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Cara de ángel

Cine negro. Intriga. Drama Frank Jessup es un enfermero de urgencias que acude a una mansión para atender a la señora Tremayne que, según parece, ha intentado suicidarse. Sin embargo él sospecha que en realidad alguien ha intentado asesinarla. Allí conoce también a Diane, la hijastra de la señora Tremayne, una joven delicada, sensual y un tanto inestable, ante la que cae rendido inmediatamente. (FILMAFFINITY)
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Críticas 50
Críticas ordenadas por utilidad
25 de septiembre de 2006
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pelicula más que correcta la que nos porpone el maestro Preminger. Cine negro en el que destacan sobremanera sus dos protagonistas, Mitchum y Simmons. Él, representando la nueva imagen bogartiana, un tipo fuerte con grandes respuestas para todo, que sin embargo acaba cediendo ante la palabrería de la mujer fatal con cara angelical.
abelitto
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9 de octubre de 2006
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película fantástica como nos tiene acostumbrados Preminger. Por poner algún pero, diré que el final es demasiado evidente y un tanto precipitado. Por lo demas, tanto Robert Mitchum como Jean Simmons clavan el papel.

En mi opinión, una película imprescindible.
David Jones
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8 de octubre de 2020
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre han existido mujeres malas, desde antes que tengamos constancia de la existencia del ser humano en sí. No quedan textos que lo atestigüen, pero bien que podemos dibujarlo en nuestra mente. Por supuesto, directamente proporcional, han existido hombre malos y siniestros, exactamente igual que las mujeres. ¿Quién no se ha cruzado en su camino con una persona que habría podido complicarte la vida de haberte enamorado de ella? Suerte en el caso de ser del sexo opuesto de tus apetencias sexuales, pues la maldad no conoce de géneros.

En este film es la mujer la que encarna ese rol despiadado, por celos que se envenenan desde la niñez hasta maquinar siniestras perversiones mentales. Es en esos fértiles momentos cuando se perfila la personalidad del ser. Y los celos matan, corroen, absorben todo de cuanta bondad exista en el ser humano.

Si hay algo bueno en las películas clásicas es que los códigos censores ya te decían el final: el malo no puede vivir. Todo es cuestión de ir viendo quién es el malo para aliviar el final. Lo que no decía el código es a quién podía llevarse por delante el mal.

Jean Simmons es deliciosamente bella. Es la segunda película que veo de ella, tras Espartaco, y no es mucho decir que he caído rendido a los pies de su interpretación y magnetismo.
CHIRU
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23 de septiembre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda proposición que se pueda demostrar es verdadera, pero no toda proposición verdadera se puede demostrar. Por ejemplo: Si yo te digo que cierto día besé a Charlize Theron (¡soñar no cuesta nada!) y te enseño un vídeo con el que compruebo que la estoy besando, mi confesión es verdadera (a menos que alguien pudiese demostrar que el vídeo es un montaje). Pero si te digo que ayer vi una preciosa estrella fugaz, más no tengo ninguna prueba de ello, aunque no puedo demostrarlo, es absolutamente cierto porque yo sé que sí la vi.

En otro sentido, aunque un abogado defensor sepa que, lo que está argumentando, lo ha decorado de tal manera que parezca verdadero, pero bien sabe que no es cierto, si el jurado lo considera suficientemente convincente como para declarar inocente al sindicado, a la luz de la “justicia” ésta será la “verdad” y en consecuencia el sindicado será sobreseído. Es decir, lo que vale para los estrados no es la Verdad sino los argumentos que convenzan a la mayoría. Si por suerte, en algún caso hay confluencia entre el entendimiento y el hecho, se habrá hecho justicia, pero si no…

De cosas como estas, trata la interesante película de Otto Preminger, “CARA DE ÁNGEL”, en la cual hay una chica que no quiere a su madrastra sin una razón evidente, y hay un hombre que atrae a la chica de tal forma que ella hace lo que sea para conseguir mantenerlo cerca. La joven, Diana Tremayne, comienza a demostrar que adora a su padre, y entonces, podemos presumir que podría haber celos por parte de ella que motivan su antipatía por la nueva señora Tremayne.

Una historia de Chester Erskine, convertida a guión por Frank Nugent y Oscar Millard, nos ofrece un nuevo alegato contra la llamada justicia, al tiempo que nos cuenta una de esas extrañas (que no escasas) tragedias de amor donde, éste, más se parece a la locura. Por aquello de ‘ojos se ven, pero corazones no’, el título nos previene de antemano con el personaje que más nos parezca que tiene cara de ángel, pero ahí estarán los abogados para convencernos de que hay que creerles más a ellos que a una radiografía.

Con unos diálogos que juegan de manera deliciosa al cinismo y a la ironía que abunda en nuestra sociedad, Otto Preminger va construyendo una suerte de film noir con claros tintes sociológicos. Una cuidada fotografía y una sobria banda sonora de Dmitri Tiomkin en la que sobresale ampliamente el tema de los títulos de crédito, coadyuvan a redondear un filme que asume un tema álgido sobre el que, todavía hoy, no se ha reflexionado lo suficiente.

Jean Simmons, da la medida precisa a un personaje ambiguo que nos tendrá guardadas algunas buenas sorpresas. La acompaña, Robert Mitchum, en otro de esos roles de tipo frío, directo y sensato que solía frecuentar. Herbert Marshall, es Charles Tremayne, el escritor que, desde que volvió a casarse, se le cayeron todas las plumas. Barbara O’Neil, es la madrastra que, muy equilibradamente, hace lo que puede. Y Leon Ames, tiene en cabeza al abogado que nos aleccionará de como es que funciona en realidad esa cosa que los gobiernos llaman “justicia”.

Título para Latinoamérica: “CARA DE INOCENCIA”
Luis Guillermo Cardona
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23 de junio de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
137/19(21/06/18) Sugerente film noir realizado por el ucranio Otto Ludwig Preminger, un enfermizo thriller guionizado por Oscar Millard (“Hablan las campanas”), Frank S. Nugent (“El hombre tranquilo”) y el no acreditado Ben Hecht (“Encadenados”), desarrollando un argumento original de Chester Erskine (“Todos eran mis hijos”), para una producción de la RKO y Howard Hughes. En un relato que con todos los ingredientes del cine negro genuino como son la atmósfera opresiva, la amoralidad reinante, asesinatos, un antihéroe arrastrado al fatalismo, y por supuesto una femme fatale, estos elementos mezclados de modo sugestivo y a ratos fascinantes, en una historia que deconstruye con saña los celos patológicos, el egoísmo, el poder de manipulación femenino, ello apoyándose el director en una ambientación formidable, con una cámara expresiva y una música incisiva. Y todo esto potenciado por una actuación maravillosa de Jean Simmons, mujer ambigua, desconcertante, posesiva, manipuladora, dulce, y sobre todo magnética. No puedo decir lo mismo de Robert Mitchum que no se sabe si es que le pagaron lo que pretendía, si es que le sentó malamente la comida, o es que entonces iba a la Academia Chuck Norris de Interpretación, solo así se explica una inexpresividad tal como la que despliega en la cinta, su rostro pétreo es de una rigidez mediocre.

Posee un comienzo atractivo, provocando en el espectador enigmas por resolver, presentando a los protagonistas de forma rápida, la llegada de una ambulancia a una mansión de Beverly Hills, una mujer aturdida dice haber sufrido un intento de asesinato por el gas de la chimenea, a lo que el marido no da credibilidad, tras los pertinentes auxilios a la mujer intoxicada un enfermero cuando se iba de la casa encuentra a una bella chica tocando el piano, habla con ella y ante su histerismo él le da un guantazo (esto tuvo su intrahistoria en el rodaje), este es el modo de conocerse de los dos protagonistas, y a partir de aquí cual araña meticulosa-manipuladora ella comienza a tejer sus hilos sobre el enfermero, toca sus puntos débiles, sus sueños (su proyecto de un taller para autos de lujo), sus dudas, sus frustraciones, para ir envenenándolo poco a poco, y lo peor es que él lo ve venir y aun así no puede escapar a su egocéntrico impulso. Preminger desarrollando un relato con picos de intensidad cortante, en un increscendo punzante, con giros dramáticos que remueven, hasta llegar a un final de los que se te quedan por siempre.

Entre sus defectos está el ya mencionado del hierático Mitchum, acentuado por un comportamiento un tanto errático e incongruente; también adolece de alguna arritmia, que hace parezca alargarse el metraje algo más de lo requerido.

El corazón del relato es la relación entre Diane (Jean Simmons) y “Frank (Robert Mitchum), establecido desde el principio de modo violento en esa mencionada bofetada, marcando una pauta sadomasoquista entre ambos, donde ella es la dominante, la maestra de marionetas que lo mueve a su antojo, sus momentos juntos resultan turbadores por unos diálogos inteligentes, llenos de mordacidad e ironía, produciéndose un malsano juego del gato y el ratón, donde los dos parecen tener el control pero solo uno (en este caso una) sabe las verdaderas debilidades del otro, la aparente ingenuidad de ella, frente al tipo rudo con mucho mundo (el prototipo macho Alfa), pero las apariencias engañan, las armas de mujer son más poderosas que el físico. La complejidad fluye entre los dos, la ambigüedad de las intenciones de uno y otro provocan al espectador, lo motivan sin saber bien cuáles son los resortes psicológicos en este duelo de voluntades torcidas, donde el narcisismo, el egoísmo, los celos, el amor no correspondido, la envidia, el odio, el masoquismo, la lujuria se mueven por el aire cual éter invisible pero epidérmico.

Frank es un tipo corriente, con anhelos, que por azr se cruza con la sexy Diane, se siente atrído por su carisma y fuerte personalidad, consciente de la perfidia de ella pero se sabe enredado en sus invisibles hilos de manipulación, cuanto más intenta huir más se une a ella, “Te quiero a mi manera, pero… Qué hombre estaría a salvo con una mujer como tú?”, le dice a ella, marcando su sino inseparable o cuando también Frank le espeta “Estas jugando con fuego, y no te lo aconsejo en una habitación llena de gas”, señalando lo tóxico de su relación. Frank es un hombre atrapado entre dos mujeres, su angelical novia Mary Wilton (Mona Freeman), le ofrece estabilidad, seguridad, cariño, y la otra es la seductora Diane Tremayne (Jean Simmons), ofreciéndole una vida palpitante, oscura, incierta, dinero, pero sobre todo incertidumbre. Robert Mitchum lo encarna con rostro pétreo, da igual lo besen o juzguen por asesinato, su cara no cambia, demasiado frío, imperturbable, flemático, nada parece afectarle, y esto cruje cuando no se produce la química requerida con la gran Jean Simmons, es como si quizás no le gustara su papel, pues que hubiera dejado paso a otro, Mitchum es un gran actor, pero aquí echa un borrón.

Jean Simmons encarna a "cara de ángel", una joven Diane de 20 años que derrocha belleza, de mirada que te deja grogui, elegante, parece frágil, sensible, dulce, pero tras esta fachada esconde un ser egoísta, celoso, narcisista, críptico en sus acciones, maquiavélica, solitaria. Los celos de ella lo corrompen todo, celos de su madrastra por el amor que tiene a su padre, celos de la novia de Frank, lo cual la sume en una huida hacia adelante destructiva. Ello en consonancia con el clima de grandes carencias moral donde la personalidad de Diane se asienta de modo perverso, una sociedad que moldea realidades y verdades, expresado por el abogado de ella, Fred Barrett (Leon Ames) cuando Diane le dice que ella le está contando la verdad, el letrado le responde “La verdad es lo que decida el jurado”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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