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Vivir (Ikiru)

Drama Kanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 103
Críticas ordenadas por utilidad
23 de diciembre de 2009
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo debilidad por el cine de AKIRA KUROSAWA. Si, AKIRA KUROSAWA en MAYÚSCULAS (su nombre no se puede escribir de otra manera).
KUROSAWA hace CINE (también en mayúsculas). Sus historias, su forma de contarlas y los actores que utiliza hacen de cada una de sus películas una pequeña obra de arte que te empapa de sentimientos.
Ikiru es una de las mejores películas que he visto en mi vida. Podría escribir muchas páginas sobre ella pero no tengo ni tiempo ni ganas de aburriros con detalles.
Os voy a hacer un resumen sentimental de lo que representa, para mi, la película.

Tengo la creencia personal que cuando nacemos, nacemos con el corazón caliente. Muy caliente. Es esa calentura del corazón la que nos hace sentir las pasiones que sentimos cuando somos más pequeños, odiamos y queremos con mucha fuerza. Pasamos de la tristeza a la felicidad sin reflexionar. Admiramos a muchas personas, creemos en muchas cosas, nos marcamos metas altísimas en la vida.
Poco a poco, la vida y los años nos van enfriando el corazón. Este enfriamiento hace que cada vez sean menos las pasiones y más la razón la que nos domine. Podemos odiar y querer, pero es muy dificil hacerlo con todo el corazón. Podemos estar tristes y felices, pero muchas veces relativizamos (sobretodo la felicidad) por culpa de la razón. También se hace cada vez más dificil el paso de la tristeza a la felicidad. Muchas veces nos ahogamos en el tedio y en la costumbre. Dejamos de admirar para pasar a despreciar, dejamos de creer en algo para simplemente observar en tercera persona como pasa la vida. Llegamos a un punto en nuestra carrera vital en el que decimos basta, hasta aquí he llegado. Esta es mi meta, no quiero nada más de la vida. Y allí nos quedamos, lejos, muy lejos de aquella meta tan alta que nos marcamos cuando el corazón aún estaba caliente.

El mecanismo que hace que el tiempo y la vida nos enfríen el corazón se llama indiferencia. Es una de las corazas sentimentales más antiguas que ha conocido la raza humana. “Mejor no vivir y no hacerme daño que vivir y arriesgarme a dañarme”. Este pensamiento es el paradigma de la indiferencia vital.

Ikiru, vivir, trata sobre lo expuesto más arriba. Es más, Ikiru es de ese tipo de películas que cuando la ves notas como el corazón se descongela un poco. Envia una serie de microondas sentimentales que hace que la capa de indiferencia que enfría el corazón se vuelva un poco más fina y puedas sentir por algunos momentos que tu cuerpo tiene corazón, que tu corazón tiene vida, que tu vida vive.
Townshend
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21 de marzo de 2010
36 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo en gran estima al director Akira Kurosawa autor de obras cinematográficas que aprecio profundamente como “Rashomon”, “Dersú Uzalá” o “Kagemusha” entre otras. Sé de su honda sensibilidad, y del compromiso con la vida y con el arte que siempre lo caracterizó. Pero como no rindo culto a personalidad alguna y soy profundamente leal a mi sentir y a la interpretación que cada cosa me inspira, tengo que decir que, “VIVIR” es, para mi gusto, una salida en falso del director japonés.

Daré mis razones: 1. El personaje protagónico, Kanji Watanabe, me resulta burdo y de tan poca inteligencia como el peor de los burócratas. No por nada se pasó treinta años de su vida sentado tras un escritorio donde apenas respiraba y colocaba algún sello o alguna firma en papeles oficiales. 2. Conocida su enfermedad, lo que aprende luego es muy poco. Comienza por someterse a los pronósticos estadísticos que, ni siquiera le dicta el médico sino un paciente experimentado que conoce el lenguaje que procede cuando un paciente tiene cáncer. “Le queda un año de vida” es la frase lapidaria que escucha y que él asume como sentencia divina. Desde entonces, no lucha por superar la enfermedad sino por vivir lo mejor que puede los días que le faltan. Y eso que llaman “vivir” se lo enseña un escritorcillo al que ha hecho un pequeño favor: Van a las máquinas de juego, a una sala de striptease, a un burdel, a una discoteca… El mensaje no puede ser más pobre. ¿Esto se llama vivir?

3. Después, la vida pone en su camino a la empleada a la que antes no veía. Toyo es una joven agraciada y sobre todo, de una lucidez que alecciona. Watanabe sale con ella, le regala unos calcetines, pero comete la indelicadeza de decirle porqué se los dio. Y, una frase de ella luego, resulta contundente:”Usted no puede hacer responsable a su hijo (de haberse convertido en momia), a no ser que él le hubiera pedido que se convirtiera en momia”. De nada sirve al padre semejante destello, porque nada cambia en la relación con el muchacho.

Lo que hace luego, se sobrevalora inmerecidamente y ni siquiera como espectadores tenemos ocasión de sentir y de tener nuestra propia percepción sobre lo ocurrido. Kurosawa se dedica a poner a una docena de burócratas del ayuntamiento a rendir culto a la personalidad de Watanabe, y son sus frases y sus versiones, lo único que nos da una idea de los últimos días del viejo burócrata. Esto resulta pobre narrativamente, y desde el punto de vista ideológico, es claramente conductista, ya que no deja al espectador libertad alguna.

Y si vamos a lo visual, la película no ofrece nada novedoso ni auténtico. El estilo, curioso en Kurosawa, es de tinte occidentalizado (canción al piano americana, se canta el “happybirthday”…) y, en general, la ambientación posee muy poco atractivo.

En lo que a mi respecta, “VIVIR” es un filme fácil de olvidar.
Luis Guillermo Cardona
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20 de diciembre de 2007
24 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vivir...¿qué es exactamente?... ¿respirar?... ¿sentir?... ¿simplemente existir?. No es necesario que se rompan la mollera para saber qué significa, porque son muchas las acepciones, sino que lo importante es inquirir cómo uno distingue si está vivo o es una "momia". El Sr Watanabe vivía para el trabajo en una húmeda oficina desde hacía 30 años, hasta que por gracia del destino recibió una horrible noticia que trastocaría su rutina y encendería su ilusión por recuperar el tiempo perdido...porque el Sr Watanabe había olvidado cómo disfrutar de la vida de tanto no usarla.

No pienso que el título de este film haga referencia únicamente al devenir de la muerte y al sentido de la vida, aunque también. Digo esto porque, sin embargo, conmociona presenciar una parte de nosotros en la pantalla grande, como por ejemplo en la relación paterno-filial entre el protagonista y su hijo, donde observamos la opiniones opuestas entre jóvenes y mayores sobre la responsabilidad de los hijos sobre los padres; los primeros excusándose en que es ley de vida que los hijos se marchen, y los segundos argumentando haber dedicado toda su vida a y para sus hijos como para acabar siendo un estorbo. Por otra parte, se hace sitio una crítica al sistema burocrático, y con ella a las despreciables sabandijas con habanos que se aprovechan del sacrificio de los justicieros humildes de a pie; he aquí una oda a la inmortalidad de estos héroes sin espada.

A pesar de lo que me ha gustado, del exceso de realidad y huella que deja al alma casi sin aliento, la última parte me ha resultado extraordinaramente pesada, pues se recrea en diálogos repetitivos que se salen del armonioso contexto forjado anteriormente con las vivencias perentorias del Sr Watanabe. Fue acertada mi decisión de esperar hasta el final, ya que tras esos largos ¿20 minutos quizá?, enmudecí de tanta belleza y emoción con las escenas finales. Si no fuese por ese tiempo intermedio mi nota sería de un 9, debido a que si no llego a aguantar hasta el final, jamás hubiese contemplado uno de los finales más bonitos y esperanzadores de la historia del cine. Desgarrador Takashi Shimura.

¿Les cuento un secreto? Al igual que cada maestrillo tiene su librillo, yo tengo mi propio método para cerciorarme de que aún existo, de que soy algo más que un reflejo; cuando miro al cielo, o al sol, y reconozco su hermosura; cuando advierto el brillo de mis ojos en sus ojos; cuando soy feliz un día nublado; cuando olvido mis quehaceres por un minuto más en la cama...cuando soy algo más que un cuerpo con una misión: no hay duda.

Cantemos todos juntos: "¡Qué corta es la vida! Ama, doncella hermosa, mientras tus labios sean rojos, ama. Mientras tengas el calor de tú pasión, ama. Ama, que el día de hoy
no volverá jamás."
Una_de_ellos
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17 de abril de 2006
25 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia de un burócrata que estuvo muerto más de treinta años mientras mataba el tiempo para conservar su trabajo, la historia de muchos de nosotros y de la mayoría de funcionarios, le sirve a Kurosawa (y a sus colaboradores) para lanzarnos cargas de profundidad desde un nivel moral superior, para invitarnos a buscarle el sentido altruista a nuestro trabajo, a nuestra vida.
Son memorables frases como "aunque no estuviera en la oficina, nadie lo notaría" o "en administración, si se te ocurre hacer algo, te tachan de radical"; y también lo es el desolador final, en el que la sobriedad hace olvidar las generosas promesas que el alcohol, verdadero pentotal sódico, arrancó.

Ya en un plano más técnico, me pareció genial el cambio radical que da el flujo narrativo a partir de la muerte del protagonista. Estamos viendo otra nueva película, con lo que abrimos bien los ojos para enterarnos de las nuevas noticias y de la nueva forma en que nos las cuentan. Nada de la aburrida rutina de Bergman y Tarkovsky, aunque, claro, no estoy siendo justo al compararlos con Dios.
Parece mentira que Shimura sea el mismo actor que interpreta a este Watanabe físicamente acabado (atención a su postura gacha, gesto entre sumiso y dolorido) y al samurai Kambei.

¡Que no tengamos que esperar nosotros también a que la muerte nos resucite!
jastarloa
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16 de enero de 2008
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el Festival de Venecia anterior al de la producción de esta película, Akira Kurosawa se alzaba con el León de Oro por una de sus obras más emblemáticas, Rashomon, una fábula medieval sobre una violación en el siglo XI que transmitía modernidad en cada uno de sus fotogramas. Al año siguiente, el gran maestro nipón deseó alejarse premeditadamente de los fastos obtenidos con una de sus película más aclamadas, junto con Los siete samuráis y El idiota, para centrarse una vez más en el terreno que mejor conocía, mucho más intimista, sincero y evocador, para filmar la que según muchos cineastas es una de las mejores películas de la Historia del Cine: Vivir (Ikiru).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Baxter
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