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Voto de VictorRodrigo:
9
7,0
14.862
Drama
En los años 40, Dalton Trumbo, el guionista mejor pagado de Hollywood y afiliado al partido comunista, disfruta de sus éxitos. Pero entonces comienza la caza de brujas: la Comisión de Actividades Antiamericanas inicia una campaña anticomunista. Trumbo, uno de los llamados "10 de Hollywood", entra en la lista negra por sus ideas políticas y le prohiben trabajar... Biopic del famoso guionista Dalton Trumbo (“Espartaco” o “Vacaciones en ... [+]
23 de marzo de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las épocas siniestras y oscuras se repiten a lo largo de nuestra Edad Contemporánea. El ser humano se ha especializado en ejercer sus peores facultades por todo el mundo. El siglo XX fue una etapa dónde se derramó más sudor, sangre y lágrimas que carcajadas se provocaron. El rastro de dolor es inmenso, multidireccional y aún candente. Decenas de países salpicados, décadas borradas del recuerdo, multitudes manchadas de ollín y rostros desencajados por el sufrimiento. No hubo paz, no hubo descanso. Hilos que movieron continentes, mediocres que aplastaron héroes, millones que compraron almas y humanidades perdidas por un desagüe al que llamaron estabilidad mundial. Al Pacino, actuando como Satanás en The Devil’s Advocate (1997), nos lo recordó: “¿Quíen en su sano juicio podría negar que el siglo XX ha sido mío por completo?”
Estados Unidos de América fue el principal actor de esta película llamada siglo XX. Estuvo, literalmente, en todos los lados, al mismo tiempo. La “norteamericanización” global es un hecho consumado del cual hoy aún recogemos los frutos (bastante podridos, cabría decir) y nos dedicamos a digerirlos sin cuestionarnos absolutamente nada. Un pulpo con millones de tentáculos esparcidos por todo el globo terráqueo. El americano convencido, nacionalista de culto y ferviente devoto de su país, no tenía ningún problema de fronteras yankees para dentro. Pero hubo un tiempo donde la disidencia contra “el valor americano” se hizo insostenible, cruel y feudal. Bienvenidos a la guerra contra el terror. Bienvenidos a la guerra contra los rojos. Bienvenidos a la Guerra Fría.
Cuando Harry S. Truman ocupó el cargo de Presidente tras fallecer Roosevelt, el mundo contuvo la respiración. Los Aliados se disolvían a la vez que terminaba la guerra gracias al viraje supremacista que tomó el gobierno norteamericano: “los rojos son el enemigo”. No abandonarían esta política hasta el último día de Ronald Reagan. Unas cuatro décadas después.
La doctrina imperialista de la administración Truman, comandada por su gabinete y en particular por los tres Secretarios de Estado que tuvo (James Byrnes, George Marshall y Dean Acheson) se caracterizó por una intimidación constante a la URSS y a todo aquello que oliera a “stinky red commie“. Eisenhower le reemplazaría en su cometido en 1953 pero el bueno de Harry comenzó el apocalipsis. Nadie exhime a la Unión Soviética de su particular gestión del problema (a bandazos entre Stalin, Molotov, Krushev y Brezhnev) ni de su acumulación de territorios, recursos y bombas nucleares. Pero nuestra historia se enfoca hacia la injusticia del llamado “vencedor” de las principales guerras del Siglo XX.
El 29 de julio de 1946 se publicó un artículo en The Hollywood Reporter, escrito por su editor por aquel entonces, William Wilkerson. No había pasado ni un año que había terminado la 2a Guerra Mundial, con la capitulación del Japón a bordo del USS Missouri. Wilkerson tituló ese artículo “A Vote for Joe Stalin“. Un juego de palabras mediocramente ingenioso en el que expuso una lista de “supuestos” simpatizantes del comunismo que votarían por Iosef Stalin. Fue un texto escrito con inquina, buscando una señalización (que a día de hoy se sigue haciendo, pregunten en los medios españoles, por ejemplo) y reclamando un linchamiento público. Todos ellos, obviamente, trabajaban para la indústria del cine en Hollywood. Entre ellos estaba el protagonista de nuestra historia: Donald Trumbo.
Este artículo fue el preludio de uno de los períodos más oscuros de la cultura en el mundo occidental. El mezquino y mentiroso senador por Wisconsin, Joseph McCarthy, fue el adalid de la llamada Caza de Brujas, que hacía alusión a aquella persecución religiosa contra las mujeres de la Era Medieval. En el Congreso norteamericano estaba funcionando a toda máquina el Comité de Actividades Antiestadounidenses, estrenado en 1938.Tras ese artículo de Wilkerson, empezaron las citaciones ante el Comité de cineastas, guionistas, directores, músicos… Hollywood estaba en la diana, y a ésta la pintaron, obviamente, de color rojo.
Se les llamó Los Diez de Hollywood. Entre ellos estaba nuestro ya citado Trumbo y nueve más: Alvah Bessie, Herbert Bibeman, Lester Cole, Edward Dymytrik, Ring Lardner Jr, John Howard Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz y Adrian Scott.
Los estudios cinematográficos les dieron la espalda y firmaron un manifiesto (la Declaración de Waldorf) dónde les expulsaban de todos los trabajos que estaban realizando, impidiéndoles volver a ser contratados para siempre. Ningún comunista o simpatizante volvería a trabajar para Hollywood. Así empezó la vergüenza.
Jay Roach llevó a la pantalla la historia de Trumbo y algunos de los Diez en el año 2015. Con la sorpresa de ser el director que nos trajo Austin Powers, Roach esbozó una oda a estos hombres que sufrieron un vapuleo histórico por una nación corrompida por su propia histeria. Bryan Cranston encarna a Trumbo en una actuación que le mereció la nominación al Óscar. Está realmente sensacional. Otros actores secundarios también perpetran sustanciales personajes, como Helen Mirren o mi adorado John Goodman. La primera encarna a Hedda Hopper, una actriz y columnista cinematográfica que formaba parte de esta jauria de buitres supremacistas de Hollywood. Se dedicó a vapulear a Trumbo y todo aquello que se acercara al color rojo. El segundo encarna a Frank King, un productor que dio cobijo a Trumbo para que escribiera auténtico cine de clase B con pseudónimos.
Dos nombres propios se colaron en mi retina, al lado del de Cranston, ante mi fascinación por sus actuaciones: Michael Stuhlbarg (cómo Edward G. Robinson) y Dean O’Gorman (cómo Kirk Douglas). El bonus track fue la caracterización de Otto Preminger, por parte de Christian Berkel, captando esa aura alemana aunque daba la sensación de ser más una sátira que una imitación. Aún así, las dos mujeres de la família Trumbo, son destacables al por mayor.
Estados Unidos de América fue el principal actor de esta película llamada siglo XX. Estuvo, literalmente, en todos los lados, al mismo tiempo. La “norteamericanización” global es un hecho consumado del cual hoy aún recogemos los frutos (bastante podridos, cabría decir) y nos dedicamos a digerirlos sin cuestionarnos absolutamente nada. Un pulpo con millones de tentáculos esparcidos por todo el globo terráqueo. El americano convencido, nacionalista de culto y ferviente devoto de su país, no tenía ningún problema de fronteras yankees para dentro. Pero hubo un tiempo donde la disidencia contra “el valor americano” se hizo insostenible, cruel y feudal. Bienvenidos a la guerra contra el terror. Bienvenidos a la guerra contra los rojos. Bienvenidos a la Guerra Fría.
Cuando Harry S. Truman ocupó el cargo de Presidente tras fallecer Roosevelt, el mundo contuvo la respiración. Los Aliados se disolvían a la vez que terminaba la guerra gracias al viraje supremacista que tomó el gobierno norteamericano: “los rojos son el enemigo”. No abandonarían esta política hasta el último día de Ronald Reagan. Unas cuatro décadas después.
La doctrina imperialista de la administración Truman, comandada por su gabinete y en particular por los tres Secretarios de Estado que tuvo (James Byrnes, George Marshall y Dean Acheson) se caracterizó por una intimidación constante a la URSS y a todo aquello que oliera a “stinky red commie“. Eisenhower le reemplazaría en su cometido en 1953 pero el bueno de Harry comenzó el apocalipsis. Nadie exhime a la Unión Soviética de su particular gestión del problema (a bandazos entre Stalin, Molotov, Krushev y Brezhnev) ni de su acumulación de territorios, recursos y bombas nucleares. Pero nuestra historia se enfoca hacia la injusticia del llamado “vencedor” de las principales guerras del Siglo XX.
El 29 de julio de 1946 se publicó un artículo en The Hollywood Reporter, escrito por su editor por aquel entonces, William Wilkerson. No había pasado ni un año que había terminado la 2a Guerra Mundial, con la capitulación del Japón a bordo del USS Missouri. Wilkerson tituló ese artículo “A Vote for Joe Stalin“. Un juego de palabras mediocramente ingenioso en el que expuso una lista de “supuestos” simpatizantes del comunismo que votarían por Iosef Stalin. Fue un texto escrito con inquina, buscando una señalización (que a día de hoy se sigue haciendo, pregunten en los medios españoles, por ejemplo) y reclamando un linchamiento público. Todos ellos, obviamente, trabajaban para la indústria del cine en Hollywood. Entre ellos estaba el protagonista de nuestra historia: Donald Trumbo.
Este artículo fue el preludio de uno de los períodos más oscuros de la cultura en el mundo occidental. El mezquino y mentiroso senador por Wisconsin, Joseph McCarthy, fue el adalid de la llamada Caza de Brujas, que hacía alusión a aquella persecución religiosa contra las mujeres de la Era Medieval. En el Congreso norteamericano estaba funcionando a toda máquina el Comité de Actividades Antiestadounidenses, estrenado en 1938.Tras ese artículo de Wilkerson, empezaron las citaciones ante el Comité de cineastas, guionistas, directores, músicos… Hollywood estaba en la diana, y a ésta la pintaron, obviamente, de color rojo.
Se les llamó Los Diez de Hollywood. Entre ellos estaba nuestro ya citado Trumbo y nueve más: Alvah Bessie, Herbert Bibeman, Lester Cole, Edward Dymytrik, Ring Lardner Jr, John Howard Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz y Adrian Scott.
Los estudios cinematográficos les dieron la espalda y firmaron un manifiesto (la Declaración de Waldorf) dónde les expulsaban de todos los trabajos que estaban realizando, impidiéndoles volver a ser contratados para siempre. Ningún comunista o simpatizante volvería a trabajar para Hollywood. Así empezó la vergüenza.
Jay Roach llevó a la pantalla la historia de Trumbo y algunos de los Diez en el año 2015. Con la sorpresa de ser el director que nos trajo Austin Powers, Roach esbozó una oda a estos hombres que sufrieron un vapuleo histórico por una nación corrompida por su propia histeria. Bryan Cranston encarna a Trumbo en una actuación que le mereció la nominación al Óscar. Está realmente sensacional. Otros actores secundarios también perpetran sustanciales personajes, como Helen Mirren o mi adorado John Goodman. La primera encarna a Hedda Hopper, una actriz y columnista cinematográfica que formaba parte de esta jauria de buitres supremacistas de Hollywood. Se dedicó a vapulear a Trumbo y todo aquello que se acercara al color rojo. El segundo encarna a Frank King, un productor que dio cobijo a Trumbo para que escribiera auténtico cine de clase B con pseudónimos.
Dos nombres propios se colaron en mi retina, al lado del de Cranston, ante mi fascinación por sus actuaciones: Michael Stuhlbarg (cómo Edward G. Robinson) y Dean O’Gorman (cómo Kirk Douglas). El bonus track fue la caracterización de Otto Preminger, por parte de Christian Berkel, captando esa aura alemana aunque daba la sensación de ser más una sátira que una imitación. Aún así, las dos mujeres de la família Trumbo, son destacables al por mayor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Las dos grandes mujeres de la película, Diane Lean (su esposa, Cleo) y Elle Fanning (Niki, su hija mayor) escenifican una lucha feminista escondida de forma implícita en el guión. Siguieron luchando, fueron las bigas que mantuvieron unida la família y encima sacaron adelante al viejo Donald cuando salió de la cárcel. Mujeres fuertes en guiones impresionantes. Hollywood, acostúmbrate para siempre y desde siempre.
El film arroja luz y otra perspectiva al “red problem” que tuvo Estados Unidos desde finales de los 40 hasta la caída del Muro de Berlín. El montaje del film es excelente, mezclando grabaciones en blanco y negro que simulan películas de la época con los momentos “reales”.
Roach nos muestra un Trumbo fuerte en su convicción ante la histeria ante Hollywood pero lleno de contradicciones clamorosas. Le recuerdan: “¿Cómo puedes hablar sobre ideales comunistas teniendo una piscina en el jardín?“. No por el mero hecho de acumular bienes (argumento muy usado por orangutanes que dícense ser analistas políticos) sinó por el explícito capitalismo del mundo cinematográfico de Los Angeles, más aún en una época dónde los asalariados del gremio no podían ni sindicarse. Trumbo hizo fortuna a su costa y es algo que el film pone de manifiesto y debe destacarse, a pesar de que se le pinta como un mártir en el cuadro completo de la película.
Trumbo amaba a su país y su gobierno. Debatible si se merecían su amor o su respeto. Pero su declaración escenifica perfectamente una frustración, un temor y una perplejidad. ¿Cómo ese país al que ama, se atreve a exigirle y reclamarle que destruya sus propias libertades en pos de una cruzada sectaria? Dice: “no se puede poner punto y final dándoles algo que no pueden pedir.”En 1956 terminó la vóragine psicópata de ese paupérrimo y acomplejado senador por Wisconsin. El Comité de Actividades Antiestadounidenses duró hasta 1975, año en el que se le cambió el nombre. Una carroña de congresistas, senadores y demás personalidades políticas poderosas (podríamos llamarles los PPP) se convirtieron en buitres, hienas y serpientes contra una supuesta invasión comunista de su “forma de vida american”. Estos grupúsculos casi fascistas y supremacistas norteamericanos consideraban que los soviéticos envidiaban el jardín del Edén de los States. El escritor John Gunther lo sentenció en una frase: “Toda una generación de norteamericanos llevaba años creyendo que los soviéticos casi ni sabían conducir un tractor“.
Trumbo es solo un nombre en una lista y una caza manchadas de sangre en aras de la libertad demócrata neoliberal norteamericana. Durante cuatro décadas, las élites de Washington persiguieron, aterrorizaron y desmembraron las vidas de sus conciudadanos. Una práctica habitual en toda su política exterior pero con el irónico mensaje vendido de fronteras para dentro, que se trataba de proteger los intereses de los norteamericanos. Una sarta de mentiras, como se ha ido demostrando.
Fue un ataque a la inteligencia. Al progreso, no por el progreso, sinó por el avance humano. Fue una banda de lobos enfermiza agarrada a unos valores tradicionales de un mundo decadente, privilegiado y supremo. Una peste negre camuflada en un temor rojo inexistente. Una histeria provocada por la radiación atómica que propagaron por el mundo. Unas élites políticas descerebradas que podían haber consumido el mundo en llamas desde el sillón de su villa.
Los sacrificios de esos Diez de Hollywood no fueron en vano. Los caídos, marginados y asesinados de la Caza de Brujas no serán olvidados. Éste es el ejemplo, mediante una súblime película, de cómo no solo Estados Unidos propagó el terror más allá de sus fronteras. Los de dentro no estuvieron a salvo ni un sólo segundo.
El cobarde solo propaga su propio temor. Los valientes son los que combaten a estos cobardes, aún temiéndoles.
El film arroja luz y otra perspectiva al “red problem” que tuvo Estados Unidos desde finales de los 40 hasta la caída del Muro de Berlín. El montaje del film es excelente, mezclando grabaciones en blanco y negro que simulan películas de la época con los momentos “reales”.
Roach nos muestra un Trumbo fuerte en su convicción ante la histeria ante Hollywood pero lleno de contradicciones clamorosas. Le recuerdan: “¿Cómo puedes hablar sobre ideales comunistas teniendo una piscina en el jardín?“. No por el mero hecho de acumular bienes (argumento muy usado por orangutanes que dícense ser analistas políticos) sinó por el explícito capitalismo del mundo cinematográfico de Los Angeles, más aún en una época dónde los asalariados del gremio no podían ni sindicarse. Trumbo hizo fortuna a su costa y es algo que el film pone de manifiesto y debe destacarse, a pesar de que se le pinta como un mártir en el cuadro completo de la película.
Trumbo amaba a su país y su gobierno. Debatible si se merecían su amor o su respeto. Pero su declaración escenifica perfectamente una frustración, un temor y una perplejidad. ¿Cómo ese país al que ama, se atreve a exigirle y reclamarle que destruya sus propias libertades en pos de una cruzada sectaria? Dice: “no se puede poner punto y final dándoles algo que no pueden pedir.”En 1956 terminó la vóragine psicópata de ese paupérrimo y acomplejado senador por Wisconsin. El Comité de Actividades Antiestadounidenses duró hasta 1975, año en el que se le cambió el nombre. Una carroña de congresistas, senadores y demás personalidades políticas poderosas (podríamos llamarles los PPP) se convirtieron en buitres, hienas y serpientes contra una supuesta invasión comunista de su “forma de vida american”. Estos grupúsculos casi fascistas y supremacistas norteamericanos consideraban que los soviéticos envidiaban el jardín del Edén de los States. El escritor John Gunther lo sentenció en una frase: “Toda una generación de norteamericanos llevaba años creyendo que los soviéticos casi ni sabían conducir un tractor“.
Trumbo es solo un nombre en una lista y una caza manchadas de sangre en aras de la libertad demócrata neoliberal norteamericana. Durante cuatro décadas, las élites de Washington persiguieron, aterrorizaron y desmembraron las vidas de sus conciudadanos. Una práctica habitual en toda su política exterior pero con el irónico mensaje vendido de fronteras para dentro, que se trataba de proteger los intereses de los norteamericanos. Una sarta de mentiras, como se ha ido demostrando.
Fue un ataque a la inteligencia. Al progreso, no por el progreso, sinó por el avance humano. Fue una banda de lobos enfermiza agarrada a unos valores tradicionales de un mundo decadente, privilegiado y supremo. Una peste negre camuflada en un temor rojo inexistente. Una histeria provocada por la radiación atómica que propagaron por el mundo. Unas élites políticas descerebradas que podían haber consumido el mundo en llamas desde el sillón de su villa.
Los sacrificios de esos Diez de Hollywood no fueron en vano. Los caídos, marginados y asesinados de la Caza de Brujas no serán olvidados. Éste es el ejemplo, mediante una súblime película, de cómo no solo Estados Unidos propagó el terror más allá de sus fronteras. Los de dentro no estuvieron a salvo ni un sólo segundo.
El cobarde solo propaga su propio temor. Los valientes son los que combaten a estos cobardes, aún temiéndoles.