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Las zapatillas rojas

Drama. Romance Victoria Page (Moira Shearer) es una joven bailarina aficionada que, en la fiesta de estreno de un ballet de la compañía Lermontov, dirigida por el implacable Boris Lermontov (Anton Walbrook), es introducida por su influyente tía y obtiene una oportunidad para demostrar su valía, empezando por los teatros más modestos de Londres. Al mismo tiempo Julian Craster (Marius Goring) es un joven estudiante de composición, a quien su profesor ha ... [+]
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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
8 de enero de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravillosa fábula no ya sobre la práctica del ballet, sino sobre la entrega a la actividad artística en general, y en cuyo metraje se trasluce el enorme sacrificio y la disciplina casi castrense que siempre son necesarios para alcanzar la excelencia en el campo de la expresividad artística. Tomando como referencia el clásico cuento de Hans C. Andersen, la dupla Powell-Pressburger llena de magia y de colorido la pantalla y nos regala un notabilísimo cuento, trágico y tierno a la vez, y cuya estética permanece en el recuerdo.

Película eminentemente británica, contagiada de esa paleta de colores cuasi expresionista tan propia de los films de la época y de la filmografía de Powell en particular. La utilización de las piezas musicales clásicas colabora enormemente en la cuidadísima ambientación, y el guion, muy bien trabajado, plantea un dilema por todos conocido: el de la incompatibilidad del amor con la práctica comprometida del arte, algo de lo que parece absolutamente convencido el productor ruso Boris Lermontov, personaje escalofriante llevado adelante con extraordinaria solvencia por Anton Walbrook.

Quisiera destacar, además de la muy perceptible magia que desprende el film, los veinte maravillosos minutos de hechizo musical y danza hipnótica que en la película suponen el resumen de la representación de la obra «Las zapatillas rojas», un collage plagado de fantasía, de retazos de sueños y fragmentos oníricos encarnados en la particular belleza e inusitada habilidad de Moira Shearer, musa absoluta de los directores.

Un film clásico e inclasificable, para disfrutar y retener para siempre en nuestras retinas.
Arsenevich
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18 de septiembre de 2007
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película que ofrecen Powell y Pressbruger es espectacular desde el punto de vista visual. Los bailes y la fotografía en general son de una calidad elevadísima.

Sin embargo, el argumento adolece de ciertos prejuicios machistas. La protagonista se ve obligada a elegir entre el amor y el trabajo, sin punto intermedio alguno, algo que todos los protagonistas dan por bueno y que le exigen una decisión al respecto rotunda y definitiva.

La película muestra el sentido naive que imprimían a sus trabajos Powell y Pressbrugger, si bien en este caso, los personajes son muy lineales, muy básicos.

En cualquier caso, merece la pena verse por sus cualidades estéticas y narrativas. Por cierto, el final se asemeja en su tono al de Pandora, de Lewin.
redshoemaker
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1 de noviembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al principio de esta fascinante fábula, hay un diálogo entre espectadores que es clave para entenderla.
Una pareja discute que solo ha entrado en el ballet para escuchar a su compositor, mientras otra pareja sostiene que es la bailarina la que verdaderamente da sentido a la representación. Ambas partes se miran, y con gesto de desaprobación desisten de que la otra entienda.
Así suele ser casi siempre la experiencia del público: superficial, ruidosa y parcial. El arte por completo solo suele pertenecer a los que lo trabajan, o lo impulsan, capaces de apreciar todos los pequeños detalles que lo integran.

Uno de esos impulsores es Boris Lermontov, dueño y organizador de la propia compañía que lleva su nombre, y al contrario que el público que le escucha, plenamente comprometido con el Arte, con mayúsculas.
El Arte, para Lermontov, es sacrificio. Dolor y entrega. Una inmersión total para un renacimiento completo. No admite otra cosa de los artistas a su cargo.
Por eso no le tiembla el pulso en despreciar lujosas solicitudes de mecenas, o tristes aficionadas que él sabe, por anticipado, que no van a dar la talla. La suya es una tarea incansable, que probablemente tiene menos relevancia de la que desearía: él solo coge lo excelente y lo hace conocido, evitando que el público se lo pierda.
Para Lermontov, no hay nada más asombroso que ese bello momento en el que un artista logra transmitir toda la grandeza de su obra a un aforo completo.

Por eso no es de extrañar que, al principio, no quiera dar ninguna oportunidad a la joven Victoria Page, apenas una niña acomodada que se cree que sabe bailar, aunque se le note visiblemente perturbado por su brillante melena roja. El arte sigue siendo solo para los que lo sufren, para los que se entregan, no para los que han llegado a una audición por tener buenos contactos, piensa el dueño del ballet. Para artistas como el joven Julian Craster, recientemente añadido a sus espectáculos como conductor de orquesta (aunque su inclusión venga con cierta fría deferencia por parte de Lermontov, quizá un grado de envidia sin manifestar).
No será hasta después, en una entregada representación de "El Lago de los Cisnes", donde la cámara de Powell y Pressburguer se afana en que sintamos la fiereza de la representación, que la joven Victoria empiece a cambiar la visión del afamado jefe de artistas.
Es entonces cuando Lermontov la dará un papel estelar, promesa de una gran llama que podría levantar la pelirroja Victoria, de la cual hemos visto una chispa entre cisnes: el papel protagonista en "Las Zapatillas Rojas", el cruel cuento en el que una chica baila sin descanso por dos hechizados zapatos carmesí hasta su muerte. Comandada la orquesta por Julian, empiezan los ensayos.

En ellos descubriremos de que no existe "arte por accidente" o feliz casualidad, sino que normalmente el Arte es armoniosa ejecución: una retahíla de movimientos que deben ser reproducidos, una y otra vez, y otra, y otra más, hasta que entre ellos se empiece a atisbar la promesa de algo hermoso. "Una flor en el rocío, una fresca nube en el cielo despejado" lo llama Lermontov a ese algo hermoso.
Uno entendería que el arte se debe crear de cero, se debe ensayar, pero... ¿tanto?

Pero entonces todo cobra sentido.
'Las Zapatillas Rojas' se puede enorgullecer de tener, en su mitad, la secuencia más bella de ballet jamás rodada: una gigantesca expresión de Arte, pintada de vivos colores, solapada por excelente música, donde el escenario carece de límites y la realidad es apenas un sueño lejano.
¿No sabes lo qué es el Arte, no estás seguro de reconocerlo? Esta historia te lo muestra, te lo hace experimentar, de la misma manera que lo haría un artista extasiado en su creación, viviendo todos los detalles añadidos que lo pueblan.
De repente comprendes a Lermontov, y amas la sensación junto a Victoria: por eso, vale la pena no tener tiempo, personas, identidad.
Por el Arte, vale la pena perder Vida.

Pero una gran falla que solemos tener es que nos es imposible alejarnos de la vida. Los amores llegan, el tiempo pasa y hasta los escenarios se olvidan.
De alguna manera, es el precio a pagar por un segundo de éxtasis.
Pero las sensaciones permanecen, tanto en Victoria como en Lermontov, de ese momento en el que ambos se escaparon de esa realidad. Eso es lo que les condena, a ellos como a otros tantos, cuando se permiten sentir la vida tras quedarse desangrados en el arte: nada parece suficiente para curar la herida.

Y la historia se repite, una vez más, la de aquella muchacha que no pudo dejar de bailar, a unos zapatos rojos unida.
Qué triste y dramático. Pero qué bello a la vez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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1 de diciembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la primera impresión que he sacado, los directores han tratado de adaptar el cuento de Andersen a una historia real. El resultado ha sido una obra irregular.

Sólo con introducir música y danza en una obra cinematográfica, ya tenemos una base para hacerla atractiva. Si somos capaces de disfrutar de esos dos elementos, ya no nos iremos de vacío en el visionado.

El argumento está planteado en tono pintoresco, jocoso, hay la liviandad propia de los cuentos para niños. Eso la hace ligera, los detalles del guion están sin afilar.

Los personajes no están demasiado humanizados, ello se traduce en que se nos muestran personajes estereotipados, hechos con trazo grueso, demasiado básicos.

Las zapatillas rojas representan la fama. O también la pasión por ejercer determinada actividad. El desprenderse de las zapatillas implica la muerte de una parte de nosotros, pues ese algo nos ata y nos esclaviza. Por muy ampulosos que sean los frutos que nos otorgan.

A pesar de todo, la cinta no se llega a hundir, quizás se deba al vigor que le insufla la danza, quizás al ritmo amable y entretenido, quizás al deseo de comprobar "qué pasa con el cuento de Andersen". O a todo ello.

Un 5,8. En conjunto tenemos una película aceptable, a pesar de las carencias.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tombol
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7 de agosto de 2016
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegué a esta película traído por una de esas listas de mejores films que pululan de vez en cuando por internet. En este caso, era un pequeño ranking del director Martin Scorsese, y, en él, me llamó la atención la presencia de "Las zapatillas rojas". No recuerdo el puesto que ocupaba, pero su mera presencia ensombreció al resto de títulos. Palabra de Martin.

"Las zapatillas rojas" es una historia de amor por el arte. No, más bien de obsesión. Esto queda claro al inicio de la película, cuando el director del ballet, Boris Lermontov, y su futura primera bailarina, Victoria Page, se dicen el uno al otro, se confiesan, que lo único que les interesa en la vida es el ballet (todos los aspectos del mismo) y bailar, respectivamente. Al respecto, no hay que olvidar al otro personaje protagonista, el compositor, Julian Craster, ni tampoco a su pasión, la música: ambos, arte y artista, comple(men)tan al resto de disciplinas por las que los personajes de la película se desviven. Recuerden, si no, lo que dice Boris Lermontov varias veces a lo largo del film: "Nothing, but the music".

Sin embargo, esto no llega a quedar bien reflejado a lo largo de la historia, a excepción del director: ni las ansias por mejorar hasta la perfección, ni la constante dedicación a su "razón de vivir", ni el carácter despótico que deberían mostrar los protagonistas, tanto para con los demás como para sí mismos. Esto puede deberse al trabajo de los actores, pues supongo que algunos vinieran del mundo de la danza y se convirtieran en actores por un momento. O puede deberseal guión, sobre todo por esa historia de amor que se entremezcla con la historia central de amor por el arte: un romance naíf, simple, ingenuo. No sé si decir que es el tipo de amoríos propio del cine de la época, porque no soy un experto en cine de la época, pero, bueno, ya lo he dicho. Que no me lo creo, vamos.

Pero como historia de obsesión por el arte, cuando la danza y la música salen a escena, en forma de ballet, todo lo malo queda eclipsado. El eclipse no deviene por la gracilidad y naturalidad del baile, ni por la dulzura de la maravillosa partitura que suena. No. Bueno, quizás sí, un poco, pero yo no tengo ni idea de nada, y menos de música y ballet. Las escenas de la representación del nuevo ballet "Las zapatillas rojas" (dirigido por Boris Lermontov, protagonizado por Victoria Page y musicalizado por Julian Craster) son lo mejor de toda la película por cómo han sido filmadas: por la iluminación expresionista, por la irrealidad de la fotografía en technicolor, por los movimientos de cámara, y por los trucos al más puro estilo Méliès. No hay que saber de ballet, ni de cine, ni de música, ni de fotografía, para apreciar que es en esos minutos donde reside la reputación de la película y por los que merece la pena ser vista.

En cuanto al final, también hay dos vertientes: el de la historia de amor y el de la historia de amor/obsesión por el arte. Aquí también eclipsa el segundo al primero, con una escena tan bonita como conmovedora (ver spoiler).

En definitiva, "Las zapatillas rojas" es un gran ballet filmado, pero una película que no es nada del otro mundo. ¡Maldito Scorsese! Tenías razón y no la tenías. Aún así, seguiré escuchándote. Palabra de Martin.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Antoine Czirszn
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