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El Sur

Drama “La Gaviota” es un caserón situado en las afueras de una ciudad del norte de España. En ella viven Agustín, médico y zahorí, su mujer, maestra represaliada por el franquismo, y su hija Estrella. La niña, desde su infancia, sospecha que su padre oculta un secreto. (FILMAFFINITY)
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Críticas 118
Críticas ordenadas por utilidad
7 de noviembre de 2013
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
'El sur' da comienzo mostrando una habitación, cuya nitidez aumenta conforme la luz matinal va inundándola, transformando los colores. A pesar de la sustancialidad del cambio, el plano permanece estático. Esta expresiva quietud ya aparecía en 'El espíritu de la colmena' y señala la solidez casi pictórica del cine de Erice: un cine de estética poderosísima. El norte está dibujado en colores melancólicos; grisáceos o azulados, tenues... Estrella sabe que en el sur la paleta cambia: en el sur nunca hace frío.

Yo estaba casi convencido de que el caracter inconcluso de esta obra era un lastre para comprenderla en su totalidad; y quizás lo sea si buscamos en ella los parámetros de un guión lineal; pero, desde la última vez que la vi, ha variado mi apreciación en cuanto a la forma, no de comprenderla, sino de sentirla.

El propio título de la película hace mención a una parte de ella que, al final, no vemos; más aún, que se nos ha privado. Nos resignamos a imaginar, a intuir; como Estrella intuyó el calor, el sol y el tono anaranjado durante la parte de su vida en que no salió de esa melancólica sombra. Con la inquisición de un niño, imaginamos la tonalidad exacta de ese mundo dorado, en su exótica lejanía. 'El sur' es una película melancólica: en gran parte lo es porque no llegamos a ver ese sur. Rafaela Aparicio, con su vigor, su alegría; fue la única que nos trajo un trozo de él.

También, claro, nos entristece Omero Antonutti. El ascenso y la caída de un padre. Qué grande parecía, sereno y firme, al fondo de la Iglesia. Qué insondable su sabiduría; cuando su péndulo parecía ser un apéndice de su inabarcable clarividencia. Qué universo guardaba en su habitación, cerrada con llave, cuya entrada estaba vetada para Estrella.

Qué grandes se veían hija y padre; bailando el pasodoble, ante las atentas miradas del Norte y del Sur.

Qué pequeño se volvió, cuando intentaba encender un cigarrillo a las puertas del cine Arcadia sin apenas conseguirlo, alumbradas por fin sus sombras, con la vida en manos de Irene Ríos. Qué pequeño le hizo quedar el capítulo negro de su vida, que tuvo lugar al son, difuso, del mismo pasodoble que una vez remota le unió a su hija, esta vez separándoles en un solitario salón del Gran Hotel.

Gracias.
Nuño
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19 de enero de 2016
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como se sabe, a "El Sur" le falta el sur. Después de rodar la parte del proyecto que transcurre en el norte, el productor Querejeta cerró el grifo pecuniario y Erice se vio obligado a montar el resultado definitivo de la película sin disponer de ese fragmento. Esto, sin embargo, lo sabemos hoy porque el propio Erice lo ha contado muchas veces. No obstante, la pregunta pertinente sería: ¿y, si no supiéramos que la película está incompleta, lo habríamos deducido?

Yo puedo responder a ello por experiencia directa, ya que la primera vez que vi "El Sur", hace muchos años, en una época donde era muy difícil disponer de la información que hoy se alcanza con un clic, no lo deduje. Es más, no tan solo no lo deduje, sino que me pareció que uno de los más grandes aciertos de la película era, justamente, que terminara en el momento que termina, cuando Estrella se dispone a iniciar su viaje al sur.

Porque lo que ella descubriera en el sur sobre el pasado de su padre y su relación con la actriz Irene Ríos se me antojaba puro Mac Guffin (sí manejaba ese término por la coetánea lectura del mítico libro-entrevista de Truffaut a Hitchcock, que marcó un punto de inflexión en mi educación cinéfila). Lo único importante, lo esencial, era sencillamente que ella tomaba la decisión de realizar ese viaje, un viaje que sería también hacia el autodescubrimiento y el paso definitivo a la madurez.

Por ello fue una extraordinaria sorpresa descubrir años después las interioridades del rodaje. Desde luego que el guión previsto, tal como lo desmenuza Erice en sus entrevistas, es ciertamente interesante porqué termina cerrando un círculo narrativo. Aún así, sigo sin echar de menos que la película tuviera la forma pensada por su autor. Es evidente que ya todo pueden ser cábalas y hasta parecería impertinente dudar de su talento, pero ciertamente la sigo prefiriendo así.

Por un lado, por lo que he comentado antes que para mí tiene de Mac Guffin el pasado del padre –es Estrella la protagonista–. Por otro, precisamente por algo que cuenta Hitchcock en el citado libro acerca de la razón por la que en "Crimen perfecto", el juicio a Grace Kelly es representado de manera irreal con un fondo de colores que gira tras la actriz: «Así resultaba más familiar, y además se mantenía la unidad de emoción. Si hubiera hecho construir una sala de tribunal, el público se hubiese puesto a toser y habría pensado: ahora empieza otro segundo film.». En efecto, me parece que la 'unidad de emoción' habría salido perjudicada, y más teniendo en cuenta el perfil cinematográfico de Erice, que no se basa en una narrativa que avance inexorablemente sobre raíles, como el cine de Hitch, sino en la construcción muy pausada de una atmósfera que poco a poco nos va envolviendo. Su desaparición repentina, seguida del proceso de creación de otra –recordemos, en Erice eso surge en tempo de adagio–, más que una simple contraposición lumínica, se me antoja una fractura excesivamente exigente para que el espectador la salte sin caerse.

Todo ello que no quita, por supuesto, que entienda perfectísimamente el profundo dolor de Erice cada vez que se ve obligado a rememorar su película, y que respete por completo la postura de los espectadores que sí añoran lo que nunca ocurrió.

Pero, sin duda alguna, lo más interesante de esta experiencia es la reflexión que origina acerca de los conceptos de autoría y creación. Cómo la pieza artística se desprende de su autor, se independiza de las intenciones que éste tuviera y entabla un diálogo con el espectador, a partir del cual se abre a nuevos y siempre renovados significados. De ahí que "El Sur", de la que no le he dicho antes, pero digo ahora que ya en su primer visionado me pareció una grandísima obra maestra y una de las mejores películas españolas de la historia, revele paradigmáticamente también con sus circunstancias su condición de obra de arte.


(Segunda parte en "Vampyr")
Quim Casals
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29 de octubre de 2013
22 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Sur iba a ser una peli del montón, hasta que a los productores se les acabó felizmente el presupuesto y se decidió filmar sólo la parte de obra maestra que viene a coincidir con la mitad de la película ideada desde un principio. ¿No es maravilloso? Deberían aprender de Víctor Erice el resto de directores y sólo filmar la parte proporcional de obra maestra de sus películas, así sus obras durarían menos y serían más mejores. ¿Que, con los recortes, nadie sabe de qué va la historia? No importa. Lo que realmente importa es que se trata de una obra maestra.
repeluznosdanme
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13 de junio de 2015
18 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, no, que este sur no tiene nada que ver con la canción de Sabina, ni tampoco con la de Revólver, y mucho menos con el genial relato «El Sur» del genial Borges. Este es el sur de Víctor Erice, uno de los directores españoles más pedantes y sobrevalorados que pueda recordar en estos momentos.

El caso es que esta quintaesencia del Cine va de las relaciones entre una niña y su padre en la España de los cincuenta. A este buen señor le pasa algo y la niña se irá dando cuenta de que algo le pasa, claro, pero sin enterarse demasiado. Más o menos como los espectadores. Estoy pensando ahora mismo que es importante eso de escoger para tu obra un nombre que parezca que significa mucho de por sí, de esta manera te evitas la tarea de aclarar el símbolo detrás de los signos. Fijémonos en esta película. Decir «sur» es muy evocador, metafórico, alegórico y demás adjetivos terminados en «órico» pero, ¿cuál es el valor real de ese «sur» de las postales? ¿Qué significa para Érice? ¿Lo que representa tiene sentido y veracidad o no es más que una fachada superflua?

A ver, si el señor Agustín echa tanto de menos «el sur», ¡pues que se vaya al sur! No es una torpeza mía, que conste: es que la nostalgia no puede existir cuando sigue existiendo lo que añoramos. El sur geográfico no se ha movido de su sitio, que sepamos; su familia vive y le espera, y el amor de su vida hasta le manda su dirección como quien no quiere la cosa. ¿A qué viene esa desesperación grandilocuente? ¿Se explica? No. ¿Se justifica? Tampoco. En esta película no se cuenta ni se analiza nada, sino que se enroca en su materia obtusa y deja sin trasfondo, desarrollo y motivación coherentes a la historia, así que se reduce a plasmar impresiones y anécdotas con evidente vocación sentimental pero, repito, sin el realismo ni la inteligencia necesarias para que empaticemos con lo que vemos.

Las interpretaciones de Icíar Bollaín y Omero Antonutti son para que les apedreemos, y Rafaela Aparicio acometerá un perfecto acento sevillano aun siendo de Málaga; bravo por ella. Por lo demás, muchos silencios y caras de pena, que al parecer son los requisitos fundamentales para ser sublime y hacer llorar al público.

Cansada estoy de obras maestras. Hartica me tenéis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kaori
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20 de agosto de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacer poesía es esconder la mano en el momento justo, jugar con las expectativas y hacer del que visiona un malabarista más; promover, en fin, la alimentación bidireccional entre obra y espectador, pues sin ojo que analice no hay milagro. Es en este análisis donde encontraremos -o echaremos en falta- la riqueza potencial del cuadro, en la medida que éste se preste a la interpretación y, con ella, se universalice, se expanda en reverberaciones de mayor o menor calado emocional, pero caudal ha de atisbarse, al margen de su furia o parquedad, lo importante es conducirse hacia ninguna parte, hacia dentro de uno mismo, y rascar. Hasta la víscera si así se precisara, aunque al desgarro conviene poner límites. Diremos que son cuatro, tantos como puntos cardinales.

Víctor Erice hace poesía con El sur, tanto da si intencionadamente, aunque la intención lo es todo. Paradojas. El caso es que no siempre se consigue ese sutil estremecimiento necesario para la poética (la redundancia suele ser un enemigo feroz en este caso), pero el director salva los muebles a base de elipsis y una calidez en general que atrapan casi sin quererlo. Entonces no hay vuelta de hoja, estás en consonancia con el viento y sus designios son los tuyos. La duda flotando en esa casa exuda autenticidad, un misterio al que los años sacan lustre desde su atalaya, reservándose los nombres. Bastará un susurro.

Escenas como la del baile, en que una simple silla adquiere un protagonismo premonitorio, fatal, si se quiere, son esencia donde la intuición nos dice que se avecina el cambio. Poco después, las elipsis, la elipsis de una vida entera: qué poco cambian los árboles si no es por mano del hombre, pero en el trayecto hemos aprendido el equilibrio. Mientras tanto, las plumas brillan como hechas de oro, y las reminiscencias de aquel que encontraba el agua sin argucias se diluyen, dando paso a un sueño de carteles que son cine. Un encuentro colectivo donde se confunden las pantallas y se aprecian los espejos.

En El sur, como en la vida, las cosas pasan como sin notarse.
José (FullPush)
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