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El año pasado en Marienbad

Drama. Intriga. Romance En un barroco hotel, un extraño, X, intenta persuadir a una mujer casada, A, de que abandone a su marido, M, y se fugue con él. Se basa en una promesa que ella le hizo cuando se conocieron el año anterior, en Marienbad, pero la mujer parece no recordar aquel encuentro. (FILMAFFINITY)
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Críticas 63
Críticas ordenadas por utilidad
20 de octubre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
... tendrás exactamente la misma sensación, pero en vez de perder 94 minutos de tu vida, serán casi 4

https://www.youtube.com/watch?v=0DjHKqb365A

El 2 va por esto aunque no he aguantado ver la peli tanto tiempo:

1. Los paisajes, vestuario y la ambientación lograda y muy bonita de los años 60, en un hotel en donde solo hay ricos. Parece que se rodó en Versalles por ser peli francesa, pero no, ha sido en diversos palacios de Múnich (Alemania)

2. Quienes han trabajado en esta peli, que pienso en ellos. Si os parece un rollo ver repetido casi lo mismo, imaginaos las tomas que habrán tenido que hacer... aunque si han sido inteligentes habrán reciclado algunas de estas hasta con "fallos" que si te das cuenta con las repeticiones que habrán tenido que hacer no son tales... ya te da igual ver si la mujer va con un vestido de gasa o uno de raso, o si a algunos de los hombres tienen o no pajarita


Sigo abajo en spoiler sin revelar nada pero sí añadiendo un aparte
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Yukiko
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11 de junio de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Celebramos en estos días el centenario del nacimiento de Alain Resnais, uno de los cineastas franceses más importantes de la historia del cine. Y debía hacerlo con la revisión de la que se tiene por su obra maestra, “El año pasado en Marienbad”, una película muy difícil de ver e imposible de recomendar pero cuya importancia para la historia del cine y su valentía innovadora (más bien renovadora) del lenguaje cinematográfico resulta prácticamente impensable pero cierta a la altura de 1961, año de su estreno y en el que obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia. O quizás me esté equivocando y sea al revés, era en 1961 cuando se admitían fórmulas revolucionarias en el cine y no ahora, que resultaría abucheada y expulsada de las salas por la gran masa consumista en esta adocenada sociedad capitalista unineuronal en la que por desgracia habitamos.

Evidentemente, lo que fascina en la propuesta de Resnais es la forma, que se impone al contenido absolutamente, resultando la trama lo de menos ante un espectáculo visual experimental totalmente arrollador, donde poco o nada nos importa lo que les ocurra a los personajes porque nuestro ojo termina totalmente prendado del baile continuo y barroco de la cámara de Alain Resnais en un palacio aún más barroco que resulta ser un hotel en el que se permite fracturar el tiempo y el espacio para lograr que la narración de un adulterio termine resultando la más críptica, intelectual e indescifrable de la historia del cine.

Todo gira alrededor de los recuerdos, de hace un año y actuales, que se van mezclando delante del espectador a través de la narración tremendamente literaria de una voz en off. Pero no sólo el espectador de esta inclasificable obra maestra es confundido temporalmente, sino incluso espacialmente, por cuanto las estancias, pasillos, salones, teatros y jardines, sobre todo los hipnóticos jardines, de ese hotel de gran lujo y barroquismo rococó en su estética, también se acaban entremezclando creando esa percepción onírica en la que finalmente el espectador de la obra no sabe dónde ni cuándo se encuentra y termina definitivamente desorientado.

La minimalista trama argumental en torno a la que gira la cinta pasa por la narración de un adulterio, donde el amante propone a la mujer casada que se fuguen juntos, pero ella le impone que se llevará a cabo tan sólo si se lo propone en el mismo hotel de lujo un año después. Pero, pasado el mencionado año, la mujer parece no recordar esa promesa y la voz en off de él mezclará texturas, tiempos y espacios para intentar hacérselo evocar.

Aquí el elenco actoral no importa. Es más, Alain Resnais los hace parecer simples maniquíes totalmente congelados, sin movimiento alguno o expresión, limitándose a ver pasar una cámara que en un travelling perpetuo que nunca para, tan sólo frenada por algunos alardes de montaje impropios de 1961, totalmente adelantados a su tiempo.

Es hipnótica la forma de narrar la historia, la música de Francis Seyrig y, sobre todo y por encima de todo, la bellísima fotografía en blanco y negro de Sacha Vierny, una de las mejores de la historia del cine en un tono surrealista que fascina, intencionadamente artificial.
Sergio Berbel
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9 de septiembre de 2008
22 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
218/05(09/09/08) Puro cine de arte y ensayo. Cinta sobrevalorada, es un peñazo insufrible, esa voz en off golpeando como un martillo, no da respiro. Tenía ganas de verla pues había visto muy buenas críticas sobre ella, pero una vez mas la crítica especializada y yo vamos en direcciones opuestas. Un argumento que se podría resumir con este diálogo (habal él) <Vente conmigo, me lo prometiste>, respuesta de ella <No sé, es que no te recuerdo>, y así se pasan todo el metraje, con pequeñas variaciones, pero con esta conversación una y otra vez, una y otra vez ... No deseo dedicarle mas tiempo a este bluff, acabo de verlo y me cuesta seguir despierto. Recomendable a los que sufran de insomnio. Fuerza y honor!!!
TOM REGAN
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16 de febrero de 2014
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra maestra. Precedente invaluable de la anti-narrativa de corte surrealista que trabajaría David Lynch.

De valores estéticos inigualables, una sucesión irremediablemente hipnótica de imágenes de belleza sobrecogedora, ligadas a un discurso altamente sugestivo que la declamación en idioma francés convierte, al menos para mí (y probablemente para todo espectador no francófono), en algo misterioso, insondable. Contribuye a esta sensación asimismo la perturbadora música dominada por un órgano atonal, motivando una dicotomía de malestar o perturbación (auditiva) frente a impresionante belleza (visual) en un trance que lleva a la cuestión de cualquiera de las realidades humanas que uno quiera o sienta diseccionar experimentando el lirismo de la película (el amor, la memoria, el paso del tiempo, la muerte, la idea versus la realidad, la naturaleza indefensa del hombre en contraposición a su capacidad de acción sobre el mundo, etcétera). Así, más que una película, es una experiencia artística completa, incuestionablemente perfecta.

Surrealismo, dadaísmo, una calculada pretensión intelectual: vanguardia y pura modernidad sin dejar de lado la perfección formal, algo de lo que los así llamados “artistas” contemporáneos deberían aprender.
bob_elgato
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3 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El séptimo arte nació con su cámara bajo el brazo y despreciado como un espectáculo de feria visual entre dos viejos y respetables dioses como eran la literatura y el teatro. Tuvo que hallar su propio camino y lenguaje heredando rasgos de ambos, y a la vez construyendo su propia personalidad, en la que se ve el mundo no a través del pensamiento o de un escenario, sino a través del cuadro de una cámara. De la literatura tomó la narración de historias, la expresión poética o el diálogo; del teatro tomó la representación a través de la interpretación, el espacio, el sonido y la luz. Y, como todo arte, se debe a la expresión de un emisor que busca comunicar algo a un receptor, y es en esa comunicación cuando el receptor puede (o no) considerar el concepto de arte como una respuesta de su propia subjetividad ante la obra. Para el emisor, el artista, todo es arte en cuanto todo es una expresión que intenta comunicar; para el receptor, sólo es arte lo que realmente le comunica una expresión. Y ahí el debate.

Por eso, “El año pasado en Marienbad”, una película cuyo argumento es que un señor anónimo, en un palacio barroco lleno de enigmáticos personajes, busca sin descanso a una señora anónima casada a la que pretendió un año antes en Marienbad, y que se empeña en no recordar nada de lo que él le recuerda, puede mirarse como una exhibición de pedantería indigesta (que lo es), un ejercicio visual depurado y bello (que también lo es), y una obra lírica cuya intención (por definición de género literario), es transmitir la subjetividad y no contar una historia (intención propia de la narrativa).

El problema es querer que el séptimo arte, con su cámara bajo el brazo, se deba exclusivamente a lo que a nosotros nos gusta, o a lo que a la mayoría de la gente le gusta o, sencillamente, a ser un cuentacuentos, porque de todos es sabido que el género literario por excelencia es la narrativa. El entretenimiento (que es uno de los fines de la literatura, pero no el único), parece serlo todo: la gente consume y pide historias al libro, al escenario o a la película. Si no las obtiene, se aburre, se irrita, y empieza a ver con cierto rencor a los marisabidillos tertulianos que se entusiasman con lo que ellos no asimilan, y claro, si a un tipo culto le gusta algo que a mí no, ¿es que seré yo inculto? Pues, como en el cuento del traje nuevo del rey, o finjo ser culto yo también para no ser tildado de estúpido o (como Marc, el personaje de “Arte”, de Yasmina Reza), me cisco en lo que dice Paul Valéry.

¿Obra de arte, como lo que pensaron el guionista Alain Robbe-Grillet y el cineasta Alain Resnais, merecedora del león de oro de la Mostra de Venezia de 1961, o tomadura de pelo, como lo que pensaron los propios productores de la película y sigue pensando gran parte del público que se asoma a verla? Las dos cosas a la vez y ninguna de ellas. Todo depende de qué busque el espectador en una película y de qué espere del propio cine.

Si se busca una experiencia de lenguaje cinematográfico, en la composición de planos, travellings, escenografía, iluminaciones y sonido (aunque la música de órgano de Francis Seyrig sea un poco cargante), el resultado es satisfactorio.

Si se busca una experiencia visual puramente subjetiva, donde en un espacio onírico, como en un cuadro animado de Magritte o Delvaux, personajes abiertos al símbolo y a la evocación de cada uno (fascinante Delphine Syrig), provoquen un estado de ensoñación donde el tiempo se detenga y la memoria y la verdad se confundan, el resultado es satisfactorio.

Si se busca una experiencia literaria, donde la palabra (en este caso, las voces en off del pretendiente y del marido), despliegue su complejidad y su belleza, invitando a la reflexión, a la imaginación y al puro placer de escucharla, el resultado es satisfactorio.

Si se busca una experiencia narrativa de sumergirse en una historia emocionante y bien contada, una experiencia de entretenimiento televisivo o una experiencia de entendimiento lógico y cronológico de la realidad, absténganse de verla o huyan de la pantalla antes de que sea demasiado tarde: el aburrimiento mezclado con irritación es un peligroso cóctel que provoca todo tipo de execraciones y juramentos en arameo.

Porque cada uno busca lo que busca, y el arte busca a cada uno que lo busca, y eso quiere decir a todos, pero cada uno lo encuentra donde lo encuentra.
Pedro_Moraelche
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