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Harakiri

Drama Un samurái pide permiso para practicarse el Seppuku (o Harakiri), ceremonia durante la cual se quitará la vida abriéndose el estómago al tiempo que otro samurái lo decapitará. Solicita también poder contar la historia que le ha llevado a tomar tan trágica decisión. (FILMAFFINITY)
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Críticas 109
Críticas ordenadas por utilidad
31 de octubre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
He pasado la mayor parte del metraje hipnotizado por la potencia arrolladora de todo lo que me estaba presentando Harakiri. Las katanas, los kimonos y los sombreros de bambú me parecían un simple envoltorio con el que proteger una historia mucho más importante y más profunda que el mero atractivo temático de uno de los períodos históricos más prolíficos en cuanto a su capacidad de producir historias memorables se refiere. Harakiri más bien parecía estar empleando sus tópicos como plataforma sobre la que apoyarse para presentar un mensaje que me parecía ir más allá de toda elección plástica y cosmética, un mensaje de los que sacuden los cimientos de la manera que tenemos de ver el mundo y atacan en la raíz de lo antropológico.

Durante casi toda la película me ha parecido estar presenciando la elaboración de una fábula inmensa y cruel sobre la marginalidad, sobre la exclusión social, y sobre el tipo de violencia tan especial y tan perversa que producen las estructuras del poder humano sobre los más desfavorecidos. Una historia sobre asesinatos disfrazados de convenientes suicidios provocados a los que son forzados los sectores más pobres y prescindibles de cualquier cultura humana en cualquier lugar del mundo; una historia que bien podría haber escrito ya Franz Kafka o Arthur Miller y haberse llamado Ante la Ley o Muerte de un Viajante. Temas propuestos desde el contexto de un Japón feudal que parecía actuar a modo de reflejo de problemas y motivos vigentes y contemporáneos, de naturaleza auténticamente universal.

Pero entonces llega el clímax de la película, se desenvainan las espadas, empiezan los duelos al atardecer y los lugares comunes del género que Harakiri parecía dispuesta a trascender se abren paso en ella revelándola como un producto mucho más dócil y dispuesto a encajar en el molde del cine de samuráis de lo que aparentaba. Cuando esto ocurre el desenlace violento no enriquece el conjunto como ocurre en casos más orientados al cine de aventuras como Sanjuro o Yojimbo, y en cambio, los silencios, el ritmo denso y la legendaria interpretación de Nakadai pierden parte de su efecto al mostrarse como accesorios cuando la película adopta un rumbo más convencional.

Por supuesto, el mensaje no se pierde, Harakiri sigue siendo una crítica poderosa a los poderes arbitrarios que gobiernan sobre nuestras vidas y deciden su destino completamente de espaldas al sufrimiento que ellos mismos producen, pero su alcance no es tan profundo, sus motivos no llegan tan hondo y aunque es ridículo hablar de decepción en una película tan extraordinaria, resulta difícil no notar lo que pudo ser y no fue. Harakiri toma la respetable decisión de ser una fantástica película de samuráis, quizá una fantástica película a secas, pero podría haber sido algo más.
JoJoestar
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24 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película critica, no el militarismo, sino la hipocresía de los clanes arraigados que enaltecen el código del guerrero (bushidô) en un momento en el que hacía más de 100 años que no había guerras y por tanto los samurai habían perdido practicamente su utilidad. Los protagonistas principales son rônin (hombres de las olas) o guerrero sin señor.

En aquella época, algunos rônin acudían a las sedes de las familias o clanes samurai ricas a pedir que les proporcionaran un lugar digno para hacerse el seppuku (suicidio ritual). Los clanes, para evitarse la molestia, les daban algo de dinero y les echaban. En la película se muestra el efecto llamada de esa práctica de dar dinero en lugar de asistir al seppuku, creando una situación equívoca. Una gran familia en concreto, harta de dar limosnas en ese tipo de situaciones, intenta hacer escarmiento en el joven protagonista para disuadir a los demás que pudieran ir a solicitar lo mismo. El bochornoso espectáculo que hacen del seppuku del muchacho deja en entredicho la honorabilidad del clan.

Lo más sorprendente de la película es que para dotar de peso a la crítica que hace el autor de la idiosincrasia particular de la pacífica era Tokugawa, no se limita a nombrar un clan ficticio, sino que escoge uno de renombre por su valentía y hazañas en el pasado. Y es que elige nada menos que el clan Ii, o como se decía en la época que describe la película: Iyi. Ii Naomasa se destacó con sus "diablos rojos" en la batalla de Sekigahara y por ello -y por su lealtad en multitud de otras batallas- Tokugawa Ieyasu le concedió el feudo de Hikone, en la provincia de Ômi. Naomasa fue uno de los generales más destacados de Tokugawa y uno de los más premiados también. En la película se puede apreciar varias veces el blasón o kamon del clan Iyi y la propia armadura de Naomasa, con esa especie de grandes cuernos en el yelmo.

Imagino que para los japoneses que vieron la película por primera vez sería un auténtico shock.
mhyst
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18 de agosto de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época de paz en el Japón del siglo XVII los samuráis empobrecidos acuden a los castillos para chantajear a los señores feudales: si no reciben limosna, se abrirán las tripas en canal delante de sus puertas. Tsugumo, en cambio, solicita el seppuku para poder recibir una muerte digna de un samurái, no sin antes contar su historia. En Harakiri Kobayashi realiza toda una vivisección del código de honor del guerrero, cuya incoherencia deshumanizadora queda a la vista aún más al ambientarse en un periodo sin conflictos bélicos: el honor del guerrero está unido a la lucha, y si no puede luchar, ha de morir. Pero cuanto más insisten los poderosos en el seguimiento de ese código, más se permiten subvertirlo a su antojo: Kobayashi, pues, realiza tanto una crítica del dogma como de la hipocresía de quienes lo promulgan. Y todo presentado con una elegancia superlativa en cuanto a encuadres y movimientos de cámara, con un expresivo blanco y negro y con un hábil uso del flashback que permite jugar con las expectativas argumentales. De no ser porque en algún plano se le ha visto el cartón a las pelucas me creería si me dijeran que la rodaron antes de ayer. Vamos, me ha parecido un auténtico pasote, a mí, que creía que me aburriría tanto que acabaría practicándome el harakiri no ya con espadas de acero, ni siquiera de bambú, sino con las de plástico malo que venden en las ferias. Magistral.
Isildur
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5 de octubre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los prejuicios pueden ser muy malos antes de ver una película. Mucho he retrasado el visionado de esta historia recomendada por esta página y por algún insistente amigo amante del cine oriental.
Lo cierto es que me ha encantado, la historia me ha atrapado desde el primer minuto hasta el final todo con pocos recursos, una puesta en escena de lo más espartana, un guión de hierro, la cámara siempre en su sitió, los actores estupendos....
Lo que no me esperaba (seguramente por mi desconocimiento del cine oriental), era ver esta película y ver a Tarantino, ver a Eastwood, ver a Leone... simplemente por eso ya es una película de visión obligada, si los grandes beben de aquí...por algo será.
mohinder
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30 de septiembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente y emocionante película en la que Kobayashi nos acerca al enigmático mundo de los samuráis, al tiempo que hace una reflexión muy crítica sobre los valores que regían durante la época feudal japonesa, poniendo en solfa muchos valores de la época frente a la verdadera concepción del sentido del honor, mientras critica la hipocresía, la tradición, el abuso de poder, la insolidaridad y el egoísmo de los grandes señores feudales, quienes utilizando la vida de los hombres en tiempos de guerra, no dudan en abandonarlos a su suerte en tiempos de paz, condenándolos a la mendicidad, con lo que serán deshonrados y vistos con desprecio u ofreciéndoles una única salida honrosa para un guerrero; hacerse el harakiri.
El harakiri, por si hubiere alguno que no lo sepa, es un ritual consistente en un suicidio, en el que el guerrero con su propia espada, ha de sacarse las entrañas trazando una cruz.
También en occidente en aquellos años, los caballeros tenían como salida de una situación deshonrosa suicidarse, pero al menos, podían elegir la forma de hacerlo, el veneno o pegarse un tiro por ejemplo, pero estos japoneses no. Se tenían que sacar las tripas. Es que son muy bestias ! coño!.
Bueno, al grano.
Resulta que en el siglo XVII, después de la guerra civil japonesa, se disfrutó de un largo periodo de paz.
Estos guerreros, adorados y muy cotizados en los conflictos bélicos, pasaron a ser totalmente ninguneados y olvidados en la paz. Como consecuencia, quedaron sumidos en la pobreza e incluso obligados a mendigar.
Pero eso sí. Así como a cualquier campesino u otro tipo de persona no se le exigía ningún código de honor, los samuráis tenían unos severos códigos de conducta que les impedía integrarse en igualdad de condiciones al resto de humildes mortales.
Cuando nuestro protagonista se presenta en casa de un poderoso clan, solicitando un lugar digno para hacerse el harakiri ( con toda la parafernalia del lugar, padrinos, guerreros testigos y todo eso), es recibido con desprecio y escepticismo.
Son muchos, dicen, los samuráis que se presentan en su mansión amenazando con hacerse harakiri, cuando lo que en realidad buscan es despertar compasión para obtener limosna.
Pero nuestro samurai les va a plantear un reto que no podrán imaginar cuando les empiece a contar el relato de su vida.
Magnífica producción muy bien narrada con un relato que va in crescendo, donde el espectador se irá turbando más y más alcanzando una tensión que culminará con una maravillosa escena de acción digna del mejor cine, que no tiene nada que ver con la digitalización actual con la que se resuelven ese tipo de escenas hoy en día, que nos hace admirar más, si cabe, el enorme virtuosismo de las excelentes coreografías de lucha.
Cine pues, para admirar, para reflexionar, para sufrir, para emocionarse, para intrigarse y para disfrutar. Un gran film.
Si tengo que poner alguna pega ( pequeñísima), es al ritmo narrativo que en algunos tramos me resultaba algo dilatado.
Qué le vamos a hacer. Estoy acostumbrado a un cine más rápido. Pero eso, creo, es culpa mía.
AY, el honor. Cuántas veces hemos vacíado de significado a esa palabra.
Izeta
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