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La naranja mecánica

Drama Gran Bretaña, en un futuro indeterminado. Alex (Malcolm McDowell) es un joven muy agresivo que tiene dos pasiones: la violencia desaforada y Beethoven. Es el jefe de la banda de los drugos, que dan rienda suelta a sus instintos más salvajes apaleando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el asesinato, Alex es detenido y, en prisión, se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de ... [+]
Críticas 559
Críticas ordenadas por utilidad
8 de noviembre de 2009
68 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
La segunda de las DOS obras maestras de Stanley Kubrick. Y en esta tambien me extenderé bastante.

Una de las pocas películas de la historia del cine cuyo protagonista es un auténtico cabronazo. Es decir que el protagonista de este film es malo. Pero no es que sea malo porque tuviera una infancia dura o traumática, no es que se haya visto empujado hacia el crimen para sustentar a su familia hambrienta... Que no! Que el tío es malo y punto! Es un maldito hijo de puta sin ninguna justificación.

Ese es el punto de partida, estamos hablando de un individuo que disfruta con la violencia. Un muchacho que siente placer agrediendo a ancianos indefensos y violando a mujeres. Partiendo de este planteamiento, la película ya me hizo plantearme una primera pregunta:

¿Podemos decir que si una persona siente placer con el sufrimiento ajeno es una mala persona? ¿Podria decirse que está haciendo algo inmoral?

Bueno, lo cierto es que no elegimos que es lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Yo no puedo decidir, por ejemplo, que a partir de mañana me van a gustar los guisantes y que no me va a gustar la pizza, como mucho puedo fingirlo. Del mismo modo Alex no puede decidir que la violencia no le gusta, lo que puede decidir es ejercer o no ejercer la violencia. Por lo visto en este caso el protagonista decidía egoístamente ejercer la violencia que tanto le hacía disfrutar.

¿Podemos decir que realmente es esta decisión y estas acciones las que convierten a alguien en una mala persona? ¿Acaso no es esto lo inmoral?

Con el método Ludovico se pretende haber convertido al protagonista en una "buena persona". Se consigue que el protagonista ya no sienta placer, sino un intenso sufrimiento físico cuando presencia o comete actos violentos. Pero su comportamiento sigue obedeciendo a "decisiones egoístas" ya que el único motivo por el que ya no agrede o viola a personas es el evitar su propio malestar físico.

Sigo en el spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spurkasaur
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26 de enero de 2010
69 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saben bien quienes algo me conocen que siempre he profesado una especial devoción por cineastas como Hitchcock, Huston, Lean, Leone o Wilder. Realizadores cuyo buen hacer jamás renegó de ese inestimable e impagable grado de complicidad con el espectador medio y cuyas pelis constatan de forma fehaciente que el buen cine no tiene porque ser, para nada, un producto destinado única y exclusivamente a gafapastas de solvencia contrastada.

¿Significa eso que paso de devanarme los sesos? ¿Qué no me gusta cuestionarme nada? ¿Qué lo quiero todo masticadito y bien masticadito?

Pues no, tampoco es eso. Es más, yo situaría a Kubrick, por ejemplo, un pasito por delante de los monstruos anteriormente citados. No porque lo considere mejor cineasta, sino porque la exigencia intelectual de su cine es mayor. Una exigencia intelectual, eso sí, más llevadera y provechosa que la de Tarkovski, Bergman o Lynch y que convierte a este director, por esta misma razón, en una de mis niñas bonitas del séptimo arte. La que mejor supo exprimir todos y cada uno de los recursos expresivos de su medio y la que mejor supo desplegar, bajo ese imponente paraguas audiovisual, historias cuya dimensión discursiva o metafórica daría para estar organizando charlas, conferencias, tertulias, debates, coloquios, cursos, cursillos y seminarios hasta el día del juicio final.

Y aunque cualquier hija del inefable Stanley me serviría para refrendar dichas afirmaciones, permitidme que eche mano de “La naranja mecánica”, concretamente, porque considero que ésta es -con “2001”- su obra más redonda, rotunda, polémica, paradigmática y mediática. Su obra cumbre, vaya.

Recuerdo que cuando la ví por primera vez, con diecises o diecisiete añitos, lo que más me impactó fue su vertiente efectista y ultraviolenta. Me estoy refiriendo, obviamente, a la terrible secuencia de la paliza y la violación en aquel chalé de diseño al son de “I’m singing in the rain” y a los escalofriantes primeros planos de Alex con ese estrambótico artilugio ocular. Desde entonces, cada vez que mi mujer se riza las pestañas no puedo evitar salir por patas del baño de mi casa.

La segunda vez que la vi, con veintitantos, lo que más me interesó fue su faceta patológica y sociopolítica. Ya sabéis: el inexplicable y depravado proceder de tribus urbanas como la de Alex y sus Drugos, la dudosa eficacia y las terribles consecuencias del método Ludovico, la manipulación gubernamental a la que es sometido Alex, etc. etc. Normal, estaba en la uni y mi espíritu reivindicativo se encontraba en su máximo apogeo.

(sigo en spoiler desvelando, por ejemplo, el por qué del título de mi crítica)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Taylor
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29 de julio de 2008
63 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Sin lugar a dudas, me había curado". El mismo Alex acaba siendo como una naranja mecánica. La película termina sin demostrar el libre albedrío de las personas, Alex no madura, si sólo puede actuar bien o sólo se puede actuar mal, no será más que una naranja mecáncica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo ( El Todopoderoso Estado, ya que está sustituyendo a los dos) le darán cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades morales. De eso hablan los noticiarios televisivos. Desgraciadamente hay en nosotros tanto pecado original que el mal nos parece atractivo. Destruir es más fácil y mucho más espectacular que crear. Nos gusta morirnos de miedo ante visiones de destrucción cósmica. Sentarse en una habitación oscura y componer la "Missa Soloemnis" o la "Anatomía de la Melancolía" no dan pie a titulares ni a flashes informativos.
¿Qué pasa en el capítulo 21? En resumen, Alex, el criminal protagonista, crece unos años. La violencia acaba por aburrirlo y reconoce que es mejor emplear la energía humana en la creación que en la destrucción. La violencia sin sentido es una prerrogativa de la juventud; rebosa energía pero le falta talento constructivo. Su dinamismo se ve fozado a manifestarse destrozando cabinas telefónicas, descarrilando trenes, robando coches y luego estrellándolos y, por supuesto, en la mucho más satisfactoria actividad de destruir seres humanos. Sin embargo, llega un momento que la violencia se convierte en algo juvenil y aburrido. Es la réplica de los estúpidos y los ignorantes. Alex siente de pronto la necesidad de hacer algo en la vida, casarse, tener hijos, mantener la naranja del mundo girando en las manos de Dios, o incluso crear algo, música por ejemplo. Desea un futuro distinto.
A el libro de la versión norteamericana le faltaba y le sigue faltando el capítulo 21, (el último) el editor de Nueva York tenía otro juicio estético, veía el vigésimo primer cápítulo como una traición. Este era muy británico, blando, y mostraba una renuncia pelagiana a aceptar que el ser humano podía ser un modelo de maldad impenitente. Venía a decir que los norteamericanos eran más fuertes que los británicos y no temían enfrentarse a la realidad. El libro británico aceptaba la noción del progreso moral. Pero lo que en realidad se quería era un libro nixoniano sin un hilo de optimismo. Pronto se verían enfrentados a esa realidad en Vietnam.
Lorengan
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13 de febrero de 2013
87 de 127 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al ser un intelectual católico, Anthony Burgess está convencido de que la esencia del comportamiento humano es el libre albedrío. Él ha sugerido muchas veces que la tesis de “La Naranja Mecánica” es una obviedad para todo católico: no tiene sentido el Bien si no existe la libertad de hacer el Mal. Alex es un chaval de 15 años y Burgess está hablando fundamentalmente –aunque de una manera metafórica- de la educación, su necesidad, su abuso y su degradación.

En la película, Alex es un adulto casi formado, quizás no hubo otra opción por el momento en que se hizo, pero la película es la que vemos y no otra. La alteración es muy significativa porque ayuda a Kubrick, como cientificista moral que es, a llevar el dilema a un escenario abstracto completamente neutro. A pesar de ser una adaptación casi literal, al director le importa más dejar claro que el problema clave no es de libertad de elección, sino de identificación: qué es el Mal. Y si existe la convención de que es rechazable, el espectador debe responderse a sí mismo por qué disfruta con las escenas de violencia extrema. O por qué le cae simpático Alex. “La Naranja Mecánica” siempre me pareció una película cuyo tema central es una supuesta reflexión sobre el uso estético de la maldad, en la que el espectador está forzado a comprometerse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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15 de enero de 2009
89 de 143 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stanley toma un cuchillo y ,con una sensibilidad particular, pela paso a paso una naranja amarga, nihilista, incomible, a pesar de la afición que muchos sentimos por esa fruta deliciosa.
Stanley se arma de paciencia y, cual cirujano con bisturí, extrae los órganos podridos de un sistema perverso. Luego mezcla esos órganos y, con ayuda de un alquimista, los transforma en una naranja que se ofrece en una bandeja de metal, bien moderna.
¡ojo! La naranja no es gratis, te obliga a pensar que digeris a diario comidas mucho peores, como en los fast food, capitalismo mecánico que no te deja pensar.
No te ofrece una naranja, quiere que te des cuenta que vos sos el ofrecido, que la naranja mecánica te va a pelar la conciencia, la libertad de elección. Esa naranja te va a sacar hasta la ultima gota de jugo que podías ofrecer como individuo singular.
El libro lo inventó, ahora Stanley mejora con imágenes ese nuevo lenguaje callejero que intenta explicar lo inexplicable de estos tiempos que corren: lenguaje de la locura, locura como producto de la aberración que vemos a diario, aberración que se torna insoportable para los sentidos, es alienante pensar que la alienación ya te ha alienado, que no hablás por vos sino por alguien que te dicta un modo de ser caduco, y vos te comes esa naranja...
Me dijeron que me trajo la cigueña, me dijeron que salí de un repollo. Luego comprendí que vengo de las entrañas de un ser humano que quiso verme brillar en todo mi potencial. Hice todo lo posible; hacemos, usted también lector, todo lo posible para convertirnos en individuos que razonan lo mejor para sí mismos, que eligen lo mejor para sí mismos.
El problema es que la naranja mecánica te pela, te pela y a vos te duele. Sufrís en silencio, puesto que está prohibido gritar en un mundo de gente cuerda que quiere vivir en paz y armonía.
Stanley Kubrick supo ver esto y con paciencia, te lo transmite. Pelá la naranja...vas a ver que, en el fondo, funciona como un reloj sádico: así de perversa es, así de mecánica.
Juan Rúas
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