Ismael

Recuerdo que pedí que me vendaran los ojos. Porque ya había estado allí y sabía que era fácil perderse o pasarse de largo si solo miraba. Si no conseguía sentirlo cerca. Lo oía latir, pero sonaba como ecos lejanos. 'Ismael' no era 'Kamchatka', y parecía que Marcelo Piñeyro no había dejado un rastro de migas de pan la última vez que llegó a él. Su historia lindaba ya con el ecuador, y el corazón continuaba evasivo, oculto. No capitularía con ataques frontales. Secuencias en las que cada frase tenía que ser tan perfecta y transmitir tanta carga emotiva que viajaba al otro lado de la frontera. A la sensiblería, a buscar la lágrima fácil con estereotipos y lugares comunes. Pero había que darle tiempo, porque el director argentino quería volver a desnudar el alma humana con un filme intimista, aunque demasiado ambicioso. Apenas dos horas no dan para escribir tratados sobre un hombre que descubre su paternidad cuando todavía es un niño que huyó de su madre para madurar por su cuenta. O sobre ese amor no olvidado que vuelve con un candado sin cerradura. O sobre el temor a que una cicatriz del pasado se abra y derrumbe un presente al que costó mucho esfuerzo llegar. Eso es 'Ismael', la historia de un niño de ocho años que sacude en un momento las vidas de quienes lo rodean.

Ismael es uno de esos clásicos melodramas color de rosa, por eso es aceptable que sea una historia predecible y con bastantes clichés del género. El director trata de explorar el tema de la paternidad en está película, aunque creo que que divaga un poco ya que el eje central se ve empañado por las subtramas de los otros personajes. En fin considero que es un filme palomero y aceptable que hace pasar un rato entretenido al espectador.

Aquí la máquina que mejor imprime resultó siendo la que no se esperaba, o por lo menos eso creo. Lo digo porque de nuevo juega el señor Casas con un protagónico y lastimosamente no se le vio matizado y su forma interpretativa estuvo de lo más normalita. Un hombre-cojo con bastón en mano y una cursilería de lo más cargante que no le sentó nada bien, lleno de frustración por haber perdido el amor de su vida y viviendo en una casucha frente al mar. Y con respecto a lo de la maquina impresora, menciono a dos personajes secundarios que pasaron a ser los más interesantes, los más divertidos y los que menos pitos tocaban en este circo. Hablo de la hermosa Belén Rueda, que no decepciona ni haciendo de la chilindrina. Y por otro lado Sergi López que como padrino-amigo bonachón engancha de lo más de tranquilo y natural. Estos si son actores.

Una historia sacada de un canasto de simplicidad y con cero propuestas que no logran tocar ni soplar la vela. Llena de escenas que sugieren y no cumplen, que dejan a la expectativa descaradamente y sin ninguna explicación. Conversaciones que van y vienen, escenas largas y sin un desenlace objetivo, o por lo menos disfrutable. Se puede resumir diciendo que Ismael es una película de un niño que busca a su padre al que nunca ha visto y todo esto pasa en los veinte minutos de la película, y pues si se quiere ver más allá de esos veinte minutos pues ya queda en el libre albedrio de cada quien.

Esta película es muy aburrida, extremadamente aburrida. Y mi pregunta es: ¿Qué propósito tenía el que Ismael fuese negro? ¿Qué querían mostrar? ¿Un niño aguerrido que busca a su padre blanco? Por Dios, no hay propósitos claros, no se tratan en la película y solo hay sugerencias, hasta especulaciones de futuros incendios, de pasiones escondidas que tratan de emerger, de posibles encontrones sexuales pero nada pasa. Todo queda en el impulso, como cuando se va a estornudar y al final se corta. Así se queda con Ismael, con ganas de algo que no existe. Antojado.

Definitivamente esta película es para ver una sola vez en la vida… y eso que es demasiado.

Lo mejor de la película sin lugar a dudas se le debe a los diálogos alargados de Belén y Lopéz. Largos pero disfrutables.
Lo peor de la película es el hilo narrativo en su total extensión sin contar a los dos secundarios antes mencionados.

Ismael, una película modesta. Pasa desapercibida, no es diferente a otras, no es novedosa, contiene algún fallo y es española.
Pero sinceramente, me ha encantado. Marcelo Piñeyro lo ha bordado. No podemos decir que sea una obra de arte, per emociona.
Es una historia sencilla, pero que te atrapa desde el principio, desde el min uno hasta del desenlace, te hace estar atento y continuar viendo el filme. No es intrigante, pero hay algo en ella que te hace seguir, sin perder el interés. Dura lo justo para no aburrir, y te deja satisfecho. Al salir del cine, he salido contento, feliz, te deja pensando en la vida y las alegrías. En cómo puedes arreglar los errores cometidos en el pasado, y cambiarlos para tener una segunda oportunidad. El reparto esta muy bien elegido. Mario Casas vuelve a demostrar que es un gran actor, y que vale para cualquier papel. Nos transmite paz y tranquilidad. Belén Rueda es también otra pieza clave para la película. Esta actriz nos vuelve a sorprende con su papel de madre trabajadora sin tiempo para su hijo. El guión esta muy trabajado, es fluido, interesante, culto, y consigue las risas de los espectadores, con ingeniosas frases. Puede que sea una película mediocre, pero personalmente me ha gustado bastante por la simpatía y la verdad que nos trasmiten los personajes. Podemos sacar algún fallo, cómo por ejemplo la falta de emoción, el director quiere conseguir las lagrimas del público pero no lo consigue.
Pero por lo general una buena película española, y otra mas para mis favoritas del producto nacional. Y vuelo a repetir que el cine español esta transformándose y lo esta haciendo para bien.

El director argentino Marcelo Piñeyro realiza en su octavo largometraje un drama de estructura teatral y diálogos cuidados al modo del cine clásico.

Presenta con magnífica elocuencia el sentir de seis personajes, entre los que coexisten el aprecio y el choque afectivo. Evitando que el relato tome partido o el espectador se identifique necesariamente con alguno de ellos

En la base del conflicto, Piñeiro sitúa aquellas decisiones del pasado cuyas consecuencias permanecen junto a algún miedo pendiente de superación. Como aderezo, las barreras afectivas que dificultan la solución en común. La sobreprotección, el silencio y la excesiva contención.

Como enriquecimiento de la trama, la atención por detalles como la bellísima estampa de las manos infantiles o el chupete atesorado de aquel vástago que fue. El reflejo del efecto que supone dedicarse a la enseñanza o la sanidad. Su homenaje a la lectura. Moby Dick.

De fondo, ecos de nuestro tiempo como el enfrentamiento a la autoridad, el racismo latente, los muy diversos tipos de familia o los permisos de residencia.

Flotando en el ambiente, el muy romántico refugio a pie de mar del gran Dalí en el Port Lligat de la gerundense Cadaqués, el modernismo arquitectónico de Barcelona.

Embellecido por el fantástico personaje creado por el gran Sergi López, «Ismael» se ve con un punto de emoción que no abandona. Quizá al borde del ternurismo, también lírica y sensible, fiel a sus personajes y abiertamente familiar.