Killer Joe

William Friedkin trajo en 2011 un thriller violentísimo, absolutamente terrorífico, en las entrañas de la America profunda. Un padre y un hijo que son de lo peor tomando decisiones, un policía corrupto y 2 mujeres por las que realmente gira la trama.

Una historia sucia, violenta, con un montaje demoledor y unas ansias por parte de William Friedkin de molestar al espectador admirables. La película es una suma de "white-trash" con ecos del Friedkin de "El exorcista" ya que parecen que estos catetos tejanos están realmente poseídos por el demonio.

Una puesta en escena gris y pesimista como en "The French Connection" y un Matthew McConaughey enloquecido hacen de esta película una experiencia angustiosa e impresionante con un clímax terrorífico tintado de rojo burdeos.

Estoy empezando a sospechar que el representante del señor McConaughey le juega malas pasadas eligiéndole los trabajos. No da pie con bola. Esta en concreto, ¡qué mala es!

Killer Joe tiene una apariencia en principio, pero no hay por dónde cogerla. Si las ves sin más, pues igual te da lo mismo, pero si uno profundiza dirá al poco rato: ¡Vaya tela!

Killer Joe Cooper, es un film de chiste, deprimente, grosero, sin gracia, desagradable y estúpido. Lo de comedia negra es un apelativo gratuito que no es verdad. Quien lo haya puesto se lo habrá copiado a otro de por ahí sin saber. Da que pensar que el director sea de estos entendidos que siguen pensando que si sale una señora enseñando el potorro gratuitamente, la gente considerará que está viendo una buena película. Eso de enseñar las tetas y demás hay que saber hacerlo. Existe mucho marisabidillo que se cree que el público demanda Sexo, violencia y drogas y ya está... Con eso, a su entender, la gente exclamará: "Peliculón".

En esta película no es el problema creerse la estupidez de la trama que aquí se presenta desde el minuto uno, el tema está en la relación increíble y penosa entre padre, hijo, amantes, ex parejas, asesino chulo macarrilla, niña tonta y perro atado a la lluvia. Una serie de personajes a cada cuál, más deprimente. Lo del padre hay que comprender que la droga idiotiza, pero es que el pobre Thomas H. Church realiza un papel infame. Aparte que lo que vas viendo es una cantidad tal de clichés, de parodias empobrecidas, de escenas vistas en películas buenas, y de situaciones desagradables que te amargan, un argumento que no hace más que dar y dar vueltas para no llegar a ningún sitio.

Aquí, partirle la cara a uno tiene la terrible consecuencia de pintarle con carmín un moflete y arreglado, así aparece luego el agredido. Pondremos un 2 en vez de un 1 por las sufridoras mujeres que aquí trabajan el doble que ellos y seguro que cobraron la mitad.

Adaptación de una polémica obra de teatro de 1998, con un marcadísimo cargamento sexual y violento. El resultado es una cinta independiente de desarrollo lento y desenlace excesivamente brusco, quedando un poco la sensación en el espectador de que se ha perdido el tiempo.
Bien es cierto que la última media hora de metraje concentra un trabajo interpretativo magnífico de todo el elenco, en una larguísima escena (o último acto teatral, también se podría decir) donde se llega al clímax (en más de un sentido). Lástima de ese abrupto final (desconocemos si en la obra original es el mismo), buscado a drede para ofuscar a la audiencia, que deja todo a medio sabor de boca.

"Si me insultas de nuevo, te voy a cortar la cara y la voy a usar sobre la mía" es la amenaza que le profiere Joe Cooper -encarnado por el aquí genial Matthew McConaughey- a la adúltera white trash interpretada por Gina Gershon antes de dar paso al momento más sórdido de Killer Joe, en el que una pata de pollo (sí, una pata de pollo) es la vedette. La escena -larga, en el interior de un remolque- junto con el clímax de Cosmópolis en la pocilga de Benno, me amiga con cierta teatralidad instalada en el cine; y el cine, o por lo menos lo que yo creo que debería ser el cine, grita un brutal "presente" ya desde el comienzo de Killer Joe: el sonido metálico del abrir y cerrar de un zippo, el relámpago gigantesco que atraviesa el cielo, la lluvia aplastante y el aterrador ladrido de un perro atado. Por estas y otras razones, los Coen venderían a su madre por haberla filmado mientras que el casi octogenario William Friedkin, a cuatro décadas de El Exorcista, nos recuerda que sigue siendo el Rey a la hora de retratar el Mal.

Película que huye de efectismos y sutilezas, aquí no hay amigos ni nada que se le parezca, es la degeneración encarnada una vez más por el inquietante Matthew McConaughey, pero sin poses ni miradas al infinito.

Todos los actores están geniales en sus papeles de busca-vidas y arrastrados. El plan es sencillo: un tipejo de poca monta, jodido por tanta deuda, no tiene mejor ocurrencia que ingeniar contratar a un matón profesional que se encargará de liquidar a su "encantadora" madre: una espectacular Gina Gershon, que a pesar de su edad, sigue siendo una belleza que no duda en darlo todo, (y cuando digo todo, es todo) para dotar a su papel de un realismo desagradable y oxidado.

Todo para cobrar el seguro de vida. El problema es que quien intenta robar al ladrón mayor, no se percata de la fatal decisión. Ahí es cuando entra en escena McConaughey.

Se suele utilizar con demasiada frecuencia la palabra "sórdida", pero aquí tiene plena justificación: cuando contemplas la escena del pollo y la felación, pocas cosas te quedan más por ver en el cine que te impacten de esa forma, (la muerte de Murphy en Robocop, Harvey Keitel en Teniente Corrupto, la paliza final en Cassino o la tortura a Alabama en True Romance...) y todo ello encarnado por el antiguo "galán" tejano.

En resumen: gran película, que recupera el espíritu de Friedkin tras el fallido conservador remake de "Teniente Corrupto". Y nos brinda a un actor cuya brutalidad contrasta con sus "delicadas" formas.