yace tumbado en el sofá. La luz azul –el cielo– queda afuera, en el jardín, al otro lado de la inmensa cristalera. Esta vez Ron y Cary no están solos. Las otras presencias resultan agobiantes –reina la oscuridad y los encuadres comprimen el espacio.

Siento que no hay rastro del lugar de la promesa.

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Decía Douglas Sirk, hablando de esta cinta, que, en su opinión, es bien poco lo que el cielo nos permite.

A pesar del aparente happy end, una sutil capa de tristeza impregna la escena que cierra la película. Como una sensación de paraíso no alcanzado, perdido para siempre. La puesta en escena y la configuración exacta de los interiores, son, en Sirk, excepcionales; dan la clave de los personajes retratados. Y, sin embargo, nunca llegamos a ver la habitación (o habría que decir el cielo) de los dos amantes.

En ese no lugar cristaliza la “extraña fascinación de sueños soñados por cámaras y hombres”.

En ese no lugar habita el cine.
Servadac
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