La pequeña Suiza

En el imaginario pueblo de Tellería, como si de Villar del Río, se tratase, se enmarca esta nueva historia de identidades culturales, a las que últimamente nos tiene acostumbrados la comedía patria.

En esta ocasión se trata de un pueblo burgalés, que ansía ser vasco, y cuando este intento se ve frustrado, se encuentra con la sorpresa de que se puede convertir en un cantón Suizo.

Todo gracias al hallazgo fortuito de una cripta secreta en el santuario del pueblo, donde se halla la tumba de Walter Tell, hijo del heróe helvético Guillermo Tell.

Si a esta rocambolesca historia, le añadimos un trío amoroso, un cura con un arsenal de armas y un espia del CNI, y nos sale La pequeña suiza, el segundo largometraje de Kepa Sojo.

Con un reparto repleto de caras conocidas Jon Plazaola, Maggie Civantos, Ingrid García- Jonsson, Secun de la Rosa, Ramón Barea, Karra Elejalde, Maribel Salas.

La película bebe bastante del cine berlanguiano, sin ningún disimulo como en la escena en que Ramón Barea, homenajea a Pepe Isbert en el balcón del ayuntamiento.

Al igual que toma como referente argumental, la película británica Pasaporte para Pimlico dirigida por Henry Cornelius, en 1949, que cuenta la historia de los habitantes de un barrio londinense que desean ser franceses después de hallar.

La pequeña Suiza, sin hacernos reír a carcajadas, cumple su función de entretenimiento, al basar sus gags, en esa manera de ser de los vascos, tan echados para adelante, que tantas risas a aportado en los últimos años con la archiconocida Ocho apellidos vascos y la serie de televisión Allí abajo.

Humor costumbrista, surrealismo en algunas situaciones, en el que estos personajes, harán lo que sea con tal de encontrar su identidad ya sea entre ikurriñas y txacoli o entre sauvignon y cantos tiroleses.

La historia no hay por donde cogerla y el guión no tiene pies ni cabeza. Además para el colmo de las peores comedias de los últimos tiempos, el elenco de actores parece sacado de un casting de malos interpretes. Se nos presenta unos aires separatistas de un pueblo que vive entre su realidad castellana y sus ideales vascos pero que al igual que la mayoría de independentistas lo que en realidad priman son los intereses económicos. En definitiva si hay que ser lo que sea, somos hasta suizos con tal de que paguemos menos que nuestros vecinos y si hay que irse fuera de España, pues nos vamos hasta Bélgica o Florencia con tal de que sigamos viviendo a costa del resto.

Suelo estar de acuerdo con las puntuaciones de esta página, pero en este caso debo decir que no. Es posible que en sus críticas los que dominan el tema tengan razón, pero lo cierto es que el tono cómico está presente en todo momento y para nada estoy de acuerdo con ese injusto 3,5.

Puede que sea previsible su trama amorosa, pero no deja de ser simpática. Es una película llena de colorido que resulta entretenida y te saca algunas risas.

Dejen esas puntuaciones tan bajitas para las del domingo por la tarde, esas que te hacen sentir que has perdido miserablemente un tiempo de tu vida que ya no vas a recuperar, y den a esta película una puntuación que no baje del cinco.

O del 6.

Hay un trabajo actoral de primera, en eso coincido.

Si esta es la nueva comedia española que nos espera, intentando copiar el éxito de los apellidos vascos que ya de por si era horripilante apaga y vámonos.
Todo en este lamentable largometraje es para echarse a llorar, desde unas actuaciones sobreactuadas, con unos acentos forzadísimos para lograr hacer gracia y unas situaciones bochornosas, que para mi parecer no merece la pena ni comentar el argumento, no se os ocurra perder el tiempo en tamaño despropósito fílmico.

En la línea de "Ocho apellidos vascos", no llega a tener la chispa de aquella. Comparte unos cuantos rasgos cómicos y el tener como trasfondo otra vez lo vasco. El guión no es exactamente brillante y algunos de los personajes rozan lo esperpéntico en un afán por provocar la risa del espectador, cosa que logra a veces. Sirve para pasar un rato distendido sin complicaciones. A menos que se quiera ahondar y reflexionar en el empecinamiento de algunas sociedades en no ser lo que son ni estar donde están, en pleno soiglo XXI, en un mundo globalizado, donde nos comunicamos por satélite con alguien que está al otro lado del mundo pero nos molesta el vecino. Pero siempre hay quien no sale de su localismo empecinado. Y eso, según la cinta, es lo verdaderamente ridículo.