Una retahíla de voces disonantes, tanto a favor como en contra, se alzaron tras el polémico paso de la película por el festival de Cannes. Ni entonces ni en su posterior estreno comercial hubo unanimidad entre la crítica especializada, convirtiéndola así en película de culto, tan amada como detestada. Lo cierto es que Crash contiene los ingredientes suficientes como para provocar reacciones encontradas. De todas maneras, no nos encontramos ante uno de los mejores trabajos del director canadiense (algunos personajes como el de Rosanna Arquette son meras caricaturas, la banda sonora acaba resultando, en algunos pasajes, monótona…), a pesar de lo interesante de su argumento y del conjunto.

La historia comienza cuando James (James Spader) y Helen (Holly Hunter) tienen un accidente de coche en el que ella queda viuda y ambos marcados de por vida. Ya en el hospital conocen a un extraño tipo de nombre Vaughan (Elias Koteas), un hombre de aspecto grotesco (lleno de cicatrices y otras marcas), fascinado por los traumas y los accidentes automovilísticos. Vaughan les sumergirá en una espiral de sexo y violencia, tanto a ellos como a Catherine (Deborah Kara Unger), la mujer de James.

Crash guarda muchas similitudes con otros trabajos de Cronenberg, por ejemplo en su obsesivo afán por mezclar lo carnal (léase lo primigenio) y lo tecnológico, auténtico eje central de esta película, además de tratar cuestiones vitales pero antagonistas como placer y dolor o vida y muerte, mezclándolos sin pudor. Resulta curioso cómo a pesar del carácter sexual de la trama no se haya escogido a actores (a excepción de Deborah Kara Unger) especialmente atractivos (por lo menos no con una belleza convencional o estandarizada) para encabezar el reparto. Todo ello da forma a Crash, una obra enfermiza que no busca empatizar con el espectador pero sí hacerle reaccionar (aunque sea a base de efectismos) gracias a su desalentador discurso.