Da la sensación de que al cine le costara avanzar al mismo ritmo que nuestra nueva sociedad tecnológica y virtual. Por eso se agradecen films como Disconnect, capaces de mirar esta realidad directamente a los ojos. La película se centra en los peligros de internet y de la vida 2.0, huyendo de la erótica de las manzanas mordidas y del caché de los smartphones. De hecho, se narran varias historias paralelas en las que las infinitas vías de la comunicación virtual van a ir a parar al más oscuro callejón sin salida.

El engaño, la traición, la prostitución, el robo o el acoso son tan antiguos como el Hombre, pero vistos con la inmediatez y la impunidad que otorga la red de redes, el resultado se amplifica y resulta aún más aterrador.

Si el film no echara mano de unos cuantos efectismos y de otros tantos moralismos, podría haber sido una experiencia cercana a la primera temporada de Black Mirror.