Senderos de gloria

Absolutamente perfecta, no se puede hacer mejor. Una sensacional historia dirigida por un genio con unos actores impecables. Gran disección de la jerarquía militar y la justicia-injustica de un conflicto bélico visto desde los diferentes estamentos militares. Quizá una de las grandes películas de la historia.

Para muchos es la obra maestra de Kubrick, para mi es difícil decir lo mismo cuando es el director el propio maestro, y por tanto, enormes todas sus creaciones. Si además sumamos a Kirk Douglas pues entonces sólo se puede hacer una cosa: acomodarnos en el sofá y disfrutar del buen cine. Un claro ejemplo de cómo reflejar la penuria de cualquier guerra sin necesidad de sangre, vísceras, brazos arrancados y piernas amputadas. El cine actual debería tomar ciertas notas del pasado antes de empezar a rodar. Correr nunca fue de cobardes, y aunque lo fuera hay peores formas de serlo.

Es evidente que la guerra saca lo peor de las personas, las deshumaniza, las hace enfrentarse con aquellos con los que comparten los mismos lazos por unos intereses casi siempre dispersos (aunque siempre como fondo sonando un “clin clin caja”).

Y como fruto de esta deshumanización Kubrick nos muestra, entre otras cosas, la hipocresía y la demagogia llevadas hasta sus últimas consecuencias, representada por medio de unos miserables generales quienes, cómodamente situados en una posición de privilegio, manejan cual títeres a su ejército. Como dioses griegos, situados plácidamente en el Olimpo, juegan con los simples mortales a su antojo, decidiendo incluso en qué momento ha llegado la hora de sacrificar a sus peones.

Y en medio de estos dos universos, el de los que dirigen desde arriba, sin ensuciarse las manos, y los pobres diablos que arriesgan su vida en pos de un sinsentido, aparece la figura agradable del Coronel Dax, interpretada por Kirk Douglas, que en un ejercicio de filantropía y sentido común (en contraposición a tanta barbarie) se convierte en el último reducto en el que depositamos nuestras esperanzas y nos ayuda a recobrar la fe en el ser humano.

El joven Kubrick dirigió esta película después de sus tres primeros largometrajes, con Senderos de Gloria Kubrick demostró que tenía mucho que decir, sin lugar a dudas, estamos ante una de las obras maestras e imprescindibles del cine.

Como en todas sus películas, Kubrick adapta un libro y en este caso se trata de la novela de Humphrey Cobb, sin duda, el libro original es imprescindible para el joven Kubrick, se trata de una novela antibélica, quizás de lo mejor que haya podido ver.
El joven director sabe como llevar esta novela a la pantalla en tan solo 86 minutos, otros directores actuales hubiesen desarrollado la historia en tres horas, Kubrick lo dice en casi 90 minutos y es por eso por lo que esta película tiene tanta fuerza, va al grano, no se pierde en detalles innecesarios, sabe lo que quiere contar y como lo quiere, deja la paja de la historia a un lado.

Es una película que no se entretiene contando detalles de guerra o de juicios, no interesa, se muestran las trincheras, los superiores de lo soldados que ofrecen sus vida por su patria y las injusticias del ser humano ante las acciones del psicópata.

Es cierto que en cada película de Kubrick se encierran diez películas más, aquí no se habla sobre la guerra, en absoluto, sería muy fácil, al contrario, no quiere perderse en detalles, lo importante son las acciones del ser humano ante actos criminales.
No olvido esa frase de Kirk Douglas cuando afirma: me avergüenzo de pertenecer a la raza humana. Creo que esa frase define perfectamente el ideal de la película.

El joven Kubrick no había pulido todavía su fotografía, ésa que tanto le caracterizaba, se ven momentos de una fuerza impresionante, sobre todo en el juicio, las trincheras o el momento en el que los soldados rezan por sus vidas, esos momentos son magistrales y ya se siente al genio que se aproxima.

Las películas de Kubrick suelen ser distantes, frías o muy estáticas pero no es este el caso, aquí se respira mucha fuerza y tensión y sin llegar al sentimentalismo, emociona al espectador con ese final donde la cantante alemana canta en alemán a los soldados franceses, quizás sea de los momentos más sentimentales del cine de Kubrick.

1916, I Guerra Mundial. Nos situamos en el frente francés donde el general Mireau, empujado por su afán de poder, dirige un ataque ambicioso, a la par que loco, a uno de los puntos estratégicos defensivos alemanes. El resultado es nefasto, como era de prever y el oficial al mando de la operación, el coronel Dax, verá que tal vez hay más enemigos en su propio bando que en el contrario.

Gran película de Kubrick, otra más, suma y sigue. Soberbia interpretación de lo que fue la I Guerra Mundial: desorganización, malas decisiones, muchas bajas y pocos culpables del desastre pagándolo. Nos muestra la guerra tal y como era en la época -sucia y rastrera- y nos enseña que siempre habrá un doble rasero con el que medir las acciones del malhechor. Por un lado tenemos a la "élite" militar francesa, dominada por hipócritas trajeados que se pasean por grandes palacios mientras juegan a ser dioses; por otro, tenemos a los pobres subordinados, que no hacen más que acatar órdenes y sufrir las consecuencias de las mismas. Kubrick nos retrata, a través de la atenta mirada de Kirk Douglas, las miserias de la guerra como ninguna otra y constatamos como la clase dirigente siempre pisoteó y pisoteará a los honrados. Las interpretaciones están todas a un altísimo nivel, siendo los tres soldados víctimas de la injusticia los grandes protagonistas de la cinta. La banda sonora, ambiental en momentos de batalla y musical en otros, está perfectamente llevada -siendo en la parte final del filme portentosa-.

Para terminar, mi opinión es que estamos ante una de esas grandes desconocidas de la filmografía de Kubrick, pero no por ello (ni mucho menos) significa que sea de menor calidad sino todo lo contrario. Abrumadora película, de corta duración pero muy intensa, sin perder ni un minuto en sentimentalismos, vital cinta para cualquier apasionado del cine y más concretamente del de Kubrick. Me quedo con una frase hacia el final de Menjou, considerando estúpido cualquier idealismo, porque al final la realidad se impone y lo desmonta.