Belle toujours

¿Qué vestigio representativo del miedo, el odio, la rabia, dolor o manifestación crónica de resentimiento tarda más en diluirse, en el transcurso de 37 años, y minimizarse hasta desaparecer por completo: los traumas reprimidos, la culpa autodestructiva o la sensación de ira? A Severine, una anciana acomodada que ejerció episódicamente la prostitución, la persigue no tanto un arrepentimiento por los actos que -como puntualiza el reverso cínico de su alma, personificado nuevamente en Henri Husson/Michel Piccoli- ejecutó para aprender a abrir con la llave del deseo una puerta al anhelo de consumar carnalmente su amor conyugal, sino la permanente duda que todavía arrastra y únicamente Henri puede despejar: ¿qué es lo que le contó a su marido?
De haber existido la más mínima relación entre lo que he sugerido y el resultado final de este experimento, habría tenido la deferencia de atenuar la responsabilidad criminal de un perezoso Manoel de Oliveira perpetrando, bajo la fachada engañosa del homenaje, esta inane tomadura de pelo partida en cuatro actos: la apertura con sus protagonistas presenciando un concierto de música sinfónica, 10 minutos de Henri persiguiendo a Severine hasta las puertas de salida del teatro, por las tiendas y bares de alrededor e incluso en el hotel en el que se hospeda. Media hora rellena de tramos explicativos con el viejo relatándole detalladamente todo lo que le ocurrió hace 37 años al camarero e invitando a un par de prostitutas a cubatas. Y de colofón a su derrochador metraje de 66 minutos -descontándole los títulos de crédito-, Michel Piccoli y Bulle Ogier ('El discreto encanto de la burguesía') comiendo.
Piccoli sale peor parado que en su previa experiencia retomando un mismo personaje en otra continuación apócrifa de otro tesoro incunable del cine europeo nacido en la controversia (y aprovecho para reconocer que amaré siempre la coda berlanguiana 'París-Tombuctú').
Catherine Deneuve sí que tuvo dos dedos de frente negándose a reincidir como una sexagenaria Severine que está pensando en hacerse monja (¡¡!!).
Una auténtica soplaguindez además de una soporífera pérdida de tiempo. El ingrediente sadomasoquista prevalece también en 'Belle Toujours': hay que verla entera para experimentarlo.

Manoel de Oliveira realizó la película con 100 años como homenaje a su amigo Luís Buñuel. Se trata del final del film Belle de jour. Un experimento del portugués como otros muchos que lleva hecho a lo largo de su vida. Tiene un ritmo oliveira, osea el ritmo más lento que puedas encontrar.

No entiendo las críticas a Oliveira por esta película cuando es exactamente igual que el resto, y yo vi unas 15, ritmo lento, música clásica, planos fijos...

Esta es una de esas películas que no tienen ningún sentido sin su predecesora. No es en sí una película, sino un final. Tal vez el broche que alguien hubiera querido ponerle a "Belle de Jour", el final que hubiera deseado para esa otra película. Pero como obra individual, es muy lenta. Incluso con lo poco que dura (70 min.), llega a hacerse pesada porque intenta erráticamente de poner al espectador en antecedentes durante casi la mitad del film.

El incombustible Manoel de Oliveira retoma la historia de "Belle de Jour" de Buñuel. Está filmada de una manera muy serena, tomándose su tiempo en cada plano fijo, cosa que en el cine contemporáneo es primitivo o cinéfilo-friiki.
Para los que no tenéis la referencia de la peli de Buñuel, como yo, la trama os podrá parecer casi una tomadura de pelo, sobre todo si se tiene en cuenta que apenas dura 70'. Más bien creo que era una cuenta pendiente de Oliveira y si no la salda ahora que es joven cuándo...

Lo mejor, sin duda, son los diálogos con el barman. Lo peor las caras de desconcierto del espectador. Es curioso el cine, tendré que ver la de Buñuel a ver si mejora ésta, espero que Buñuel no me requiera rescatar otra anterior y así sucesivamente hasta el infinito.

Uf, por todo ello se me hace complicado poner nota, ni que sea por las conversaciones de bar y por París que siempre nos quedará... 6

Como si la intentona de Gus Van Sant de hacer la remake de Psicosis no hubiera sido ya una mala idea, viene el portugués este con cero verguenza y el ego más grande que el Everest, y decide hacer por su cuenta una secuela del clásico "Belle de Jour", de Buñuel con la veterana Deneuve. El muy arrogante tiene el tupé de pretender hacer que esta "segunda parte" sea más bien el climax de la película original.

Aquí otra hace el papel de Séverine, ya vieja y hecha mierda, mientras que Piccoli vuelve supuestamente para revelarle el secreto de "que era lo que había ahí dentro".

Manoel de Oliveira se mandá una introducción eterna mostrando quichicientas tomas de la ciudad, empalma con una escena de la conversación con un barman donde convenientemente se relata verbalmente todo lo que pasó en la "primera parte" - para poner a tiro a los boludos que no la vieron - y finaliza con una cena íntima entre dos pseudo-mudos que te dejará totalmente intrigado, preguntándote como alguien pudo hacer esta mierda y salir indemne.

Ni hablar del gallo que aparece de la nada (ah, sí, sí, ya entendimos lo que quisiste hacer, huevos tristes)