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El Gran Hotel Budapest

Comedia. Aventuras Gustave H. (Ralph Fiennes), un legendario conserje de un famoso hotel europeo de entreguerras, entabla amistad con Zero Moustafa (Tony Revolori), un joven empleado al que convierte en su protegido. La historia trata sobre el robo y la recuperación de una pintura renacentista de valor incalculable y sobre la batalla que enfrenta a los miembros de una familia por una inmensa fortuna. Como telón de fondo, los levantamientos que ... [+]
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Críticas 283
Críticas ordenadas por utilidad
4 de abril de 2024
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No me lo esperaba. Era una tarde más bien soleada, después de comer, sin muchas ganas de ver nada y me pongo a ver esta película basándome en su duración, más que acertada, una hora y media aproximadamente. Mi intención era dormir con ruido de fondo. En ese momento aparece en pantalla la majestuosidad del Gran Hotel. Un escritor que se va a hospedar conoce a Zero Moustafa (el dueño) y admirador de la obra del escritor. Aprovechando la ocasión, deciden cenar juntos y Zero le cuenta toda su historia.

Así nos narra cómo comenzó trabajando en el hotel, donde conoció y fue instruido por el verdadero protagonista de la historia: Gustave interpretado por Ralph Fiennes. De verdad yo con este hombre me quito el sombrero por su increíble interpretación.

Este personaje no es ni más ni menos que el conserje, probablemente el más carismático que haya pisado nunca una recepción, a todas luces verdadero dueño del hotel ya que él se encarga de todo, desde la gestión de los inquilinos hasta de complacer las inquilinas en aspectos carnales, pues sí, era un seductor nato, principalmente de ancianas falta de afecto donde la flor de la vida ya las ha abandonado casi por completo. Pero incluso en esas rosas marchitas este hombre encuentra belleza e inspira felicidad, encanto y poesía allá por donde pasa, perfumando el ambiente pues, en la película, hace tantas alusiones a su perfume que parece que puedes llegar a olerlo.

Y esto nos lleva a la muerte de una de sus amantes, a una herencia bastante “oscura”, a un cuadro renacentista de muchísimo valor que es robado y a un viaje absurdo y coherente al mismo tiempo que te mantiene con los ojos abiertos toda la película. Y esa chispa que enciende desde el principio Gustave siempre se mantiene viva.

Cada plano de la película podría ser un cuadro, la grabación es perfecta, la escenografía también. La música acompaña en todo momento. Vamos, ¡como para decir que no me ha gustado!

Algo que es “criticable” es el tratamiento que se da en determinados momentos a escenas de amor, de muerte… El director las trata como una escena más, sin énfasis en dichos diálogos ni las acciones, ni en la música (típica escena en la que te anuncian la muerte de alguien, lluvia, lágrimas en los ojos y música triste de fondo… bla bla bla). Esta película es una oda a la vida y no a la muerte ni al amor. Por eso para mi no es un punto criticable y es lo que hace a la película única. Sensaciones te despierta, es una inyección de Dopamina, acabas de verla y quieres amar el mundo, vivir aventuras, encontrar belleza… Así que ve haciendo la reserva, las puertas del hotel siempre estarán abiertas para ti, querido espectador. Ponte cómodo y disfruta de tu estancia.
Anhibal
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11 de marzo de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El estilo de Wes Anderson y su gusto por la estética es algo, a día de hoy, conocido por todos. Unos podrán sentir más afinidad y otros menos con su marca, yo me rindo ante su talento visual pero nunca me terminan de llegar sus historias.

Un conjunto de imágenes, fotogramas y planos medidos a la perfección. Usted puede parar la película en cualquier momento, imprimir la imagen y colgarla en un cuadro, nadie va a notar nada extraño. Pero este conjunto parece no tener alma. Una afirmación que puede sonar bastante fuerte, pero ¿cómo podría ser de otra manera si aún sintiendo admiración y complacencia por las imágenes que veo en pantalla, éstas no me emocionan, no me provocan una sonrisa y no me producen ningún pensamiento después de su visionado?

Me queda claro que los señores críticos profesionales sienten alguna debilidad por este director, no se puede explicar de otra manera que tres de sus obras se encuentren en el famoso listado de mejores películas del Siglo XXI realizado por la BBC. Yo quizás soy más básico, y no me puedo quedar satisfecho si la historia que veo en pantalla no me hace sentir nada más allá de cierta admiración por su capacidad técnica.
Selasor
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30 de marzo de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No debe resultar nada fácil constituirse en el film posterior a una grandeza delicada e irrenunciable como la que transitaba las capas de exquisita singularidad acumuladas en MOONRISE KINGDOM. De ahí la responsabilidad de un cineasta situado frente a la cumbre de su particular trayectoria creativa. Wes Anderson, en aquella, se sobreponía a toda la serie de rasgos característicos de su genuina filmografía para brindar una emotiva fábula sobre el amor en los tiempos en los que todo es principio.En MOONRISE KINGDOM, el autor de VIAJE A DARJEELING deparaba la sorpresa de limar todas las asperezas autocomplacientes que colmaban de ligereza improductiva a la mayoría de sus obras, sin que la hipnótica capacidad de seducción escénica impuesta viera mermada su caudaloso atractivo.

EL GRAN HOTEL BUDAPEST, por su parte, no tarda ni un solo segundo en reivindicar la autoría de quien lo gesta. Nos hallamos ante un film de Wes Anderson puro y Anderson, en el que éste ha sabido pertrecharse de una historia que le permite lucir al máximo el consabido universo formalista desde el que ha logrado forjarse la merecida fama de intransferible y genuino. Desde ese punto de vista, cabe decir que la dificultad de partida es algo menor que la de su film precedente, puesto que las características del relato que da soporte a la última se antojan más cómodas a los intereses del creador.

La narración principia en una especie de bucle narrativo (un relato dentro de otro, en le que una voz cuenta unos hechos acaecidos en otro tiempo pasado), que viene a explicitar la naturaleza sorpresiva de todos los acaecimientos contados. La linealidad queda vetada en esta fábula que sitúa la parte central de su epicentro temporal en la Europa de entreguerras: el final de la década de los años veinte, cuando el recuerdo de la 1ª guerra mundial era una preocupación extinta y la población del continente parecía sumada en un delirante estado de placidez colectiva. No resulta baladí, por tanto, que el espacio principal del film sea un gran hotel aristocrático, un espacio proclive al lujo, al refinamiento, al boato, al exceso del buen gusto, a la imposición de las normas sociales elitistas.

En ese parámetro espacial el apetito escénico de Anderson se mueve a sus anchas y, por lo tanto, admirablemente. La historia de la relación de amistad habida entre el primoroso conserje del hotel y el botones que entra a su cargo da pie a que el realizador se vuelque arrolladoramente con la intención de deleitar al espectador actual con una maravillosa y personalísima recreación de aquellos tiempos a punto de convertirse en su propia decadencia. El realizador vuelve a brindar una morrocotuda lección de puesta en escena en la que brillan a máxima altura su gusto por la excentricidad granguiñolesca, por las soluciones visuales venidas del mundo del cómic, de la viñeta, del circo, de las marionetas, de los recortables, del cine mudo y del vodevil. EL GRAN HOTEL BUDAPEST es, no puede sorprendernos, un caudaloso ejercicio audiovisual en el que el concepto de la puesta en escena abruma al contenido narrativo que lo vehicula. La forma, estallada, reivindicada, expuesta en primera línea de intención, abunda en el sentido fabulatorio que se quiere concretar.

Ahora bien, a diferencia de MOONRISE KINGDOM, el cúmulo de situaciones y entramados argumentales convocados no logra amalgamarse con el dispositivo escénico construido para exaltarlo. Las peripecias que tienen que salvar los dos personajes antes citados cuando el conserje resulta ser el máximo beneficiario de la herencia de una de las clientas más longevas del hotel se tornan un material excesivamente ligero y vidrioso. Durante la mayor parte del seguimiento se tiene la sensación de que el avance de la acción es más caprichoso que consecuente, de ahí que, como hemos dicho al principio, EL GRAN HOTEL BUDAPEST no logre las cotas de sincera armonía autoral forjadas en MOONRISE KINGDOM. Resulta un poco pronto para tildar de agotamiento creativo o de empecinamiento personal porque el espectáculo, insistimos, sigue siendo en líneas generales delicioso, brillante y compensador, pero da la impresión que Anderson se ha fabricado un traje demasiado ajustado a su medida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Musiczine
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6 de julio de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imagen perfecta, en la que fondos pintados se alternan con grabaciones reales. Ambientación fidedigna en los distintos tiempos (la historia se cuenta en varias épocas), tanto en fotografía como en modos de expresión, comportamiento,...La música, tictacteante (no sabría de qué otro modo definir el apremiante tic-tac que envuelve todo), obliga al silencio y a prestar atención. Humor negro y elegancia sutil mezclado con un reparto que encaja en sus papeles como si en otra vida hubiesen realizado aquellas funciones.

Brillante es poco. Llevaba años sin repetir una película en el cine, es posible que cerca de diez. Y Wes Anderson lo ha conseguido.
euklidiadas
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18 de enero de 2015
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En esta película nominada a 9 “Oscars”, Wes Anderson no sólo es un director inteligente, sino cargado de sutilezas en su cine, muy propias del talento y el cine de autor. Con una excusa en 5 actos, y tomando el robo de un cuadro, un señor como Gustave H., el filme nos hace una extraordinaria disertación sobre la farsa en la que vive la humanidad (Metáfora del Hotel de Budapest). Y Anderson lo rotula oportunamente en varias ocasiones con todos los modelos actanciales observados en la pantalla: Carga de puerilidad (el botones), con su cándida picardía (M. Gustave), con la premura de la espontaneidad (Dmitri), con los prejuicios de la suspicacia (Jopling).

Entonces, cuando la conjetura surge en estos personajes (y muchos otros como Serge X) en la farsa. Es un cálculo sencillo, predecible, diáfano y una presunción que no cerca enigmas indescifrables (un cuadro robado). Así mismo, nos permite sin permiso alguno, iniciar la sonrisa taimada y falazmente amiga cómplice de la mentira. ¿Es que los humanos farsantes son (¿o somos?) así?

La aldea global (el hotel), alterna con el siglo XX, lleno de ridículos engreimientos y ciudadanos que se yuxtaponen en una apacible coexistencia. En este sentido, surge entonces el corolario: El listo más listo choca siempre con alguien que lo supera, y éste lo consigue, la mayor parte de las veces, por su original talento puesto al servicio de una no menos natural tutela de la propia vida y de los oportunos intereses (¿la farsa?).

Gonzalo Restrepo Sánchez
Visite: www.elcinesinirmaslejos.com
gonzalo restrepo sanchez
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