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El pasado

Drama Después de cuatro años de separación, Ahmad viaja de Teherán a París a petición de Marie, su esposa francesa, para resolver los trámites de su divorcio. Durante su estancia, descubre la conflictiva relación entre Marie y su hija. Sus esfuerzos para mejorar esa relación sacarán a flote un secreto del pasado. (FILMAFFINITY)
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Críticas 57
Críticas ordenadas por utilidad
14 de mayo de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En "Nader y Simin, una separación" asistíamos al divorcio del matrimonio del título, bajo la mirada dolorida y perpleja de su hija Sareh, a quien en la última escena el juez interpelaba acerca de con quién quería ir a vivir. Ahora, en "El pasado", Asghar Farhadi vuelve a adentrarse en el mismo tema al presentarnos a Ahmad que llega a París desde Teherán para firmar su divorcio con Marie. En su breve estancia, ella le pide que tercie con su hija mayor Lucie, adolescente que rechaza de plano a la nueva pareja de su madre, Samir, y cuyas revelaciones desenterrarán secretos y mentiras de un pasado turbulento. Las conversaciones y confidencias se suceden a varias bandas, mientras las sorpresas abundan y las intenciones quedan en la duda... porque es difícil saber qué sucede en lo mas profundo del corazón cuando los celos, los equívocos o la necesidad de llenar un vacío dan juego a la imaginación y provocan oleadas de dolor y reproche.

Llama la atención la naturalidad y el realismo con que el director iraní se acerca a realidades humanas y sociales de envergadura. Y también su capacidad para enganchar al espectador con historias de interés, y para suscitar reflexiones acerca del comportamiento de unos personajes a los que no juzga... porque les comprende. A Farhadi no le basta plantear una cuestión y ponerse de parte de un personaje o de otro: no hay un culpable en las relaciones humanas -y menos en las cuestiones matrimoniales-, porque cada uno tiene sus motivos para actuar y cada cual busca la solución que cree mejor... o la que las circunstancias le permiten. Un guión escrito a conciencia obra el milagro de seguir la historia con facilidad, entrando a los matices y a las disquisiciones de cada uno, dosificando la información hasta conseguir verosímiles puntos de giros narrativos cargados de dramatismo y no de engaño (al espectador): no hay falsedad ni manipulación, sino verdad y un profundo conocimiento de la psicología humana.

Significativo es el plano inicial de los títulos de crédito con un parabrisas que trata de borrar el título de la película que aparece en la pantalla. ¿Podemos borrar el pasado? Eso es lo que pretenden unos y otros en su necesidad de vivir el presente, y lo que inútilmente tratan de ocultar con suspicacias e imaginaciones. ¿Se debe vivir con certezas o es necesario dejar margen a la duda y ponerse siempre del lado de la persona? Algo de eso es lo que los médicos dicen a Samir acerca del estado de su esposa en estado de coma, o lo que Ahmad trata de sugerir a Lucie para que comprenda a su madre Marie. Lo que es seguro es el dolor y el perjuicio que las infidelidades y/o separaciones matrimoniales provocan en los hijos. Basta con ver a esa desconcertada adolescente o a los dos pequeños para comprender que su futuro comienza ahora a construirse y que lo hará sobre un pasado traumático. La conciencia de culpa, el desconcierto afectivo, la falta de raíces claras... son heridas para una infancia inocente.

Bérénice Bejo fue galardonada en Cannes como mejor actriz, y su trabajo como mujer histérica y pasional, complicada y manipuladora, es excepcional. Pero no lo es menos el de Ali Mosaffa dando temple a Ahmad o el de Pauline Burlet aportando toda la sensibilidad adolescente a Lucie. Pero, sin duda, detrás de estos grandes actores está un director que sabe contener su expresividad para que en ningún momento se alejen de la realidad cotidiana, y alguien que tiene oficio para saber esconderse detrás de la cámara y confiar en la fuerza y profundidad de su guión. Los divorcios encadenados, las mentiras manifiestas o silenciadas, los afectos locos de grandes y pequeños... todo contribuye a que asistamos a un intenso drama en el que el espectador no sabe quién tiene razón, qué buscaba Marie con su estudiado plan, o qué afectos han muerto y cuáles están en coma clínico en estos atribulados personajes.
La mirada de Ulises
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30 de octubre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
!Toma ya!. Un melodrama familiar, de atmósfera casi teatral, siempre al borde del precipicio emocional facilón y encima de más de dos horas..., y este señor dotado de la gracia divina de los Lumiere lo convierte en una historia apasionante, donde el tiempo es manejado con precisión milimétrica de relojero suizo, y la tensión es de infarto durante todo el metraje en un juego de matriuskas demoledor servido por un elenco actoral que encaja a la perfección.
Nadie es inocente en las relaciones humanas y los damnificados suelen ser los niños y los adolescentes que intentan entender el laberinto de pasiones, egos, venganzas y demás miserias de la convivencia en común una vez que pasa el temporal de eso que llamamos amor. El continuo batir de la marejada de los adultos acaba provocando tsunamis en las playas donde solo se quiere jugar y disfrutar de los niños se refleja en esta obra de forma magistral y ninguna escena tiene desperdicio. Fahari nos hace morder el anzuelo desde el primer momento y con la suavidad y la paciencia de su mirada nos da todo el carrete necesario para que nos olvidemos de él y solo tengamos la atención ante lo que nos presenta. Al final acabamos encantados de que nos devore uno de los mejores directores contemporáneos.
ELZIETE
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16 de enero de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Por no morir de angustia y de vergüenza, los hombres están siempre condenados a olvidar las cosas desagradables de sus vidas, y cuanto más desagradables son, antes las olvidan". Así sentenciaba un inspector sin nombre encarnado por Roman Polanski en Pura Formalidad, de Giuseppe Tornatore. El argumento, sin embargo, no estaría completo sin añadir que el olvido, por muy pretendido que fuere, nunca llega a ser real, siendo únicamente posible su camuflaje bajo la alargada sombra de la incomunicación. Y sólo por mediación de esa incomunicación se puede explicar la latencia de los fantasmas del pasado en un presente que finge haberlo olvidado, núcleo semántico de El Pasado.

Asghar Farhadi tiene muy claro lo que quiere contar y por ende no necesita ofrecer más pistas con un título que, en otros casos, podría resultar muy ambiguo: aquí marca sin más dilación el origen del (de los) conflicto(s) presente(s) desde la primerísima secuencia, así como la dirección en la que se articularán a lo largo del metraje. Tampoco le hace falta reforzar de modo más explícito y superficial la idea de la incomunicación, a pesar de a tener material diegético para eso (diferencias culturales e idiomáticas), que emplea de manera más coyuntural que instrumental. El cineasta iraní sostiene la fuerza de su guión, redondo, en dos pilares principales: por una parte, la implícita declaración de intenciones de esa primera secuencia, minimalista, que presenta un marco relacional que, si bien no constituirá la línea de conflicto principal de la narración, sí el espacio de confluencia y resolución de los mismos; y por otro lado, el personaje protagonista y su posición con respecto a las verdaderas dialécticas argumentales, que lo afectan sólo de manera colateral y por tanto permiten su intervención en las mismas con un acercamiento más desmediatizado e íntegro.

A partir del ecuador de la película, cuando ya las cartas sobre la mesa comienzan a estar claras, la narración comienza a tejer una dinámica en la que queda patente que los fantasmas del pasado, cuanto más enterrados y ocultos, más nocivos se vuelven, y que así serán sus efectos en cuanto emerjan inevitablemente a una superficie en la que pueden causar muchos estragos, siendo justo ese personaje protagonista, externo a los más dañinos de esos fantasmas, el reactivo limitante que ayuda a paliar esos efectos y a encauzarlos de un modo lo más constructivo posible, dada la dicha "desafección" directa con los mismos y su voluntad de redención personal, a pesar de que no fuera él en absoluto el causante o catalizador de todos esos problemas. La discreta semilla de culpa que lo empuja a la acción estaría más bien articulada en el sentido de no haber hecho lo suficiente por esos personajes (y he aquí nuevamente el tema de la incomunicación) que ahora sufren los efectos de otras relaciones. Estamos, por tanto, ante una instancia muy particular y minimalista del "mesías redentor", desprovisto de cualquier tipo de épica, voluntad de medallas o interés particular en sus empresas.

La calidad del conjunto, en términos formales y narrativos, viene lograda en grandes rasgos no tanto por la pericia de unos diálogos en los que apenas sobran palabras sino más bien por el hábil dominio de los silencios, intercalados con esos mismos diálogos y cargados de una significación aún mayor, a la par de una dirección de actores muy pareja al flujo dialéctico de la narración y que tiene justo en esos diálogos y silencios su principal vehículo de aprovechamiento expresivo. En un mundo asolado por la incomunicación, hablan mejor los silencios que las palabras.
Skorpio
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24 de abril de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este momento, es la frontera entre el pasado y el futuro. Cada acción que realizamos atraviesa el prisma del presente para viajar de ese mundo de sueños y esperanzas que es el devenir, al país de los recuerdos y añoranzas que dejamos atrás. En ese límite imperfecto se sitúa la narración de Asghar Farhadi. En esa existencia suspendida en el tiempo, donde cada elemento del universo se sustenta en una realidad frágil y delicada; y dónde con solo introducir un catalizador, el caos y la fuerza evocadora del tiempo ya vivido retoman su arrasador impulso destructor. Farhadi nos habla de ese pasado ignorado, pero jamás superado, que al retornar al presente es capaz de ejercer su influjo en el futuro. Ese tiempo pretérito cargado de reproches y acciones inacabadas, plagado de errores y pasos en falso. Todo un álbum de recortes de nuestra miseria que al revisarlo, nos devuelve la fragilidad de nuestra condición en un ejercicio de catarsis doloroso y extenuante.

Porque "El pasado", es una cinta desnuda y sencilla, y no por ello menos grandiosa. Es una película real, en el sentido más amplio de la palabra. Una obra descarnada y lacerante que abre heridas en los protagonistas y en la audiencia con un lenguaje pausado y de larga digestión. El director iraní, maneja la narración con una puesta en escena sobria y perfecta para ubicar una cinta que en lo formal, resulta impecable y desarma por su abrumadora honestidad. Con una fotografía turbadora y un trabajo de actores magnífico, Farhadi bucea en el drama del ser humano y su predisposición a afrontar los errores cometidos desde distintos prismas. Sus personajes, se transforman en estereotipos de gran complejidad psicológica sobre los que uno, puede diferenciar las distintas concepciones de la realidad y de la existencia que el ser humano adopta en situaciones de tan marcado carácter evocador.

"El pasado" transita por las vías de la narración por capas, complicando su trama con el devenir de los minutos, como si de un lienzo en blanco se tratara, sobre el cual, los personajes, con sus palabras y nada más, dibujan un entramado de recuerdos y reproches que culmina con uno de los finales más sobrecogedores del cine más reciente. Quizás, justo por ese maravilloso final, la cinta de el director de "Nader y Simin, una separación", resulte descompensada, y deje en la boca un regusto amargo por lo que pudo ser... Pues durante toda la película, el realizador se muestra más preocupado por dotar de personalidad psicológica a sus personajes, dejando el corazón y sus pasiones en un plano más alejado. Un plano, que en la última escena de la obra, golpea con toda su grandiosidad a la audiencia, noqueando conciencias y corazones. La perfección formal de la película, resta calidez a un relato que demuestra todo su potencial desaprovechado en cinco minutos para enmarcar.

Pero aún así, aunque Farhadi no redondee su obra como sí hizo con su anterior cinta, nos encontramos ante un ejercicio soberbio de lenguaje dramático donde la exploración de los personajes y su arco emocional apararecen perfectamente trazados, en uno de los mejores trabajos cinematográficos de lo que va de año. Una película, que no hace más que confirmar el excelente estado de forma del cine iraní y su cruda y sencilla manera de entender los tiempos del relato cinematográfico.
EuTheRocker
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30 de abril de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que me más me agrada y admiro del cine de , es la simpleza de sus relatos, la humanidad de sus personajes, el director Iraní no se nada con complicaciones a la de escoger una historia, y ojo no me mal interpreten, simpleza no quiere decir mediocridad, no es reunir los elementos con los que se cuenta y hacer una historia que nos amarré como espectadores, por que quien podría decir algo en contra de un filme como Una Separación, un filme que dio cátedra en la utilización del conflicto dramático y manejo de personajes. El Pasado recoge muchas de las cosas buenas que tenía el filme anterior de Asghard y las reúne en un pequeño argumento que se va volviendo complicado con cada verdad que sale a flote, incluso roza el melodrama pero de la buena forma, la propuesta está muy bien actuada destacando a Berenice Bejo que se deja la piel en la pantalla, una mujer insegura que parece no querer lo que quiere todavía, no hay moralismos no juicios hacia sus personajes, sólo decisiones que de alguna complican el modo de vida, de alguna forma Fahardi nos dice claramente que el pasado nos puede llegar a definir pero el presente, el hoy depende de cada uno, lo que hoy se haga será pasado mañana, así es el ciclo de la vida. Un filme notable, sobrio e intrigante a su modo, un poco extendido hacia el final después del clímax, pero realmente recomendable, desde ya espero el siguiente filme de este buen director.
CINELOCURA
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