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Roma

Drama. Comedia Durante la construcción del metro de Roma, las excavaciones dejan al descubierto una vieja casa llena de pinturas murales al fresco. Una de ellas representa a una vieja dama de la aristocracia romana, que organiza en su casa unos desfiles de moda muy originales. La película recorre las casas de tolerancia de la época y los espectáculos de la noche romana. Poco después, es Fellini quien recuerda sus años de escolar, entre latines que ... [+]
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
10 de noviembre de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De nuevo Fellini. Es decir, el caos, la sátira, el barroquismo, la pasión por la vida. Ver esta película es oler y escuchar a Roma como un ser vivo y palpitante. Es, esencialmente, conocer esa ciudad, amalgama de tiempos, culturas, historias y arte, mucho arte.

No se puede expresar mejor la sensación que se tiene cuando te sumerges en una visita a la capital.

Lo mismo que el niño Fellini, viendo las diapositivas de Roma en su pueblo de las afueras queda fascinado por las imágenes -entre las que se "cuela" el sexo-, el espectador vuelve a caer en la fascinación cuando es el adulto Fellini quien nos permite acompañarlo en su experiencia vital. Todo se da a la vez: la arquitectura barroca y las ruinas romanas, la representación teatral y el histrionismo de un pueblo que vive en la calle, come en la calle, ama en la calle. Roma está viva y está toda a la vez; como en un enorme fresco de ciencia-ficción, las motos de los setenta -tendrían que ser Vespas- rodean el Coliseo, los tranvías conviven con las obras del metro, las catacumbas se asemejan a los refugios antiaéreos, mientras Popea y César declaman entre bambalinas, tan esperepénticos como la imagen hierática de Pablo VI o el trabajador de luciente calva, que insiste en repetir punto por punto el largo discurso del Mussolini.

De nuevo teatro dentro del teatro y dentro de la vida. No diré que hay escenas surrealistas, porque Roma y surrealismo ya me parece un pleonasmo. Y no destaco por encima de todas la escena del desfile de modas -que se lo merece- porque el accidente del comienzo de la película, con la autopista colapsada y las vacas desangrándose en el asfalto me parece una escena que resume certeramente la visión del presente acabando con un pasado rural, doméstico, vecinal, frente a ese tráfico incansable y ese ruido ensordecedor de todos contra todos.

Roma es un documento maravillosamente humano, con sus salidas de tono y sus estupendos diálogos- recuerdo el actor de "varietés", pésimo, que dice "Yo también tengo derecho a trabajar" y le contestan, con guasa:" ¡pues, búscate un trabajo!"; para disfrutar del genio del gran Fellini.
luguca
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24 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía mucho tiempo que no volvía a ver entera esta película. Todo Fellini es espectacular y digno de ser visto más de una vez. Este homenaje a su ciudad no lo es menos. Entre la realidad, la ensoñación, el cine documental y la recreación histórica, la película le sirve a Fellini para hablar de si mismo a través del paisaje urbano en el que ha transcurrido su vida. En realidad no hay una sola película, sino una serie de escenas con entidad propia que se van engarzando hasta constituir un todo. Escenas como la del teatro de variedades, el prostíbulo o la hilarante del desfile de moda eclesiástica están ya en las cotas más altas de la cinematografía mundial. Existe un esquema dual dominante: por un lado las imágenes del joven del traje blanco (un alter ego claro del autor), que transcurren en los momentos próximos a la caída del fascismo; por otro, las imágenes contemporáneas al rodaje, que tienen forma de falso documental. En ellas aparece el propio Fellini y conocidos o amigos haciendo algún cameo, como Anna Magnani o Gore Vidal. La obra trata de contener todas las múltiples facetas de una ciudad tan compleja como es Roma: lo viejo y lo nuevo, la religión y el sexo, lo populachero y lo sofisticado. El estilo del filme es el habitual del autor, con puestas en escena muy teatrales y la presencia mujeres opulentas que representan maternidad y lujuria a partes iguales.
Fuman2
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5 de diciembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fellini nos plantea aquí un recorrido por la Roma adoptiva que el conoce. una sencilla y divertida película donde el director italiano recorre la ciudad sin detenerse con momentos sublimes, surrealistas y hermosos. No tiene un argumento en si y lo dice la voz en off que acompaña al relato. Es cierto. Una serie de personajes va desfilando tras la cámara y varias historias de la vida romana cotidiana. No se detiene en nadie en concreto pero utliza toda su magia para hacernos un retrato bello e inolvidable de su ciudad.
Orson_Welles
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15 de noviembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El maestro Federico Fellini vuelve a crear una obra sublime en la época tardía de su carrera cinematográfica con "Roma", película con la que consigue mostrar todas sus dotes a la hora de dirigir, al mismo tiempo que logra transmitir su amor y fascinación por la Ciudad Eterna.

Desde un nada engañoso ejercicio casi documental- ya que así lo anuncia la propia cinta en sus créditos iniciales-, "Roma" es un producto personalísimo de Fellini con el que pretende enseñar cómo era la capital italiana en diferentes etapas del siglo XX, y lo hace sin ningún hilo argumental, mostrándolo a la pantalla de la misma forma que un extranjero se da de bruces con una ciudad que nunca antes ha visitado.

Y es que esta es la sensación que la cinta desprende. Al espectador le invade el aroma novedoso de estar descubriendo y aprendiendo algo nuevo en cada secuencia, y poco o nada importa el hecho de no poder seguir hilo argumental alguno, o de no ver el desarrollo de ningún personaje. La belleza de la ciudad te invade, te envuelve y te hechiza, y por ello la película del director de Rímini termina sacudiendo al espectador sin que parezca que haya contado nada pese a que realmente ha mostrado todo lo que quería.

Aunque de forma secundaria, la "Roma" de Fellini sí que tiene un pequeño hilo argumental. La cinta está dividida en dos partes además de una de pequeña introducción. En ellas se esconde una trama muy autobiográfica en la que el director cuenta desde su propio prisma cómo se ve la ciudad en distintas épocas, pasando desde las leyendas y la historia innata de la Capital, hasta la decadencia pero también vitalidad que termina por instalarse en sus calles.

A parte de su novedoso montaje, lo que más destaca de la cinta es su excelsa belleza visual y el vertiginoso y virtuoso uso de la cámara por parte de Fellini. Gracias a ello tenemos escenas memorables- prácticamente todas ellas son planos secuencia-, que harán que la cinta sea recordada por cosas muy íntimas y concretas a pesar de su general grandeza.

En consecuencia con esto, "Roma" termina siendo un montaje lleno de pequeñas películas en el que se cuentan historias de Roma y de todo lo que la caracteriza. Por ello, y como ya hemos comentado, gracias a la maravillosa visión del maestro Italiano, la cinta nos deja planos secuencia para el recuerdo como la caótica entrada a Roma bajo la lluvia, el descubrimiento de los frescos romanos en plena excavación para ampliar el metro, y el desfile final de los accesorios y vestimentas eclesiásticas, para terminar con una marcha de motoristas fantástica en la que se puede visualizar la grandilocuencia arquitectónica de la ciudad.

Es por todo ello que "Roma", además de mostrar la majestuosidad de la propia ciudad, también demuestra la categoría y el talento de Federico Fellini, y lo consagra como uno de los mejores realizadores del pasado siglo.
Gonzalo
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19 de agosto de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Roma (1972), de Federico Fellini, la ciudad es una representación, como es la memoria, la evocación, un destilado de lo que representa la experiencia vivida. Desde 8 y medio (1963), el cine de Fellini es el de la transfiguración, con la intermediación del sujeto presente, interconectado, ya no separado de una realidad que se pueda describir o registrar sin su filtro. El entre es la piedra cardinal. Lo subjetivo, lo imaginario, lo que transcurre en la mente, empapa las narraciones, sea la de sus personajes, como la de la protagonista de Giuletta de los espíritus (1965), o la propia del cineasta. En I clowns (1971), la mirada que documenta se entrevera con lo que el circo, los payasos, representan para Fellini y, de modo aún más explicito, en Amarcord (1973), el autor se disgrega y reparte en un conjunto, un imaginario que representa su propia infancia, la sociedad germinal, en tiempos del fascismo, en la que se crió y que le influyó. En Casanova (1975) no buscará describir, registrar, la vida del hombre, sino diseccionar, destripar, el icono, lo que su figura ha representado y representa, ya parte integrante de un imaginario colectivo. En Roma combina ambos planteamientos, abundando en la estructura fragmentada, discontinua y descentrada.

En un momento dado, en las secuencias iniciales, asistimos a la representación teatral de un hecho histórico que se ha convertido en parte de una identidad o memoria cultural como hito, el asesinato de Julio Cesar a manos de Bruto. Acto seguido, vemos cómo el actor es admirado y agasajado en un bar, contemplado como si fuera una divinidad. El actor, aquel que representa, también representa algo para los demás (para su imaginario, para lo que proyectan sobre él, como figura excepcional; como si la misma vida también la viviéramos como un escenario inconsciente), como la ciudad, Roma, será representada según su significación en un imaginario colectivo pero a través de un imaginario individual, el del propio Fellini. Roma es lo que representa para él y, de modo más específico, lo que representa en cada periodo de tiempo, sea en los años previos a la guerra, cuando era niño (disensiones familiares entre una predominante tendencia beata en colisión con la irreverente actitud paternal; y el oscurantismo rígido en la escuela: la imagen de un cuerpo femenino se convierte en interferencia y germen de caos en un pase de diapositivas), sea en su juventud, ya en guerra cuando llega a Roma, o sea en el momento en que se produjo la película, en 1972.

Su relación con un presente que considera en progresivo proceso de degradación queda patente, primero, con su forma de comenzar la película: un plano en la que la voz en off de Fellini señala que lo primero que recuerda es uno de esos mojones de la antiguedad que señalaba más de 300 kilómetros, mientras el encuadre lo cruza una figura que porta una guadaña. Distancias, muerte. Aunque las distancias que sentía entonces no son las que siente ya adulto, más cercana a cierta sensación de algo que se descompone, pudre y muere. Y, segundo, en los tres segmentos de la narración en los que le dedica especial atención: Uno es el del recorrido con las cámaras por una de las numerosas carreteras y circunvalaciones que se han construido (en el que no falta una accidente, con fuego y vacas muertas), y que termina con un atasco ante el Coliseo. Ese atasco presente, esa fisura entre presente y pasado, o esa degradación, se hace más evidente en el extraordinario segmento de la circulación (otra circulación sobre y hacia la nada) en las profundidades de la línea de metro que se están excavando, y que culmina con el descubrimiento de unas esculturas y unos murales de hace 2000 años que debieron pertenecer a algún hogar de entonces. Descubrimiento que prontamente se convierte en espectáculo de una desaparición, de una degradación, pues el aire corrompe las pinturas, que se desvanecen. Claro que aunque parezca buscar en el pasado el bullicio de la vida (manifiesto en el contraste entre las llegadas a Roma en ambos tiempos; rezuma más vida la de entonces que la impersonalidad y gelidez del presente), con la algarabía en el restaurante, entregados a la embriaguez de la gastronomía, la degradación también está bien presente con la preponderancia del trazo grotesco. O lo ordinario es grotesco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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