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Los comulgantes

Drama Thomas, un pastor protestante que celebra los oficios religiosos con la iglesia casi vacía, es un hombre solitario que sufre una profunda crisis espiritual y cuya vida carece de sentido. Incluso el amor que le profesa la maestra Marta se ha vuelto para él una carga insoportable. Su situación se agrava al verse incapaz de ofrecer ayuda alguna a una pareja de campesinos que acuden a él para pedirle consejo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 53
Críticas ordenadas por utilidad
15 de junio de 2009
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
dispuse a ver la supuesta obra maestra de Bergman. Lo hice por amistad y por obligación. Resulta que un amigo tiene que dar una charla acerca de la peli y me pidió ayuda. Ya de paso, me servía a mí para tratar de rellenar el vacío cultural que tengo con toda la obra del sueco.
Sólo he visto cuatro o cinco de sus pelis. Y debo ser un paleto porque me gustan más aquéllas que no dirige él. Supongo que será que la suma de su extrema profundidad y la aridez de sus formas y montajes se me hacen excesivas.
El caso es que me puse delante de la peli con el mismo miedo que con un ciclo que acababa de intentar tragarme de Andrej Tarkovski. Digo intentar porque no logré terminar una sola de sus obras. Y eso que mi criterio de selección era bastante claro: de entre las buenas, sólo aquéllas que duraran menos de 100 minutos.
Mi miedo se empezó a concretar con el primer plano del filme. Un plano bellísimo de una Misa que no termina. Durante diez minutos asistí a dicha imagen. Tomé la carátula para volver a comprobar que la tortura sólo duraba 80 minutos. Sin embargo, me equivoqué. Al momento, comencé a olvidarme de la duración.
Bergman entró en escena. Sus eternas cuitas con Dios se hacían carne en la voz de un reverendo. El conflicto era tan claro como el que todos vivimos en nuestra relación con Dios. Las preguntas no eran nada originales, eran universales. Lo no universal es la elección de esa forma tan poco cinematográfica (o al menos, americana) que consiste en mostrar, no sugerir. Así, las preguntas y dudas son tan explícitas que pueden generar identificación, casi nunca narración.
La seriedad de lo que cuenta es tan brutal que no hay lugar para el humor. No hay lugar para la dramaturgia. No hay lugar para exponer planos bellos o anécdotas reveladoras. Todo está en el verbo de Bergman, en las nada sutiles dudas del protagonista, en la dureza con la que castiga su amor a la chica, en la explicable incomprensión con que vive Max von Sydow.
Si decía Kieslowski a través de Juliette Binoche que "Nada es importante", Bergman opina exactamente lo contrario. Para él, todo lo es. Y serlo impide obviarlo. Su extrema coherencia le lleva a poder ser un pesado, a pecar de trascendente cuando su conflicto es bastante obvio y su expresión todavía lo es más, a no permitir que la belleza entre, a proporcionar un final redondo sin aprendizaje, a no dejar asomar momentos de felicidad en una vida esencialmente sin destino.
Claramente, Bergman no disfruta del viaje. Yo sí pienso hacerlo. Y para ello, veré las menos posibles pelis suyas. No porque no me gusten, sino porque me aportan cien veces menos pensamiento que otras, y millones de veces menos emociones.
mato
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10 de mayo de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman parece intuirlo y se interroga ¿y si hemos estado equivocados? Los comulgantes toman la sagrada forma por inercia, no por convicción; quieren creer, pero su condición de humanos los hace dudar, y Dios es tan distante... Cada cual afronta la desazón a su manera, con el telón de un crudo invierno de fondo, tal vez el invierno de las creencias que llega tras el otoño de la vida. Todos se sienten abandonados, sólos, perdidos, y Dios es tan inescrutable...

Tal vez guarde silencio porque no existe, aventura alguien. Tal vez.
ruanorosa
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4 de agosto de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pasada por alto por muchos, esta película me ha resultado de las mejores del director sueco. La temática no es nada simple y la historia es bastante dura, centrada en un pastor que sufre un momento de crisis espiritual y termina cuestionando su propia doctrina religiosa, tras la pérdida de su esposa. Un film que toca a un ser humano en su lado más sensible y que retrata con dureza una situación puntual de la vida. Ideal para mirar en un momento de alegría; prohibida para un domingo a la tarde. Notable.
Manuel Esteban
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28 de diciembre de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película de Bergman constituye un modelo de lo que sería en los primeros años sesenta las constantes del cineasta sueco, caracterizadas por su desnudez formal y su trascendencia temática. El tema del silencio de Dios, recurrente en la obra de Bergman, pesa más en esta película que en ninguna otra del director sueco. En la iglesia de Mitsunda, Thomas Eriksson, el pastor, conduce una comunidad cada vez más reticente y minoritaria a lo sagrado sin ningún atisbo de entusiasmo, pues incluso él mismo está perdiendo la fe. El reverendo ha dejado de creer en la idea de Dios y, por lo tanto, en los ritos que debe celebrar en su nombre, Eriksson precisa de los fieles que ya no acuden a su iglesia para acallar, aunque sólo sea por unos minutos, la voz del agnóstico que se agita dentro de él.

El director consigue con “Los comulgantes” una de sus obras más acabadas, una de las que mejor ha resistido el paso del tiempo y el tránsito desde una época de cierta inquietud existencial a otra, la actual, donde las preocupaciones espirituales han sido desplazadas en beneficio de cuestiones más pragmáticas, también conocida como crisis de valores.

Decía Luigi Pirandello: “El ser actúa necesariamente por formas, que son las apariencias que él se crea y a las que nosotros damos valor de realidad”. Este es un film sobre la identidad y – retomando las citadas palabras de Pirandello – sobre las apariencias creadas por el ser humano al adoptar, por tendencia natural, por atavismo, una forma de actuar ante los otros y de crear unas apariencias de realidad, lo que denominamos la sociedad de las apariencias; en este caso, mediante la duda sobre la fe y el vacío de los ritos religiosos.

“Los comulgantes” es un buen ejemplo de cuánto se puede conseguir con la elección del entorno adecuado y la distribución de los silencios. La película se desarrolla mayoritariamente en interiores, en especial en la iglesia y la sacristía, y cuando la acción se desplaza al exterior, al otoño sueco, los cielos están encapotados o hay niebla y nieve, nunca luce el sol. La vida de los personajes es gris y pausada, sus inquietudes religiosas y emocionales los atormentan, y no encuentran quien les alivie de sus cargas. El film bordea la perfección, por intensidad dramática, por ritmo, por el empleo del blanco y negro, por las paredes desnudas y por su austeridad expresiva que sólo está al alcance de unos pocos.

El film está estructurado en torno a cuatro personajes: El pastor Thomas Eriksson (Gunnar Björnstrand), su amante, Märta Lundberg (Ingrid Thulin) y el matrimonio formado por Jonas (Max von Sydow) y Karin Persson (Gunnel Lindblom ). Actores que encarnan a personajes creíbles bajo la dirección modélica de Bergman. Quizá no se haya otorgado a esta película la importancia que tiene, pero con su concisión a la hora de plantear el vacío dentro de los corazones, la sencillez que rodea a cada gesto, los sutiles desplazamientos de la cámara y la tibia luz del Noviembre escandinavo son el envoltorio perfecto para ese inmenso silencio de Dios que antes o después alcanza a todas las conciencias.
Antonio Morales
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8 de junio de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A mí Bergman siempre me asusta, porqué la lectura que hago de sus películas, de sus personajes, ilustra conductas muy cotidianas, muy cercanas, muy difíciles de representar, conductas tan íntimas, que resultan difíciles de verbalizar. A veces pienso que solo yo me doy cuenta. No hay palabras para definirlas en todos sus matices, pero esas conductas exiten, yo las veo en el mundo real, y solo he visto a Bergman retratarlas. Supongo que es por eso que conecto tanto con él, y por eso me asusta tanto. Son conductas complejas, activas y reactivas (aunque sea por omisión), se trata de una solapación de adjetivos, una mezcla sin entrada en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

¿Cómo se llama ese hombre, genuinamente bondadoso, que se siente tan infeliz que en algunos instantes, solo en algunos instantes, desea la infelicidad de otros y llega al extremo de provocar su desgracia, acaso sin ser siquiera consciente de ello, o siéndolo per haciendo ver que no? ¿Cómo se llama ese hombre capaz de matizar sus actos para ocultarse a sí mismo sus culpas, sabiendo que es así? ¿Cómo se llama ese ser que desprecia a aquel al que necesita sin remedio, puesto que es sabedor de su cobardía y su fragilidad, y le alcanzan las fuerzas para sobrevivir con esas carencias y con semejante resignación? ¿Cómo se llama esa criatura que proyecta en otros deliveradamente, aun reprobándolo racionalmente, aquella rabia y aquella destrucción que su asqueante realidad y endeblez le impiden exteriorizar? ¿Cómo se llama ese ser frágil que en vez de compadecerse de otro ser frágil, siente un deseo escondido e incontenible de dañarlo para aliviar así sus frustraciones y su propia autoaversión? ¿Cómo se llama esa criatura que se somete a la vejación porque a pesar de su limitada capacidad intelectual, está dotada de instintos humanos que la hacen más eficaz que aquellos que la desprecian, instintos que le indican que hay palabras que no significan nada y que hay necesidades indoblegables y que hay seres a los que en realidad tiene sometidos a pesar de las apariencias? ¿Qué nombre recibe aquella criatura que se deja vejar cuando realmente gobierna la vida del otro, y lo sabe pero no lo ve, o al revés, porqué tiene dentro una emoción cercana al amor en su versión más autodestructiva? ¿Cómo se llama ese hombre que llega al extremo de confesar su deseo de quitarse la vida, y hacerlo en tal estado que ello no le humilla, ni le humilla que esa fragilidad se comparta, y se enfrente a ello sin avergonzarse, con genuino deseo de aferrarse a una última esperanza transmitida por quien probablemente es la única persona en quien puede hallar sostén? ¿Qué nombre tiene esa criatura que sostiene a la familia, que sostiene a un enfermo y lo arrastra en pos de una salvación y que no se rendirá jamás, y que no vertirá una lágrima, y que perdida una batalla se preparará sin descanso para la próxima hasta que la vida acabe con ella?

Podría seguir, pero me siento agotado. Me asusta Bergman, porqué si puede filmar esos seres, es que los conoce, es que conoce sus conductas. Y solo las conoce quien las comprende, y solo las comprende quien ha sentido las emociones que las causan. Yo también.
Uma
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