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Chantaje en Broadway

Drama. Cine negro Burt Lancaster encarna a un famoso y ambicioso columnista que domina todo Nueva York a través de la información que habitualmente consumen sus más de 60 millones de lectores. Pero como todo el mundo tiene un punto débil: su hermana pequeña. Todo cambiará cuando ésta se enamora apasionadamente de un guitarrista de jazz y los instintos más básicos del periodista salgan a relucir. (FILMAFFINITY)
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Críticas 47
Críticas ordenadas por utilidad
12 de octubre de 2005
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una obra maestra centrada en el mundo del periodismo y todo el conjunto de intereses que en torno a él confluyen. Película soberbia, llena de amargura, talento e inteligencia con un soberano guión de Clifford Oates y Ernest Lehman, e interpretaciones extraordinarias de Curtis como el miserable agente de prensa y Lancaster como el columnista influyente y despiadado, respaldado por un grupo de fabulosos secundarios.
Mackendrick ejecuta una dirección precisa y llena de madurez, lo que unido a la agudeza, dobles intenciones y la agilidad de la narración, a su genial atmósfera teñida de jazz, hacen de ella una obra maestra indeleble y una película literalmente deliciosa.
kafka
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8 de abril de 2017
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosa amalgama de “noir” y melodrama que, debido a la inconsistencia de este último, no acaba de ligar. En efecto, el elemento melodramático flaquea hasta el punto de casi hacer zozobrar la película toda. Ello se debe, por un lado, a la inoperancia absoluta de la lozana parejita de enamorados, sobre todo la del cariacontecido guitarrista encarnado por un Martin Milner tan expresivo como una acelga; y, por otro, a que el motor de la historia —y no me refiero a “la lucha de clases basada en la propiedad privada de los medios de producción”, ojalá— resulta un tanto abracadabrante, salvo que aceptemos que tras el amor fraternal del todopoderoso columnista J. J. Hunsecker por su núbil hermana se esconde una generosa ración de deseo sexual no satisfecho —tal como varias secuencias dejan entrever—. Tratándose de un “locus” por demás trillado, me parece una razón bastante pobre.
Trampas argumentales aparte —ya se sabe que sin subterfugio no hay “noir” que valga—, el retrato que “Sweet Smell of Success” —¿quién perpetraría ambos títulos, el original y el español?— hace de los bajos fondos de ese Broadway el brillo de cuyos neones no alcanza a disimular toda la mugre que se amontona a sus pies, es un estupendo y poco conocido ejemplo del casi siempre sugestivo género.
“Sweet Smell of Success” hace gala de una potencia visual admirable. Las panorámicas de la famosísima avenida neoyorquina son espléndidas, y el uso del contrapicado incrementa la sensación de “terribilità” que atraviesa a los personajes como una electricidad maligna. Especialmente imponente hace aparecer a un Burt Lancaster más cercano al implacable Dios veterotestamentario que al mero plumilla maledicente que de hecho interpreta. Asimismo, los corrosivos diálogos a cargo de Ernest Lehman y Clifford Odets están escritos con bisturí, si no con rifle de francotirador. El florilegio de sentencias salido de las bocas de tan despreciable fauna es digno de figurar en la Gran Enciclopedia de la Infamia.
Mención aparte merecen los dos protagonistas. Soberbios ambos, cada uno a su modo. A Tony Curtis no le tiembla el pulso pese a estar todavía rompiendo sus primeras lanzas. Y ante qué oponente, un Burt Lancaster camino de su dorada veteranía. El primero se mete en la piel rastrera y aduladora del arribista con gran mérito, mayor si cabe tomada en cuenta su apariencia de estudiante modelo y perfecto yerno. El segundo, como quedó apuntado unas líneas más arriba, compone una figura casi escultórica, temible. El carisma de Lancaster le permite adueñarse del plano sin apenas esfuerzo, si bien es cierto que Curtis trata de hacer lo propio usando su nerviosa interpretación a guisa de cuña. El duelo que se establece por acaparar la atención del espectador eleva el tono de una película, insisto, demasiado lastrada por los endebles episodios melodramáticos.
Carorpar
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21 de marzo de 2017
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos años después de El Quinteto de la muerte, Alexander MacKewndrick, realizó su primera película en Estados Unidos, con el título original de Sweet Smell of Success. Al perfeccionista director que, aunque nacido en Boston, volvió con sus abuelos a Escocia a los siete años, tras la muerte de su padre, se le atragantó el mundo de Hollywood y solo puso en pie tres proyectos (uno compartido) en los USA, antes de dedicarse a la enseñanza; abandonando su carrera de cualificado creador.

Chantaje en Broadway es un alegato sobre las imprescindibles concesiones que la fama y el poder exigen a sus protagonistas: un influyente columnista de prensa, J.J. Hunsecker (Burt Lancaster) y un joven conseguidor de nombre Sidney Falco (Tony Curtis); de escasos escrúpulos y al frente de una agencia poco creíble, especialista en rastrear las presas cuando silba el periodista.

Cuando las supuestas verdades que cada mañana aparecen en las páginas de un diario, marcan la hoja de ruta de políticos, inversores, agentes artísticos, vigilantes y demás farándula mafiosa que, como polillas, acuden a la Avenida de los 19 teatros de Nueva York; las plumas se convierten en rifles de francotirador y los encargados de la munición encuentran proyectiles hasta en las cloacas, sin importar que, en ocasiones, la pólvora esté mojada.
La noche, en Broadway, es un lugar sin cabida para la ética, la amistad, la dignidad o el más mínimo afecto. Ningún obstáculo que pueda frenar la vía lubrificada de la corrupción.

Podríamos decir que MacKendrick pinta con maestría el aire de aquellas bochornosas veladas de los años cincuenta del siglo XX, enmarcadas por la adecuada y evocadora música de Elmer Berstein. Para coger oxígeno hay que salir de la escena.
Sinhué
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2 de mayo de 2009
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El argumento nos presenta a un columnista del periodismo, de gran fama y poder interpretado por Burt Lancaster (al estilo de Antonio Gala, Manuel Vicent o Juan Manuel Prada), que se cree más de lo que en verdad es (la vanidad hace que transcurrido un tiempo más dura sea la caída).

Para el citado columnista de fama, trabaja otro pseudoperiodista o buscavidas del rango amarillista tirando al color de la mismísima mierda, papel que hace magistralmente Tony Curtis, esto es: un periodista correveidile o "lleva-trae" infamias, destrucción del honor y de la estabilidad de otras personas, tan sólo para él poder mantener su miserable existencia, incapaz de ejercer su profesión de representante o de lo que sea (pues ni él lo tiene claro) con honestidad o ética.

Sin duda una película que deberían ver mensualmente como si de un ejercicio de autocrítica y revisión se tratara, muchos periodistas de nuestros días, por ejemplo en España los de la Cadena Ser, Público, El País, El Mundo, la Cope, Tele 5, La Sexta, etc., etc., pues cada día que pasa se dedican menos a investigar u ofrecer noticias con objetividad y más a la adulación de los superjefes que están por encima de ellos y la denigración de quienes no pertenecen a su grupo ideológico. Son de auténtica pena, penita, pena. Por esto "El dulce sabor del éxito" les puede valer para mirar la porquería que tienen acumulada en sus propios ombligos y la necesidad de que se la lavaran más a menudo, si es preciso hasta con "Zotal".
stefani
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4 de septiembre de 2010
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
J.J. Hunsecker es un egoísta y presuntuoso rector de un popular periódico de Nueva York. Pero cuando se entera de que su hermana está comprometida con un músico de Jazz (al que no le soporta y siente celos), intentará por todos los medios separarle de su hermana para siempre. Con la ayuda de Sidney Falco, que trabaja para él, llevarán a cabo un plan retorcido (más retorcido que un sacacorchos) y depravado.

Magnífica e interesante película que mezcla el periodismo y el más puro estilo del cine negro y gángster de los años 50. No solo la magistral fotografía de James Wong Howe hace envolvernos en ese entorno terrible y amenazador característico del cine negro, sino que también, la ambientación musical de Elmer Bernstein nos evoca el olor de la suciedad, de la corrupción y de la mugre de las calles de la ciudad de Nueva York. Un inquietante guión, envenenado de malicia, que contiene diálogos perspicaces y persistentes en la memoria. Como también es digno de mención, el sensacional duelo interpretativo que se marcan Burt Lancaster y Tony Curtis, memorable e imprescindible.
Angel Lopez
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