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Matar a un ruiseñor

Drama Adaptación de la novela homónima de Harper Lee. En la época de la Gran Depresión, en una población sureña, Atticus Finch (Gregory Peck) es un abogado que defiende a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Aunque la inocencia del hombre resulta evidente, el veredicto del jurado es tan previsible que ningún abogado aceptaría el caso, excepto Atticus Finch, el ciudadano más respetable de la ciudad. Su compasiva y ... [+]
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Críticas 199
Críticas ordenadas por utilidad
11 de abril de 2012
70 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevar a la pantalla la novela “Matar a un ruiseñor” de la escritora Harper Lee, por la que había ganado el Pulitzer, fue un verdadero éxito que todavía perdura, pues a pesar de los cincuenta años transcurridos desde su estreno, la cinta no ha perdido ninguno de los matices dramáticos que la escritora nos quiso hacer llegar con su obra. Pero este éxito cinematográfico tenemos que atribuirlo totalmente a ese magnífico guionista que fue Horton Foote y aquellos que lo contrataron.

La dirección de Robert Mulligan, el trabajo de Gregory Peck y de todo el resto de actores es soberbio. Ese hombre Atticus Finch, que el destino le ha situado en un pequeño pueblo sureño, con dos hijos a los que trata de inculcarles los valores de rectitud, respeto y humanidad, que el mismo posee, deberá enfrentarse a uno de los mayores desafíos de su vida.

La mayoría de escritores, y Harper Lee no es una excepción, suelen inspirarse en sus propias vivencias al escribir una novela, por este motivo para ella el libro tenía una carga emocional muy significativa, ya que el personaje de Atticus Finch estaba inspirado en su propio padre.
Vfoul
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16 de septiembre de 2006
90 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mirada infantil recorre cada fotograma de la cinta y nos ofrece, con la mayor naturalidad del mundo, la magdalena de Proust. Todo transcurre a través de los ojos de los niños y le da a la película esa maravillosa pátina onírica, tierna, terrible y aventurera. Especialmente recomendable para los que alguna vez creímos que nuestro padre, Atticus (¡si hasta el nombre tiene resonancias de grandeza clásica y parece un desván en el que se guardan los milagros!), era Dios. ¡Y cómo atravesábamos el porche, a la carrera, desde el miedo hasta el misterio, desde el frío hasta la mano de Boo Bradley! Y cómo abandonamos la memoria, con el paso de los días, antes de intuir el resultado de la lucha. No quisiera obligarme a buscarle defectos. Me quedo con la magia.
Servadac
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6 de febrero de 2009
54 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas veces he admirado a mi padre, y me he sentido orgullosa de ser su hija. Porque es un buen hombre, un hombre honesto que se cuenta entre esas personas constructivas y que logran que la sociedad sea un poco mejor.
Por eso entiendo cómo se sentirían Jem y Scout Finch al ser testigos de cómo su padre se encaraba con el pétreo muro de los prejuicios, cómo andaba con la cabeza bien alta entre gentes de escasas luces que alimentaban absurdos e irracionales odios, para defender a los agraviados y clamar justicia en un país donde la justicia se medía por el rasero del color de la piel, de los orígenes, del dinero, del poder y, en resumen, de los que tenían la sartén por el mango.
Atticus Finch debía de ser, a los ojos de sus hijos, un pequeño David que hacía frente, con su escueta honda, a un Goliat del tamaño de una montaña. Luchando bravamente, pese al gigantesco obstáculo que el Sur le imponía, portando simplemente con el arma de sus principios.
“Hay hombres en este mundo que han nacido para cargar con las tareas desagradables de los demás.” Atticus Finch asumió esa carga sobre sus hombros, y la soportaría hasta el final. Porque él era una de esas personas que, como se suele decir, tienen agallas, riñones, coraje. Que los tienen bien puestos.
Para unos niños, no debe de haber muchas cosas más dignas de admiración que ver cómo su padre mantiene a raya a las fieras sin perder jamás la compostura y espetándoles a la cara toda la dignidad con la que deja al descubierto la vileza de quienes envenenan el mundo con sus actos mezquinos.
En un estado sureño, en plena Gran Depresión, dos hermanos, que cuentan con el impagable ejemplo de ese gran hombre que es su padre, aprenden a quitarse el velo de los dañinos prejuicios.
Muchas veces juzgamos por las apariencias, antes de conocer. Y hay quienes llegan mucho más lejos que eso. Hay quienes no vacilarían en eliminar a otros semejantes por el simple hecho de que tengan la piel de un color diferente. Y que no dudarían en ampararse en el poder que les concede un Estado y una “Justicia” igualmente lastrados.
La justicia no es ciega ni sorda. Casi siempre se inclina hacia el lado que más le interesa y le conviene.
Atticus es de los pocos que tiene como objetivo impedir que ese sistema corrompido se perpetúe.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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16 de septiembre de 2006
45 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pienso cada vez que leo la sinopsis de esta película, que la dan equivocada. Lo que cuenta no es la defensa que hace un abogado de alguien injustamente acusado, que también. Ello sólo es una anecdota para narrar la verdadera historia del film: la relación entre dos hermanos y la educación en la honradez y la verdad que intenta darles su padre. Y la idea de que siempre hay que proteger al débil: ser fuerte con el fuerte y débil con el débil. Desde esta perspectiva si que tiene explicación el título de la película.
Estimo notable la interpretación de los dos crios. Me ha gustado más que la de Gregory P.
JOSE
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13 de junio de 2005
45 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas especiales, esas que tienen un "no sé qué" que, más allá de la dirección, la interpretación, el guión o la fotografía, las hace diferentes. Quizá ese "no sé qué" no responda a nada objetivo o cuantificable, y sólo esté en la pupila, y en el corazón, del espectador. "Matar a un ruiseñor" es una de ellas. Desde los títulos de entrada uno puede darse cuenta de que está viendo algo diferente. El guión es excelente, la música es maravillosa, los actores (niños y adultos) formidables, pero más allá de estas cuestiones, toda la película posee una atmósfera especial, una regresión a la infancia, tan ambigua y excitante como sólo pueden ser los recuerdos. La película explica cosas tan intensas que no pueden expresarse mediante palabras (por ejemplo, cuando Gregory Peck, en la que para mí es su mejor interpretación, está sentado en el porche de su casa, por la noche, y escucha a sus hijos), eso es, simplemente, magia. No es extraño que esta película se vea asociada a La Noche del Cazador. Ambas poseen ese ruido de fondo por debajo de la propia narración que explica por qué una película puede ser arte.
Emilio Cappa Segis
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