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Los muelles de Nueva York

Cine negro. Drama. Romance Toda la historia transcurre en menos de un día, y en sólo tres escenarios: un bar del puerto, una pensión y los muelles de la ciudad de Nueva York. Bill Connolly es fogonero en un barco, y tiene una única noche libre en tierra. Mientras camina por los muelles, una muchacha se arroja al agua. Bill la rescata, y poco a poco ambos se sienten atraídos el uno hacia el otro. (FILMAFFINITY)
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
10 de enero de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stemberg sabía por propia experiencia vital que desde la más humilde y desesperada situación puede surgir un rayo de luz, un viento que haga cambiar el rumbo. Hecho a si mismo el director austriaco estadounidense tuvo su oportunidad con "The Salvations hunters" (1925) que según donde se documente uno fue un fracaso de taquilla y para otros un gran éxito de crítica y publico. A Chaplin le gustó tanto como para ofrecerle dirigir un proyecto, independiente del astro, con su productora. Aunque posteriormente la cinta "Una mujer del mar", nunca fue estrenada por considerarla Chaplin muy artística y poco comercial.
El caso es que en el 28 llegó esta sencilla historia narrada en apenas 24 horas y el director dio un autentico recital en poco más de una hora de lo que era y sería capaz. La recreación del ambiente es su mayor baza. Puede ser Nueva York o cualquier puerto del mundo donde los marineros extenuados de su duro trabajo en sus interminables travesías, desahogan todo su ser en apenas unas horas en las que solo quieren en palabras del protagonista: "pasar un buen rato".
Con una primorosa fotografía en blanco y negro comienza su recital estético acogiéndose a las influencias expresionistas para lanzarse posteriormente de lleno a un naturalismo poético con una brillante imaginación para resolver de forma indirecta y muy bella situaciones claves (el intento de suicidio, el asesinato...).
La cámara se mueve con una soltura increíble en ambientes tanto abigarrados como desnudos, en un baile de contrastes que es el motivo principal de toda la cinta.
George Bancroft está en lo más alto de su carrera y prefigura gestos y maneras de ese John Wayne con el que coincidirá once años más tarde en "La diligencia" (John Ford /1939), al igual que también aparece delineada el prototipo de mujer fatal que encarnaría Marlene Dietrich, descubrimiento del director y parte fundamental de su carrera. Tanto Olga Blacanova como la desconocida Betty Compson están estupendas. Y no podemos olvidarnos de toda la gente de secundarios y figuración que pululan por el Sandbar, el tugurio donde se celebran las noches de llegadas de barcos como si fueran la última del mundo y donde tiene lugar una boda de un lirismo memorable.
Las escenas brillantes se suceden una tras otra en donde el melodrama se hace sentir. Al final los personajes hacen un quiebro al destino reclamándole algo más que un buen rato en la vida.
ELZIETE
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24 de noviembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué le habrá pasado por la cabeza a Bill Roberts (Georges Brancroft) cuando saltó a salvar a Mae (Betty Compson), esa vagabunda suicida que se aventó al agua de los muelles de Nueva York?
A juzgar por lo que uno como espectador llega a conocer de ese personaje durante The Docks of New York, se podría ser muy ñoñamente positivo y asumir que una responsabilidad heroica se apoderó de su ser, pero también podría pensarse que fue una morbosa curiosidad casi infantil por la aventura y la carne femenina la que lo empujó al agua fría en su única noche libre. Yo quiero imaginar un milisegundo de vacilación entre dejar morir a la desconocida que realmente le importaba un pepino y salvarla porque, desde donde la veía parecía estar sabrosona, que terminó por la apuesta de sacarla del agua en un acto más egoísta que altruista (no es el lugar para divagar sobre si salvar a un suicida es un acto de loable bondad o de absoluta y majadera crueldad, pero por si alguien me lo preguntara, si yo hubiera sido Lázaro, habría usado mi segundo chance para vengarme de Jesús por resucitarme, así que se imaginará usted lo que pienso sobre el asunto de salvar a un pobre suicida). Como sea, ese acto es el que da lugar al relato de esta película, en la que Bill, un fornido y burdo fogonero de barco, tras salvar a Mae de morir ahogada, se la lleva de parranda y termina por casarse con ella al mejor estilo de los amantes locos en Las Vegas (¿vendrá de aquí esa tradición tan cinematográfica?).
Desconozco si von Sternberg era machista o todo lo contrario, pero lo que sí sé, por la evidencia de sus películas, es que le encantaban los personajes masculinos imponentes y cruelmente atractivos. Su protagonista en esta película es un ejemplo perfecto. Brancroft encarna aquí, con todo virtuosismo, a un protomacho que hoy día haría indignar hasta el bufido y el ojo entornado a los correctos ciudadanos de bien (no puedo evitar imaginarme cómo habría rodado una escena explícita de cama el genial von Sternberg con este personaje). De hecho, muy seguramente la historia que The Docks of New York cuenta sería hoy motivo de enconados enojos. Bill, ese bárbaro, que calificaré de itifálico, va por la vida como un colonizador que se abre paso a machete entre la maleza (“Are you goin’ to let me have a good time in my own quiet way, or am I gonna take this place apart?” suelta este bruto en algún momento en que no lo dejan hacer su santa voluntad). Convencido de ser casi que una fuerza de la naturaleza, este marinero sucio vive siempre en línea recta hacia el placer y se convierte en casual salvador de la (no tan) dama en apuros, sacándola de su abismo de miseria autodestructiva con su solo poder masculino, para luego ser, a su vez, transformado por el poder redentor del amor femenino que lleva su luz incluso al lumpen roñoso de esos muelles tristes.
El lector podría atreverse a pensar por mis palabras que yo desapruebo en alguna medida este la esencia de este guion de Jules Furthman (basado en la historia de John Monk Saunders, The Dock Walloper) así que, por si acaso, dejo claro que me parece una brutal, sincera y atrevida muestra de naturalismo cinematográfico de la que lo único que me choca es el ingrediente esperanzador (me declaro seguidor de la tragedia determinista) que termina por hacer que las resoluciones se sientan repentinas y los arcos de transformación débiles.
Además de ese guion tan sencillo como visceral, esta belleza ofrece un espectáculo repleto de composiciones simbólicas pintado en un blanco y negro rico en matices con unos negros profundamente expresivos (qué buen trabajo de fotografía el que hace aquí Harold Rosson), en el que se recrea uno el ojo como en el striptease de un burdel; con una mezcla de delectación, cargo de conciencia y una pizca de asquillo.
Andrés Vélez Cuervo
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1 de agosto de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy raro, muy raro. La crítica profesional en su día, la puso por la nubes y lamentó que fuera una de las últimas películas mudas, ya que enseguida pasó al olvido por las primeras películas sonoras.

La crítica de la gente, también la pone por las nubres. Yo... tengo que decir que no me gustó. La historia, es simple, sí, como muchas, pero no me ha gustado la forma en que se ha desarrollado. La ponen por la interpretación tan realista, a mí no me lo ha parecido y la del cura menos. Cualquier persona ve ese percal, y sale por patas.

Pero quizás haya matices interesantes, justamente lo que he dicho antes, quizás la mirada de la chica, se convenció que quizás no estaba perdido. Los tios duros y con coraza, quizás sí que tengan corazón, y que las segundas oportunidades existen. Es quizás con lo único que me quedo.
edugrn
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7 de julio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En The docks of New York (1929) el director austríaco Josef Von Sternberg retrata un encuentro romántico en un tugurio del puerto neoyorquino entre personajes marginales de la sociedad de la época. Se trata de una de las últimas y más logradas piezas del cine mudo hollywoodense.

Por Nicolás Bianchi

Dice el crítico francés Georges Sadoul en el libro Historia del Cine Mundial: “La obra más perfecta de Sternberg fue The docks of New York, pintura desesperada de los amores desgraciados de dos despojos sociales: un pañolero y una ramera. La obra se caracteriza por el predominio del ambiente, el sentido inexorable de la fatalidad, la ternura para los desplazados, la justeza del detalle psicológico”.

El primer personaje que nos presenta Sternberg es el pañolero o fogonero Bill (George Bancroft), aquel que se encarga de alimentar con carbón los motores de los barcos a vapor. Se trata de un trabajo sucio en una cámara llena de humo junto a otros hombres teñidos por el sudor y el hollín. El desembarco en el puerto supone un descanso de alcohol y, quizás, mujeres para los obreros. El capataz Andy (Mitchell Lewis) los advierte porque el barco se detiene solo por una noche y no quiere excesos ni borracheras.

Del humo que despiden los tanques de combustible del barco Bancroft pasa a la bruma del muelle, donde una mujer, en una acción suicida, se arroja al agua. Bill la rescata y la lleva a la posada que se encuentra junto al bar cabaret del puerto, que es también su morada. Dentro del local, entre nubes de humo de tabaco, bailan y beben hombres y mujeres. El clima es de violencia y promiscuidad, de desenfreno. Allí el capataz Andy encuentra a su mujer besándose con otro hombre, aunque no tiene mucho margen para el reclamo ya que hace años que prácticamente la abandonó. Bill necesita una bebida caliente para colaborar en la recuperación de la mujer que rescató. Antes de poder llegar a la barra para pedirla se pelea con dos hombres pero las rencillas nunca pasan a mayores, se solucionan con algunos empujones y cachetazos.

Las peleas parecen más producto del estado de embriaguez general que de una conducta violenta adrede, por eso aquello de los desplazados que son mostrados con ternura. Son rústicos y torpes, no malvados. Bill logra llevar el potaje caliente a la habitación de Mae (Betty Compson). Cuando ella mínimamente se recupera vuelven todos a la taberna y los excesos continúan.

Detrás del ambiente festivo del cabaret yace lo que Sadoul llama como ‘el sentido inexorable de la fatalidad’. Para los marineros es solo un día de dispersión luego de jornadas extenuantes e insalubres de trabajo. Para Mae en particular pisar el salón significa la posibilidad de ser tomada por cualquiera de los hombres que allí bebe. Más adelante el capataz Andy intentará violarla. La extenuación que provoca ese tren de vida se expresa en el rostro de Mae, bellísimo pero ojeroso y algo demacrado. El intento de suicidio en el primer acto se justifica dramáticamente a posterioridad, cuando la vida de la mujer se revela como un padecimiento constante.

Bill nota esa desesperanza en Mae y le propone matrimonio, lo que aparece como una oportunidad de cambio. ‘Quizás te purifique’, le sugiere una de sus compañeras. De improviso se arma la celebración en el mismo bar. Alguien invita a un cura que sanciona con su mirada el desenfreno que ocurre en el lugar, aunque a regañadientes realiza la boda, lo que les da a todos una nueva oportunidad de beber y brindar. Siempre que transcurre en el bar durante esa larga noche la película se encuentra colmada de movimiento, de vida. Detrás de la acción principal hay múltiples situaciones que se desarrollan. Hay personajes bailando, besándose, peleando, fumando.

El hollín de las calderas, la bruma marina, el humo de cigarrillo aportan densidad al ambiente durante todo el film. En ese trasfondo lúgubre Sternberg despliega una variedad de situaciones y escenas. La historia no se detiene en ningún momento y comprende una gran cantidad de variantes. Además del casamiento hay un asesinato, un juicio, personajes que vuelven sobre sus pasos. Su estética y su vibración hacen de The docks of New York una obra disfrutable a pesar del paso del tiempo.
El Golo Cine
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7 de enero de 2024
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Romanticismo exaltado pero infectado por un sentimiento de nostalgia tardía, de una excesiva consciencia de las pérdidas vitales. Esto hace que la película esté llena de frases brillantes y agridulces:
- What did you ever do than makes you worse than me? I'd marry you in a minute!
o:
- Could you give me a minute to - get used to it, Bill?
Hay una nota emotiva sostenida que nunca decrece porque las personalidades de Bill y Marlene luchan cada una por su supervivencia hasta que finalmente abandonan sus defensas, y también por la sencillez lógica y la belleza con la que se sucede cada escena, cada gesto. Uno ni siquiera siente que la película tenga un conflicto, sino un paisaje emocional en el que los primeros desengaños eran pasos necesarios para la unión de estas dos personas tan cercanas (aunque ellos no lo sepan). Es el tipo de primitivismo sofisticado que te encuentras en literatura premoderna, como en las primeras epopeyas europeas, los romances, las baladas inglesas. Sencillamente irresistible.
Marebito
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