El viaje a ninguna parte

Fantástico homenaje el que realizó Fernando Fernán-Gómez a los actores de teatro que malvivían de modo itinerante por los pueblos para ganarse el pan. Esta adaptación cinematográfica de su propia novela cuenta con un reparto impresionante del cine español, destacando - aparte de su propio autor y director - un espléndido José Sacristán como el protagonista Carlos Galván, Juan Diego en el papel del contable Maldonado y Gabino Diego como el ingenuo Carlitos. El elenco femenino tampoco va a la zaga, sobresaliendo Nuria Gallardo y Laura del Sol.
Una visión que pretende ser cómica como el oficio de sus personajes, pero que muestra al mismo tiempo las miserias y humillaciones que han de soportar unos intérpretes que viven su profesión con todo el esfuerzo y talento del que son capaces. Unos cómicos a los que la gente necesita para reírse y que, paradójicamente, son tratados como un estamento de la más baja clase social.
Magnífica perspectiva la que ofrece Fernán-Gómez sobre las esperanzas e ilusiones de esta compañía compuesta por los Galvanes. Tantas son las de éstos, que como decía Calderón: "La vida es sueño". Un deseo en el que se entrometerá el apogeo del cine.
El único pero que puede ponérsele es, quizá, una duración excesiva.

Una de las pocas grandes películas del cine español de los últimos años. Si Stanley Donen supo plasmar de manera genial el paso del mudo al sonoro en su irrepetible “Cantando bajo la lluvia”, quizá ninguna otra obra ha sabido reflejar con tanto talento el proceso por el cual, tanto en España como en otros muchos lugares, el viejo y artesanal teatro ambulante, de cómicos errantes, desapareció ante el empuje del cine, la despoblación de pueblos y pequeñas ciudades y el proceso de modernización que experimentó el régimen franquista desde finales de los 50. Y todo ello en medio del desprecio y el olvido.

A ratos hilarante, por momentos amarga, pero basada en un sólido guión, con personajes íntegros en su complejidad y contradicciones. Y cimentada sobre todo en unas magníficas interpretaciones. Da gusto encontrarse con verdaderos actores, que además vocalizan como los ángeles. También da cierta pena comprobar cómo un excelente intérprete como Juan Diego se arrastra por alguna que otra serie televisiva haciendo el ganso. Y algo parecido podría decirse de Gabino Diego, que, sin ser un gran actor, aquí no desentona lo más mínimo. Una España de otro tiempo, un cine de otra época y un teatro que ya no existe. Quizá peca de exceso de nostalgia –y de metraje, por qué no decirlo-, pero la carga de emotividad que emana la película hace que sea casi imposible desligar ambas cosas.

Zangolotino. Qué oficios. La voz de la sangre. Los pámpanos de Baco. Bandoleros de hoy. Quince mil pesetas. Cómicos de la legua. De dudosa moralidad. No descansan en tierra santa. Vagabundos. Nómadas. Invisibles. Extras. Un bar en Rota. Mentiroso compulsivo.
Productores Maribel Martín, Fortunata y Jacinta, la rubia, fue actriz, y Julián Mateos, Oscuros sueños de agosto, por ejemplo, fue actor, matrimonio truncado prematuramente por la muerte joven de él, guapos y amorosos, curiosos.
Música de Pedro Iturralde, músico de jazz.
¿Y qué fue de Laura del Sol? Carmen. Yo la tengo presente en esos ochenta. Estaba bien. Lo hacía bien. Un poco ruda. Y dulce.
(Peri)patetismo. Hambre. Miseria. Es mejor cuando mezcla toda esa, tanta derrota fiera con la risa o comedia, baja o desciende a los infiernos de la negra y tediosa pena que cuando se vuelve más sentimental o memoriosa, en el asilo, se amodorra y espesa, demasiado lamenta o llora, se pierde, estanca y atonta, atora, prefiero los hechos a los recuerdos, la vida a la muerte, es lo que tengo.
Es superior el principio al final. La llegada del pasmarote, todos esos grandes momentos, según avanza, va perdiendo fuelle, interés, igual que con esa tendencia forzada a cerrar las escenas como si fueran sketches independientes, casi pequeños capítulos.
La España de la posguerra eterna, los pueblos de Castilla, Agustín González lo borda (toda su historia es muy buena), el cine que llega, los pueblerinos burros, Carmelo Gómez, la existencia entera como una enorme llaga, herida que no cierra, solo el sexo libera o alegra, rebaja y consuela.
Los actores están/son soberbios, especialmente Sacristán y Diego, personaje literario en el buen sentido, exagerado, monologuista, palabrero, parodia, homenaje, citador/contador incansable, Talía mediante, Baco siempre presente, sin olvidar a Gómez, por supuesto, y al otro Diego, Gabino, caricato enorme, y Rosa, Nuria Gallardo y la Ponte, siempre, toda la corte del faraón Fernando.
En mi humilde opinión, hubiera quedado mejor sin los cortes recordatorios, hachazos inopinados al buen discurrir de la historia y sin ese final moroso, con la trama más de primera mano, a pelo, a bote pronto, realismo de road movie patrio y ya, más que suficiente. No me gusta la estructura narrativa ni el tono fúnebre/vampírico/tétrico/plúmbeo que le da ese Rellán como psicólogo necrófago del pobre Pepe.
En fin, que bien, pero con reservas varias, no es de reclinatorio, solo ciertos aspectos o momentos; Fernán Gómez, por otra parte, fue un gigante, qué duda cabe, pero no sé, su cine tiene algo de deshilachado/desmañado o demasiado transparente, discursivo, evidente, lastimoso, errante, no me llena del todo, quizás muy explícito, algo me falta o me sobra normalmente, interesante, lejos de ser perfecto.

Descorazonador retrato de la España de la postguerra el que nos presenta Fernán-Gómez en esta desgarradora película, la cual por momentos te parte el alma y por momentos te arranca una sonrisa. Alterna estupendamente los toques de humor con el drama en un montaje un tanto enrevesado, donde solo hacia el final se hace un pelín farragosa, alargando innecesariamente la cinta, creo que si se hubiese suprimido solo un par de minutos ganaría notablemente, porque toda ella es contenida y en ningún momento busca el sentimentalismo, más bien huye de él, solo al final le hace una concesión.
A través de los recuerdos del protagonista que mezcla imaginación y realidad nos va relatando las peripecias de un grupo de cómicos en esa España en la que la miseria y el resentimiento campaban a sus anchas. Una vida ciertamente difícil, con el hambre como fiel compañera, y en la que a menudo el desprecio o la indiferencia eran toda la recompensa posible. Unas vidas sin esperanza, sin futuro, se me atojan como una metáfora de un país que vivía del mismo modo. Las huidas hacia el humor son varias y acertadísimas, sobre todo por parte del personaje de Gabino Diego, que realiza una muy buena interpretación, también Juan Diego lo hace, y si hablamos de Fernán-Gómez que podemos decir, tenia creo que merecida fama de mal genio, pero también de ser un genio y en ambos casos parece que justificada.
La cinta nos toca el corazón en varias ocasiones, nos emociona y algunos de sus pasajes son antológicos, es cierto que el final es superable, pero en su conjunto mantiene un muy alto nivel, y yo me alegro doblemente, porque ya la he visto en varias ocasiones y he podido disfrutar de dos horas de muy buen cine, y sobre todo porque es una película de aquí, demasiadas veces cuando tengo que opinar de películas españolas, dudo, lamentablemente esas opiniones pocas veces son positivas, quizás sea mi culpa, pero pocas películas españolas me llenan, pero cuando esto sucede, cuando esas películas me llegan al alma, cuando me convencen, y en este caso ello ha sucedido plenamente, me encanta y lo celebro por partida doble.

Esta historia de la posguerra es un plato complicado de digerir, este retrato de los perdedores, de buscavidas, vagabundos, en el peor de los escenarios intentando sobrevivir resulta triste, duro, áspero y hace que sea difícil disfrutar lo que uno ve, esta es una película que se padece.
Aún así hay mucho a destacar, empezando por un reparto impresionante, cada minuto de Fernán-Gómez, Juan Diego o Sacristán son oro puro, interpretes que por desgracia ya no surgen, auténticos cómicos como los que retrata la historia.Me quedo también con la reflexión sobre lo vivido, sobre nuestra memoria y lo que son nuestros recuerdos, parte verdad de lo que ha ocurrido y parte pura novela, una idealización de nuestra vida donde no somos objetivos con los hechos y a medida que pasan los años se deforma más lo que realmente ocurrió y se acaba creando una propia mitología sobre nuestra vida.