King Kong

A día de hoy un mito casi reducido a un mono gigante escalando un edificio. King Kong fue mucho más, y la película sigue viéndose tan impactante como el primer día.

La occidentalización de los monstruos nipones, prácticamente pionera en cine de catástrofes hollywoodienses. King Kong no es sólo una demostración de fuerza y temor para los personajes que ven con sus ojos al simio gigante en la película, es también casi un mensaje para el resto de productoras que se atrevieran a rivalizar con el potente cine norteamericano. Una sacada de músculo que tardó años en igualarse, y un icono del cine que debe salir en cualquier enciclopedia sobre el séptimo arte.

Efectos increíbles para la época, con una brutalidad en ocasiones inesperada y un componente de terror potenciado por juegos de sombras efectistas persiguiendo el contraste absoluto. King Kong es mucho más que un mono en un rascacielos.

No pude evitar sucumbir ante tan maravillosa fábula. Cuánto talento, ingenio y creatividad para concebir (y efectivamente concretar) semejante obra en 1933. Algunos de los fotogramas de King Kong seguramente habitan los museos de cine del mundo, porque tiene escenas verdaderamente memorables.

Resulta fascinante esta colosal y espectacular versión de la bella y la bestia, con un final apoteósico, dentro de la realización, a mi manera de ver, más innovadora en el cine desde la incorporación a éste del sonido y hasta la producción de la guerra de las galaxias a las puertas de la era digital...

para los que hemos cumplido más años, de los que podemos confesar, pero no tantos como para haberla visionado en una sala de cine –donde debió resultar soberbia–, nos impactó a una tierna edad a través de los rayos catódicos de un televisor que sólo emitía en blanco y negro (incluso las películas en color), y aun así resultó prodigiosa y fascinante para nuestros ingenuos, incrédulos y atónitos ojos, los cuales se encariñaron con un gorila del tamaño de un edificio mientras éste trepaba por un emblemático rascacielos neoyorquino por el amor de una hermosa dama...

Una joya de la R.K.O. en su edad dorada. Una película que al principio se hace algo aburrida, lo que nos hace pensar que vamos a ver un flojo melodrama… Hasta que aparece la niebla. Hasta que aparece un gigantesco y arcaico muro de madera. Hasta que aparece una tribu primitiva con hechiceros, tabús y extraños ritos. Hasta que abriéndose paso por la jungla aparece la figura de una criatura inverosímil, de un formidable animal que enseguida comprendemos que tiene alma. Y a partir de aquí sabemos que estamos ante una película que ya jamás olvidaremos…

Estamos ante la que es, sin duda alguna, uno de los grandes clásicos de la historia del cine por lo bueno que es de por sí y por el nivel técnico mostrado por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en 1933, cuando el cine todavía no había cogido velocidad de crucero.

¿Por qué no la he visto hasta hoy? Pues porque no me salía de los... no, mentira. A la hora de ver una película, por muy buena reputación que tenga, depende en gran parte las ganas de uno mismo. Ver algo solo porque hay que verlo no me parece una forma idónea de visionar cine, series o lo que sea.

Vaya por delante que al ser un filme de la década de los 30 esperaba algo de técnicas rudimentarias, quedando los actores como más creíbles presencias. Lo que he visto una vez finalizado la hora y cuarenta y cuatro minutos de rodaje es una película adelantada a su tiempo. Todo lo que tiene que ver con la isla y sus criaturas son de un acabado tan impecable teniendo en cuenta la época que me parece impresionante lo que consiguieron.

Punto y aparte merece el gorila protagonista. Un simio gigante muy bien construido y manejado para los estándares de la época lleno de expresividad y hasta un poco de humanidad, algo que choca frontalmente con los humanos, en especial ese afán de lucro desmedido como se muestra con el personaje de Carl Denham y todo lo que tiene que ver con King Kong.

Todo eso y una certera banda sonora de Max Steiner (me encanta cuando en uno de los temas las notas coinciden con las pisadas del rey de la isla) más la contribución de los actores en unas solventes interpretaciones hacen que 'King Kong' después de casi 90 años de existencia siga siendo una obra cinematográfica de gran calado.

Ni los efectos ni los años le pueden quitar crédito a este film que marca toda una época en el cine de ficción.
La animación es fantástica y muy entrañable, las escenas de Kong en la ciudad y la peleas contra los bichotes son lo mejor, el final es de los más grandes en la historia.
El único defecto que le encuentro son sus inexpresivos actores que casi ni se sorprenden al ver semejante simiote.
El remake dirigido por Peter Jackson solo añade unas 2 horas más de película y chorrocientos efectos especiales, y le sale tan bien que engrandece hasta el infinito al original.