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Voto de kafka:
7
6,4
17.656
Drama
Delft, Holanda, 1665. Griet entra a servir en casa de Johannes Vermeer, el cual, consciente de las dotes de la joven para percibir la luz y el color, irá introduciéndola poco a poco en el mundo de su pintura. Maria Thins, la suegra de Vermeer, al ver que Griet se ha convertido en la musa del pintor, decide no inmiscuirse en su relación con la esperanza de que su yerno pinte más cuadros. Griet se enamora de Vermeer, aunque no está segura ... [+]
11 de febrero de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay dos cosas que definen esta película, son dos obviedades: 1) la imponente, absorbente y placentera plasticidad de la misma: se cuenta la historia de un cuadro, "La joven de la perla", pintado por el genio Vermeer en la Holanda de 1665, a partir del rostro inmaculado, perfecto, blanquecino a la par que resplandeciente de la nueva criada, la joven Griet; 2) y de esa joven surge la otra gran revelación de la película: la belleza atemporal, transparente, delicada, triste, melancólica, fascinante de Scarlett Johansson. No había un rostro más adecuado para este papel.
Y así, pese a que "La joven de la perla" pudo ser una obra magnífica que nunca es, se nos descubre, no obstante, un indiscutible y poderoso placer sensorial en la contemplación del film. Toda la película son pequeños cuadros, pequeñas obras maestras del genio Vermeer. Y ahí Eduardo Sena logra una fotografía avasalladora, delicada, puntillosa hasta lo más nimio. Se puede oler, tocar, saborear, sentir su ambientación, su atmósfera, todo lo que vemos. Adolece algo de ritmo y de más progresión narrativa y es una obra dónde el continente arrolla al contenido, pero Webber apuesta a caballo ganador y obtiene lo que busca: una obra memorable en algunos aspectos, un sedoso retrato de la luz de un pintor genial, hecho con ternura y enorme tacto a través de la imagen angelical de la señorita Johansson, hasta en los momentos más terribles.
Y así, pese a que "La joven de la perla" pudo ser una obra magnífica que nunca es, se nos descubre, no obstante, un indiscutible y poderoso placer sensorial en la contemplación del film. Toda la película son pequeños cuadros, pequeñas obras maestras del genio Vermeer. Y ahí Eduardo Sena logra una fotografía avasalladora, delicada, puntillosa hasta lo más nimio. Se puede oler, tocar, saborear, sentir su ambientación, su atmósfera, todo lo que vemos. Adolece algo de ritmo y de más progresión narrativa y es una obra dónde el continente arrolla al contenido, pero Webber apuesta a caballo ganador y obtiene lo que busca: una obra memorable en algunos aspectos, un sedoso retrato de la luz de un pintor genial, hecho con ternura y enorme tacto a través de la imagen angelical de la señorita Johansson, hasta en los momentos más terribles.