Hasta siempre, hijo mío

Maravillosa película rodada con maestría que nos teletransporta al país más importante del mundo, una de las civilizaciones más antiguas del planeta tierra y que actualmente sigue manteniéndose como la segunda potencia por PIB nominal. No es de extrañar que en ella podamos ver el brutal crecimiento económico que ha sufrido la República Popular China a lo largo de los últimos ochenta años, aunque en esta cinta la historia de la pareja protagonista Liyun y Yaojun se desarrolla entre los setenta y los noventa del siglo pasado. En este melodrama familiar de corte clásico no falta absolutamente de nada y te mantiene en vilo hasta el final.

Me considero un auténtico fanático del cine que proviene del gigante asiático, y me pongo muy contento cuando llegan a mis manos obras de una calidad tan buena como este largometraje melancólico y plagado de sinceridad. Su duración excesiva no hace más que subir la nota del film, ya que todos los sucesos que se desarrollan en sus ciento ochenta minutos de rodaje son tan interesantes que te dejan incluso con ganas de ver más, de ver a todas esas familias de obreros luchadores, la belleza de las ciudades donde habitan, la preciosa fotografía con sus estupendas interpretaciones por parte de los actores son un deleite, el séptimo arte estará siempre agradecido a la aportación de Wang Xiaoshuai en la que puedo asegurar se ha convertido a estas alturas en una de las mejores películas de este primer cuarto de siglo.

El PCCh (Partido Comunista de China) nunca será aceptado por la mayoría de nosotros, los seres más ingenuos e infantiles de la historia de occidente, que hipnotizados por un capitalismo asfixiante bajo la premisa de las drogas, las fiestas y la falsa concepción de libre albedrío que impera en nuestra sociedad no nos damos ni cuenta de lo atrapados que estamos en una vorágine de consumismo, explotación y también bajo el yugo de un régimen autoritario el cual parece difícil descifrar quién es el verdadero líder, pues ya no existe la antigua figura de los primeros dictadores fascistas, ahora mismo detrás de esta barbarie que padecemos existen reyes, súbditos, lacayos y siervos de toda índole, pero también grandes empresas, redes sociales enfermizas que actúan de un modo parecido a como lo hacía la santa inquisición y todos sus allegados de por aquel entonces. En China por suerte, sus habitantes gozan de una calidad de vida y de una igualdad en todos los ámbitos sociales que ya nos gustaría siquiera haber experimentado durante los años dorados de la democracia, cuando éramos un poco más libres que ahora.

Impresionado por completo me dejó la madurez del matrimonio protagonista y de la mayoría de personajes que van apareciendo durante la película, sin lugar a dudas tenemos mucho que aprender sobre como comportarnos en según qué situaciones, sobre como afrontar múltiples problemas de la vida con esa fuerza y ese pragmatismo que caracterizan a estas gentes, las trivialidades muchas veces nos devoran y tenemos que mentalizarnos para poder ver que siempre hay un rayo de esperanza a lo lejos, en el horizonte. Porque al final la vida trata de eso, de poder enterrar lo más doloroso de nuestro pasado y seguir caminando, siempre hacia delante.

No lo voy a negar. La película está rodada con oficio, tiene una buena fotografía y unas interpretaciones convincentes, pero oh calamidad, es esencialmente un tostón. Y no tiene nada que ver con su ritmo cadencioso o sus tres horazas de duración, sino con un problema de fondo y forma.
El primero de ellos, el fondo, es una premisa inicial que no da para tanto metraje. Sin desvelar la trama, todo empieza con un dramón del quince que en un momento dado sacude la vida de dos familias y sigue con las consecuencias de ese infortunio a lo largo del tiempo. Y esto nos mete de cabeza con el segundo problema, el de la forma: no está bien resuelta una narración que abarca décadas. La estructura elegida por el director, a base de contínuos saltos en el tiempo, no impide al espectador el enterarse de lo que está pasando pero promete un misterio terrible flotando sobre la cabeza de todos que luego acaba siendo de lo más pedestre. Este final de Chi Chi Naboo se puede perdonar en una peli de hora y media, pero cuando estás contínuamente pasando de un año a otro y tardas varios minutos en orientarte es que algo pasa (detalles de todo esto en spoilers).
¿Cosas buenas? Pues que ves la evolución social y económica de china a lo largo de dos décadas, pero no mucho más.

El prolífico director, actor y guionista Wang Xiaoshuai (1966) cuya obra desconozco incluida "La bicicleta de Pekín"  Oso de Plata en Berlín 2001 pertenece a la llamada sexta generación de directores chinos, más interesados en la vida cotidiana y en un realismo formal. Desde principios del milenio el cine chino con buenas dosis de autocrítica viene ofreciéndonos con calidad un acertado documento entre otras cosas de los vertiginosos cambios que experimenta su nación. Directores como el malogrado Hu Bo, Bi Gan, o Jia Zhangke  entre otros son un buen ejemplo. Alabo y me gusta su cine.

Sin embargo y aún reconociendo sus virtudes no he podido entrar en esta propuesta melodramática de Xiaoshuai cuyas tres horas de metraje se me han hecho eternas y cuyos bucles temporales narrativos a modo de piezas sueltas de un puzzle anárquico que va tomando forma a medida que pasan los minutos más que complementar a los personajes, en mi caso los han disgregado en su dramático devenir y les han hecho perder fuerza. El como los distintos cambios de rumbo social de su país los han ido condicionando a lo largo de 30 años en su particular drama queda patente desde la primera media hora y a mi juicio se estira en demasía trufado de algunas secuencias para el recuerdo. Ha triunfado ante la crítica internacional y sus actores han sido premiados. Si consiguen entrar, disfrutenla.

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Los matrimonios formados por Liu Yaojun y Wang Lijun, y por otra parte, Zhan Xinjian y Li Haiyan, son muy amigos, a ello contribuye el que Yaojun y Haiyan sean hermanos. Además, cada una de las parejas tiene un hijo, los cuales nacieron el mismo día. Xinjan es el único que no trabaja en la misma fábrica que los otros tres. A Xinjian y Haiyan les van mejor las cosas económicamente que al otro matrimonio. A lo largo de 30 años seguiremos las vicisitudes de estas dos familias y las de algunos de sus amigos.

Wang Xiaoshuai, veterano director y guionista, escribe el guion y dirige, con gran acierto, esta epopeya que abarca tres décadas de su país, precisamente las que más cambios han contenido en la edad contemporánea de ese país asiático. Xiaoshuai se sirve de una mayor apertura en la censura china, algo que ocurre desde 2013, para tocar temas que antes eran imposible mostrar, aunque fueran de dominio público, tales como la política del hijo único, la obligación de abortar cuando ya se había tenido un hijo varón (si bien aquí existían excepciones, aunque difíciles de alcanzar para los pobres), los despidos masivos en las fábricas que provocaron una gran repulsa oficial o la destrucción de casi ciudades enteras, con los consiguientes problemas para sus moradores, para reconstruir dichas urbes. Pero esto, con ser importante en el fondo de este film, no es lo principal, que es la vida de estas dos familias, citadas con anterioridad, en la que la desgracia (y no únicamente por un motivo) es la tónica general en la de Yaojun y Lijun. Tragedia, que no se trata de recalcar, aparentemente, por parte del director, pero que al no tener una narración lineal, sino de flashbacks continuos, se consigue con ello un efecto de bucle alrededor de dicha causa..

La película, de tres horas de duración, se hace en algún momento reiterativa, dando la impresión de no avanzar. Es en su última parte cuando toma verdadero ritmo al encarar la razón del dolor de Yaojun y Lijun, con serias connotaciones, aunque escondidas por ellos, en el matrimonio amigo y el hijo de estos. El perdón será la pieza clave que devolverá la ansiada paz a todos los seres implicados en el accidental y fatal suceso que desde hace años les estaba destrozando.

Por último destacar las grandes interpretaciones de Wang Jingchun como Liu Yaojun y Yong Mei como Wang Lijun.

Cuesta entrar en esta película y seguirla durante un buen rato, por las elipsis, los flashback que no se ven venir y las dificultades para los occidentales de distinguir bien los rostros y averiguar qué nombres son femeninos o masculinos.
Pero cuando las cosas se van aclarando, sobre todo en la última hora, qué maravilla de película, qué emociones tan directas, sencillas, unidas a un laconismo en el lenguaje y a la aparente inmovilidad de las expresiones,
Rodada con una asombrosa naturalidad, sin exageración algunas, te quedas con la idea de que los chinos son como todo el mundo, y que han tenido y tienen que soportar a un Estado que hasta les dijo que solo podían tener un hijo.
Ahora sabemos los problemas demográficos de la China actual, por envejecimiento de la población y por faltar mujeres, porque en la política de un solo hijo se prefería que fuera varón.
La principal pareja protagonista, porque hay al menos tres, es de una interpretación tan inmediata y sincera que impresiona,
Convenientemente podada (es muy larga) y clarificada sería una obra maestra.