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Sólo el fin del mundo

Drama Tras doce años de ausencia, un joven escritor regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia que pronto morirá. Vive entonces un reencuentro con su entorno familiar, una reunión en la que las muestras de cariño son sempiternas discusiones y la manifestación de rencores y reproches. Adaptación de una obra teatral de Jean-Luc Lagarce. (FILMAFFINITY)
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Críticas 56
Críticas ordenadas por utilidad
7 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juste la fin du monde.

En un intento de historia casi apocalíptica en el que Dolan intenta reflejar el caos y los desencuentros de una familia, conflictos pasados y de tiempos perdidos que intentarán ir conmocionando a nuestro protagonista, y con una sinopsis y un brevísimo inicio narrado con voz en off de Gaspar Ulliel que prometen mucho y termina cumpliendo poco; nos sumergimos en un largometraje que poco a poco se va desintegrando así como las relaciones familiares que evocan sus protagonistas.

Flojísima en cuanto a guion, esta película se hace notar en cada momento de la debilidad que tiene su armado previo, como durante su desarrollo y su inconcluso final, haciendo un producto vacío que probablemente se lo pueda tomar como pecador de intelectual en su contenido y que carece de espíritu y de buen funcionamiento volviéndose elemento de características pedantes y pretenciosas.

Me parecieron realmente lindas muy pocas de sus composiciones fotográficas, dejando a la deriva un condimento esencial artísticamente como lo podría ser su buen gusto visual, otro desacierto enorme me pareció su elección de banda sonora, que solo le otorga más inexistencia a su falta de identidad, ante un proyecto que planearía ser un drama bien duro y luego da retazos de melodrama hasta de una especie de comedia negra.

Lo poco que se puede salvar lo hace el formidable elenco con el que cuenta, no descubriremos nada de la excelente gama actoral de Vincent Cassel, Marion Cotillard y Léa Seydoux, en los que le ponen el pecho y el corazón a sus personajes, generando algo con lo poquísimo que tienen a disposición de un guion que los hace titubear y tambalearse constructivamente con lo leve que pueden llegar a lograr.

No es más que el fin del mundo, pero particularmente como espectador, con cada minuto que pasaba si esperaba que sea el fin de este largometraje, sin dudas un paso muy en falso del cineasta Xavier Dolan, proyectando algo que muy escasas veces posee belleza visual y nula ayuda de su componente sonoro, carente de carácter y valentía para trasladar algo en el que la poca luz que tiene se la llevan sus actores, y en lo que solo queda por decir, que si su totalidad hubiese tenido el arrojo de los últimos 15 minutos, hubiese salido a flote, convirtiendo de esta manera, esos últimos minutos mencionados, en un salto al vacío en el que a sabiendas, de que no había colchón abajo igual se lanzó en un intento desesperado.

Calificación: 5.8
Ceferino
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8 de enero de 2017
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Hasta ahora la excentricidad de Dolan había divido al público, pero esta película apenas puede agradar a los fanáticos sin criterio. Parece hecha por un chaval de secundaria con excesivas aspiraciones y no demasiados talentos.
-Una película artificiosa, sofocante y exacerbada; la ingenuidad se apodera de ti esperando que en algún momento llegue alguna recompensa.

A pesar de tener 27 años, Xavier Dolan es uno de los cineastas más considerados del cine actual. Los premios, los excesivos elogios de la crítica o el estatus de culto que ha ido adquiriendo su cine junto a la arrogancia que ha ido desarrollando él. Ahora regresa con su película más ambiciosa, y como siempre hasta el momento, retrata un núcleo familiar frente a unas circunstancias inesperadas. En esta ocasión adapta la obra de teatro homónima de Jean-Luc Lagarce, “Juste la fin du monde”. Es su segunda adaptación teatral tras “Tom à la ferme”. El reparto coral lo componen: Gaspard Ulliel , Léa Seydoux, Nathalie Baye, Vincent Cassel y Marion Cotillard. Con esta película Dolan parece querer ser más Tennessee Williams que nunca, algo en lo que fracasa estrepitosamente.
La vuelta a casa de ese hijo enfermo para reencontrarse con su hostil entorno familiar y demostrarse a si mismo que él escribe su historia, es una de las películas más decepcionantes y pesadas del año. El rencor, los improperios, el calor asfixiante y una puesta en escena subyugada por un constante uso del primer plano con el que aprisiona a sus personajes, con ello no solo elimina cualquier rastro de continuidad en un montaje que es una auténtica cascada, sino que elimina la interacción entre sus personajes/intérpretes; algo terrible. La cinta es todo insultos y excesos (formales, dramáticos, interpretativos) en un intento de que los espectadores pierdan los nervios. Es muy difícil acceder al fondo de esta historia, porque el cineasta hace esfuerzos por sacarte; pero cuando lo consigues eres consciente de que esta es una película contada a base de silencios, de miradas significativas, aunque a menudo no tengan lugar al que llevarte. Aún así, el problema es que la superficie está llena de verborrea e histeria. Y Dolan a falta de cualidades visibles, regresa a sus habituales momentos de subir la música, que funcionan más o menos bien en dos ocasiones, pero resultan feos, innecesarios y efectistas, en las demás. En cuanto al reparto, está totalmente desperdiciado, Cotillard ofrece un registro diferente y funciona bien, Ulliel contrasta por su actuación contenida y el muy sobreactuado Cassel tiene destellos de autenticidad en una actuación muy paródica, como la propia película, que traspasa esa línea en más de una ocasión. Es cierto que Dolan mantiene la teatralidad de este melodrama familiar haciendo variaciones para renovar el género, pero somos los espectadores los que hacemos el esfuerzo. La pasión y la emoción brillan por su ausencia, la excentricidad en esta ocasión, deriva en ruido.
El cineasta sigue siendo un provocador nato aunque aquí está más vanidoso que antes, le han alimentado el ego y éste te acaba vomitando en la cara a falta de nada más que ofrecer. Sin apenas un punto de fuga que nos libere en 95 minutos, al final todos somos ese pájaro moribundo, aunque quizás solo aturdido, listo para volver a su casa, sentarse frente al teclado y otorgarle un merecido suspenso a la película del mismo “enfant terrible”, pero con menos talento o cosas que decir. Dolan consigue crispar al espectador, pero está muy lejos de hacer una buena película.
ALESNAKE
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27 de enero de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
He disfrutado con esta cinta rara pero a la vez interesante. La trama puede pasar hasta en las mejores familias, cuando salen a relucir esos rencores y se echan en cara situaciones que han ido sucediendo durante la vida. Dolan ha conseguido con esas tensiones, esas miradas entre los personajes seducirme y disfrutar de la hora y media que dura el metraje. El elenco de actores esta repleto de figuras del cine francés, donde destaca Marion Cotillard. No se puede contar mucho mas para no fastidiar este irritante pero a la vez fabuloso drama.

Lo mejor: Marion Cotillard
Lo peor: El final
LASO83
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24 de agosto de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía siglos que no escribía una crítica, pero Juste la fin du monde me ha exasperado tanto que no he podido evitar recaer en mi antiguo vicio.
A mí el Dolan de Mommy me gusta bastante, pero que con solo 28 años el chico ande firmando una película por año desde J'ai tué ma mère dice muy poco de su contención creadora y, lo que es peor, de su capacidad de criba. Ni Woody Allen es capaz de evitar algún pestiño aplicando ese método de filmación estajanovista.
El film que nos ocupa es la peor película hasta la fecha del francés. Gente sobreactuada nivel Jack Nicholson modo mal (salvo la Cotillard poniendo la misma cara de boba de siempre) frente a un Gaspar Ulliel con cara de enfermo y ojitos de cordero degollado. Mucha reacción inexplicable, gente de los nervios sin motivo, momentos videocliperos con Dragostei Din Tei de fondo y todo al final para nada. Porque eso es esta peli, una nada absoluta sin dirección que pretende hacerse pasar como una catástrofe personal y-barra-o catarsis griega. Y bueno, algo de catástrofe tiene, pero de catástrofe artística.
¿Lo mejor? Que dura poco (y menos mal, porque aún así se me hizo larga).
Tylercito
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1 de febrero de 2017
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¿Quién no ha tenido alguna vez la impresión, en algún momento de su vida, de no pertenecer a la familia que le ha tocado en gracia, de no tener nada en común con ellos (física, mental o conductualmente) y que, tal vez, por aquellas cosas de la vida, uno haya sido adoptado, secuestrado o algo parecido? Yo reconozco haberlo pensado. Y bajo esa incómoda perspectiva, ¿cómo se supone que debe actuar uno con aquellos con los que está obligado a convivir? ¿Permanecer, quizá, desubicado en ese espacio ajeno a la espera de que el tiempo ponga fin a lo que la rutina ha construido? ¿Trabajar, tal vez, por (re)descubrir a nuestra familia desde el convencimiento o la hipocresía? ¿Huir, acaso, en busca de uno mismo y de nuestro lugar en el mundo?

No cabe duda que el protagonista de Solo el fin del mundo (Xavier Dolan, 2016) pasó por este aprieto existencial en su juventud y su respuesta fue clara: la huida. Ahora, a sus treinta y cuatro años y tras doce de ausencia, Louis (Gaspard Ulliel) regresa de su autoexilio en una odisea de un solo día al punto de partida para tratar de comunicar ¿a los suyos? que padece una enfermedad terminal, labor que no le resultará nada fácil cuando a lo que se enfrenta este flemático escritor homosexual es a una madre (Nathalie Baye) frívola aunque abnegada, un hermano mayor (Vincent Cassel) resentido y de comportamiento pasivo-agresivo, una hermana adolescente (Léa Seydoux) confundida e indolente con querencia a las drogas y, sobre todos ellos, la figura de un padre ausente del que apenas nadie quiere o puede hablar.

Con esta presentación, resulta evidente que el precoz y polifacético cineasta Xavier Dolan (Yo maté a mi madre, Laurence Anyways o Mommy) ha pergeñado para su sexto largometraje todo un drama familiar para el que, acostumbrado a escribir sus propios textos, ha empleado el libreto de la popular pieza teatral, con mucho de autobiografía, del francés Jean-Luc Lagarce.

En esencia, Dolan respeta la integridad del texto de Lagarce, interesado como parece estar el director canadiense en representar familias disfuncionales con conflicto sexual al fondo. Así, en ambas tramas, acompañaremos desde el primer momento a Louis en su casera carrera de obstáculos hacia la redención personal y, tal vez en el proceso, la de su familia.

Esos obstáculos no serán otros que los de su propia familia, cuñada incluida (una siempre primorosa Marion Cotillard), con la que Louis tratará de ir limando los desoladores efectos del paso del tiempo y la distancia a través de conversaciones privadas con cada uno de ellos que, en realidad, se revelarán como diálogos en los que solo se conjuga la primera persona, a modo de confesión. Los personajes hablan pero no dialogan, exponiendo con ello su soledad, su aislamiento, buscando al mismo tiempo exorcizar sus demonios. A todos estos encuentros, Louis (o Mr. Tres Palabras, como su madre le llama por su parquedad verbal en singular contraste con su labor como escritor teatral de afamado prestigio) asistirá circunspecto, cobrando así la idea de incomunicación un peso central en un espacio familiar donde nunca nada se dice con facilidad.

Y hasta aquí cualquier parecido entre ambas obras porque, fiel a su arrolladora personalidad, Dolan nos presenta un producto, aparentemente diseñado para un público joven por lo excesivo, donde saca a relucir todo su arsenal audiovisual: secuencias elaboradas para comprimir en un breve espacio de tiempo la historia de toda una vida al más puro estilo videoclip, música a todo volumen de grupos (fugazmente) reconocidos, imágenes saturadas, desenfocadas, a cámara lenta… Un auténtico desbordamiento de la pantalla de cine que choca con la que, por su escaso reparto y localizaciones, podría haber sido concebida como una obra de cámara.

Otro aspecto que Dolan se permitirá modificar respecto a la obra original será el del orden que los hermanos ocupan en la familia, porque el orden sí importa: mientras en Lagarce, Louis (nombre históricamente vinculado a la realeza francesa) es el hermano mayor y Antoine, el mediano, para el canadiense será Louis el que ocupe el segundo lugar lo que, junto a la mencionada ausencia de una figura paterna, sacará a colación el decisivo asunto de los roles dentro de la familia.

Finalmente, el que parecía en un principio ser el tema central de la obra de Lagarce-Dolan, el miedo a la muerte en diferido y la imposibilidad de su asimilación, se diluye sin solución entre el miedo a los recuerdos acumulados durante toda una vida, el miedo a la creciente incomunicación en el seno familiar, el miedo a una velada cuestión homosexual nunca tratada, el miedo a la responsabilidad de amor parental y al abandono y distanciamiento (de uno mismo y de los demás) como respuesta para evitar sufrir sus consecuencias.

Miedos, todos ellos y algunos más, que explotarán en un conflicto final a través de los actos enajenados de Antoine y de Suzanne, pero también, de alguna forma, de la madre, de Catherine y del propio Louis, de un grupo de gente en deuda consigo mismo, víctimas del miedo porque, en palabras del propio Antoine, «de miedo es de lo que se trata».
John Doe
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