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El prado

Drama Irlanda, 1930. Un campesino trata de defender, a toda costa, la parcela de tierra que su familia ha cultivado durante generaciones y cuya subasta pública es inminente. Ni siquiera su propio hijo parece decidido a defender su legado de sangre. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
4 de febrero de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
30/30(31/01/18) Notable film irlandés de Jim Sheridan, dirigida y escrita por él, adaptando la obra teatral homónima de John B. Keane de 1965, una sensacional oda a la Verde Eryn, a las raíces de las gentes rurales, a su comunión cuasi-sagrada con la tierra, gente dura, con sus aristas, virtudes, imperfecciones, manías, religiosidad, paganismo, muy humanos. Una infravalorada cinta magníficamente ambientada en los años 30, se huele la humedad, la gelidez, el feísmo, teniendo como punta de lanza a un majestuoso Richard Harris de protagonista un Titán entre titanes que arrolla con su poderosa personalidad, epítome de la fuerte y a la vez frágil Irlanda. Un relato donde se dan cita la obsesión enfermiza por la tierra, el costumbrismo, asesinato de animales, trabajo duro, suicidios, subastas, venganza, crímenes, turba, racismo, sermones incendiarios, sentimientos de culpa, ataques de locura, y sobre todo la Ley de la Tierra, un cóctel fogoso que desprende dramatismo y emoción, envolviéndote en una historia que te cala por los muchos matices que desprende.

La cinta ya te atrapa desde su prólogo turbador con dos tipos arrastrando a un carro con un burro muerto que lanzan desde un acantilado a un lago. El relato tiene su corazón en el retrato de personalidad de “Bull” McCabe, simboliza la Irlanda que ha sufrido por mantenerse en pie, la que ha aguantado todas las desdichas posibles, la que no ha emigrado, la que ha hecho de un trozo de peñascos estériles un prado verde trayendo con canastos de mimbre algas del mar recorriendo millas de campo a través, para convertirlas en turba, un tipo tallado a fuego con la pesadumbre de su trabajo, lo que ha visto hacer generaciones de su familia y ahora debe pasar el testigo a su hijo Tadgh, tipo que ama a su prado como parte de sí mismo, no entiende la vida sin ese trozo de tierra que él ha hecho brillar. “Bull” es un tipo de apariencia duro, grande, se mueve con suficiencia, cuando habla sentencia, nadie le da lecciones, él las da, lleva en sus huesos demasiado dolor como para que nadie le diga lo que hacer o no, su fortaleza deja entrever las grietas de un pasado familiar que solo se apercibe en pequeñas dosis, se nos habla de un hijo muerto años atrás, su espíritu sobrevuela a “Bull” y lo dota de melancolía y sentimientos de culpa que intenta expiar con el hijo que le queda. Está casado desde hace décadas con Maggie (gran Brenda Fricker), con la que hace 18 años que no se hablan ni mantienen relaciones, a pesar de vivir bajo el mismo techo de la cabaña (vivienda que recuerda a “Blanca Mañana” de “El hombre tranquilo”), no entra a la Iglesia desde hace lustros (la Iglesia no quiso enterrar a su hijo en sagrado), el catolicismo como cómplice del poder es expuesta cuando se pone del lado del “extranjero”, “Bull” da un rapapolvo impresionante al párroco (vibrante Sean McGinley) cuando tras cerrar la iglesia, “Bull” le recuerda que lo mismo hicieron en la época de hambruna, y ningún cura murió por falta de comida. La llegada del “extranjero” Peter (correcto Tom Berenger) del hijo de emigrantes representa para “Bull” lo peor, la gente que renuncio a su tierra, que abandonó en el peor momento (cuando la hambruna) su tierra y ahora viene a usurparla. Esto se puede ver como un claro reflejo del salvaje capitalismo en alegoría de lo “nuevo” que arrasa con lo “viejo”, el que no da valor al pasado.
El irlandés Richard Harris encarna a este bastión impenetrable de modo Antológico, con gran barba blanca, con sombrero, con abrigo que le da aspecto de coloso, con un rostro ajado por el tormento de los años, es una fuerza de la naturaleza, un volcán en erupción soltando lava, un portento dominador, despótico, tiránico, mordaz, inflexible, pero entre toda esa coraza deja entrever sus inseguridades, el actor se mimetiza en este hombre desbordando la pantalla, su gestualidad, modo de moverse, convicción en lo que hace, determinismo, un One Man Show por el que le nominaron al Oscar, perdiendo ante Jeremy Irons por su rol en “El misterio Von Bülow”.

John Hurt como “Bird” es el único capaz de interactuar con brío y energía ante Harris, radiante la electricidad e histrionismo (adecuado al personaje), con un humor caustico, con una imagen mugrienta, excelso en su expresión física siempre nerviosa, excelente; Brenda Fricker en un papel escaso (merecía más) demuestra ser una actriz de raza que en pocas intervenciones deja huella, emitiendo ser una mujer tanto o más dura que su marido; Sean Bean como Tadgh, hijo de “Bull”, se nota cohibido ante el coloso Harris, personaje no bien dibujado en desarrollo apresurado, me falta coherencia orgánica en su evolución a trompicones, hace que parte de la trama cojee; Sean McGinley como el sacerdote da una lección de fuerza vital, siendo su zenit el abrasivo sermón a su parroquia. En el guión su intervención tenía menos peso pero por la fuerza de su encarnación fue ampliado su metraje en pantalla; Tom Berenger resulta algo blandito como Peter “el extranjero”, le falta garra para verse adversario de “Bull”, error de casting. Rol alterado de inglés a descendiente de irlandeses venido de USA; Jenny Conroy como la gitana Katie, simboliza todo lo contrario que “Bull”, es el nomadismo, el ir con el viento, el no atarse a una raíz, el vivir libre de lastres, y a esto se siente atraído Tadgh, ella exhibe jovialidad, cumple sin más.

Un relato sombrío, oscuro, lóbrego que deja indiferente, embestido de complejidad moral, donde cada uno tiene sus razones, y todos pueden estar equivocados. Con un ritmo pétreo y fluido, con diálogos secos, con pequeño goteo de humor sardónico, con picos de una enorme intensidad, con situaciones que ahondan en la unión del espacio donde uno crece con su propio ser… (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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5 de diciembre de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya unos años que vi esta película por primera vez. Me encantó. Sin embargo, sin saber muy bien el por qué, hoy me ha venido a la cabeza y he sentido la imperiosa necesidad de compartir mi recuerdo contigo.

Bull McCabe, interpretado por Richard Harris, creo que podría ser considerado como el mejor personaje de la historia del cine. No me imagino a otro actor haciéndolo, es como si Harris hubiera nacido para interpretar al testarudo Bull: esa presencia, ese lenguaje corporal, ese rostro, ese temperamento, esa personalidad arrolladora, esas miradas... Una sola mirada de Richard Harris tiene más cine que todos los taquillazos de la última década juntos.

Una historia de un hombre atormentado hecho a sí mismo. Una historia de quien, a pesar de ser consciente que vive en un mundo que ya no controla, se empeña en hacer lo que ha hecho durante toda su vida: estar al mando. Una historia en la que no hay lugar para los buenos y los malos. Una historia abocada a la tragedia desde el mismo comienzo.

El prado, un ejemplo perfecto de lo que es capaz de llegar a conseguir el cine.
McNulty
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8 de julio de 2010
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película tiene mucho de humano, todo ronda por 'el prado', pero cada personaje tiene sus sueños, intereses, emociones, recuerdos. Un padre trabajador que ve como poco a poco su trabajo y el de sus antepasados ha sido en vano, un hijo con ansias de hacer cualquier cosa que no sea lo que designa su padre, un adinerado egoísta que no le importa nada más que si mismo. La muerte de un hijo puede ser algo aturdidor para cualquier persona, incluso nos podría llevar a la locura, la locura de muchas personas.
Este film tiene algo especial y es que la trama se va adueñando de ti con sutileza, sin saltos bruscos, sino pequeños, los personajes cogen forma con el pasar de los minutos, y los acontecimientos, cada vez más traumáticos, se apoderan de nosotros.
El reparto es una de sus cualidades; un Richard Harris desgarrador, duro, competente, trabajador y disciplinado, junto con un Sean Bean miedica, desconcertado por lo que vive, por su padre, por sus sentimientos. Unas interpretaciones casi perfectas. La banda sonora también tiene su importancia, y mucha, pues consigue efectos desconcertantes aveces.
Es una buena película que te enseña que no todo vale para conseguir algo, y que hay que luchar mucho para conseguir algo, pero que aunque se luche mucho, aun con todos tus esfuerzos, muchas veces no se consigue lo que quiere, porque la vida esta llena de imprevistos.
serporsal
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21 de julio de 2011
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Lo primero, es mi tierra."

Una de las mejores películas del cine irlandés, una auténtica joya. El maestro irlandés Jim Sheridan seguiría haciendo historia en el cine de Eire con su segunda película, "The Field", en la que dejaba claro que es todo un artista a la hora de contar historias.

Ésta vez, nos vamos a un pequeño pueblo irlandés a principios del siglo XX, cuando los ingleses fueron expulsados de Eire y muchos años después de haber pasado la Gran Hambruna Irlandesa que en apenas 4 años mató a millones de personas.

"Bull" McCabe es un hombre de avanzada edad que junto con su hijo, Tadgh, intenta recuperar el prado que ha pertenecido a su familia durante muchas generaciones, y cuando la viuda, poseedora en esos momentos de las tierras, decide ponerlo a la venta, un yankee rico aparece, dispuesto a hacerse con todo el terreno que quiera a cualquier precio para la construcción. Pero el viejo McCabe lo impedirá sea como sea.

Richard Harris hace una interpretación más que memorable, merecida de todo tipo de alabanzas y que bien debería haber recibido algún reconocimiento. Y por supuesto, el inglés John Hurt, como secundario de lujo, también hace una gran papel. La música, típica irlandesa, le va como anillo al dedo cuando contemplamos los preciosos y verdes paisajes, acompañados siempre de una hermosa fotografía. Y la historia, es un pequeño gran relato, que sin muchas pretensiones ni ambiciones, consigue atraparte y guiarte a lo largo de la película. Y, sin dar más detalles, un final mayestático e inolvidable, que nunca jamás podremos olvidar.

Si te gusta el buen cine irlandés y no sabías nada sobre este film, no debes dejar pasar ni un minuto más para ver esta película. Una vez la veas, te arrepentirás de no haberlo hecho antes.
Koyaanisqatsi
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20 de febrero de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la década de los 80 el cine irlandés se suelta las amarras de la doncella de hierro metropolitana, e inicia un cierto renacimiento de su cine independiente con directores de la talla de Jim Sheridan o Neil Jordan, que ponen las bases de una filmogarfía que intenta rescatar valores propios e ideas tradicionales apegadas a su idiosincrasia nacional.
Una de esas grandes obras es El Prado (The Field), donde un casi debutante Jim Sheridan nos narra con pulso solemne y sabio una bellísima historia de amor al terruño, simbolizada en la lucha feroz por un prado cercano al mar entre un campesino del lugar aferrado a la tierra y a sus usanzas ancestrales, y un especulador foráneo que desea adquirirlo en subasta pública.
A destacar prácticamente todo: un poderoso guión redondo y ajustado, unas interpretaciones portentosas e inconmensurables de Richartd Harris y John Hurt, la espléndida fotografía de Jack Conroy alumbanndo las bellísimas localizaciones de la Irlanda profunda, y que hacen del film una auténtica obra maestra de culto. De visioón inexcusable para los que amen Irlanda.
tasiodesevilla
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