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Nos vemos allá arriba

Drama Noviembre de 1919. Dos supervivientes de las trincheras, uno un magnífico ilustrador y el otro, un modesto contable, montan una estafa sobre los monumentos a los muertos de la guerra. En la Francia de los años veinte, el proyecto se convierte en algo tan peligroso como espectacular. (FILMAFFINITY)
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Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
30 de junio de 2018
43 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recientemente leí un artículo el cual afirmaba que durante los mundiales de fútbol de Rusia, los cines estaban registrando las recaudaciones más bajas en mucho tiempo. Al vivir al margen, en la medida de lo posible, del mundanal ruido y no tener amigos aficionados a esta clase de eventos, nunca pensé que esto guardara algún tipo de relación, fíjese usted dónde llega mi ignorancia. Para colmo, mañana entramos en el mes de Julio, y el verano sigue siendo, no sé por qué una época maldita para la exhibición, cuando en Estados Unidos y en otros países, es cuando las taquillas hacen su agosto, nunca mejor dicho. En España el cine, en teoría no da dinero y no se miden las audiencias en televisión. El mundo al revés. ¿Algún idiota se podría plantear que en pleno siglo XXI y cuando muchos disfrutan de sus vacaciones, es precisamente cuando hay público que puede ver la televisión o ir al cine? ¿O es que los que se van de vacaciones abandonando sus responsabilidades son los jefazos que, al estar apoltronados, no tienen la necesidad de renovarse o esforzarse?


El caso es que ayer se estrenó en nuestro país la película que comentamos, “Nos vemos allá arriba”, y en la sesión de tarde éramos cinco personas. Nadie comía palomitas. Silencio total. Perfecto para visionarla disfrutando. Pero una pena que una película tan interesante vaya a pasar desapercibida para el público y sin hacer la caja que merecería, aunque en su país de origen, Francia, la hayan visto más de dos millones de espectadores y se llevara cinco “Césars” del cine francés de las trece categorías a las que fue candidata. Su pase fuera de concurso en el Festival de San Sebastián tampoco parece que haya repercutido en su escasa asistencia. De cualquier forma, quede ahí nuestra recomendación para cualquiera que quiera ver una buena película y a ser posible en cine, porque en este caso, es para verla en una sala, en pantalla grande y buen sonido.


Albert Dupontel junto a Pierre Lemaître son los encargados de la adaptación a la pantalla de la novela de este último. La gran ventaja de escribir con el autor es la compenetración entre ambos y que, Dupontel, hábil y con cierto rodaje en estas lides, tenía claro qué clave quería utilizar. Sin duda se trata de su proyecto más difícil y ambicioso, pero ha salido muy bien parado. Aunque como actor la Academia de cine francés no le premió, sí le otorgó el premio al mejor guionista y el de mejor director. Su esforzada labor es indiscutible. Este drama, con tintes de humor negro, posee unos personajes perfectamente definidos, aunque el hubiéramos querido saber más sobre cómo se unen los personajes de la niña y de Edouard. Los acontecimientos que se suceden están contados con ritmo, interesando en todo momento. La dirección es muy acertada. En las escenas de batalla y trincheras son impecables, incluso el manejo de la cámara, la fotografía de Vincent Mathias, y toda su planificación. A veces, Dupontel, sigue utilizando la fotografía como objeto de virtuosismo, pero sin excederse, y a medida que el film va avanzando parece que su énfasis se va aplacando, para su mayor acierto. Los ayudantes de dirección incluso se hacen notar, y para bien, en escenas de masas y tumultuosas, perfectamente “orquestadas”.


Los actores están ensamblados en esta maquinaria que Dupontel ha logrado controlar desde el principio: él mismo, como protagonista, pero no como ser egocéntrico, está muy bien. Nahuel Pérez Biscayart como Edouard, quizás el personaje más difícil, logra un trabajo excepcional, aunque ni siquiera fuese nominado. También Niels Arestrup como Marcel, un actor de gran versatilidad al que recordamos sobre todo por su magnífica labor en “Un profeta” y que cada día nos recuerda más a Richard Harris. Y el resto, desde las actrices a cualquier secundario están medidos y más que correctos, sobre todo Laurent Lafitte como el aborrecible Henri, en una de sus más logradas interpretaciones.


Su bestial presupuesto, de casi veinte millones de euros, luce a todo trapo, desde sus efectos visuales y sonoros a su esplendorosa ambientación, tanto barroca como hipnótica a veces, con muy buen gusto: su vestuario, su dirección artística o el precioso diseño de máscaras que, en algunos momentos nos evocan a muchas películas del cine galo y que puede ser hasta casi un homenaje a esos rostros que aparecían en clásicos maravillosos como “Los niños del paraíso” de Carné o a “Los ojos sin rostro” de Franju. Todo resplandece pero en ningún momento se sobrepasan o queda como pretensión de nuevo rico.


La música es buena, pero hay un tema, que se utiliza en varios momentos, por lo que se escucha “demasiado”, que nos suena demasiado a Morricone, no sé a él cómo le habrá sentado, y que nos lleva al Morricone de principios de los setenta, sobre todo a la partitura de “Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha”.
Pero poco hay que achacarle a esta gran producción, capaz de demostrar que un gran presupuesto no deshumaniza ninguna película, si hay talento que articule semejante maquinaria y que sea capaz de transmitir las emociones que en cada momento se pretende. A ver si aprendemos nosotros, que tanta falta nos hace y así engrandecer algo nuestro cine patrio. Pero para aprender la lección no solamente haría falta humildad, no escoger a dedo y dejarnos de amiguismos, si no al menos verla.
Maggie Smee
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18 de abril de 2018
32 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí hay una obra rodada a puro talento, desborde creativo, elenco excepcional y unos movimientos de cámara deslumbrantes.

El director —quien también la protagoniza y escribe el guión adaptando una novela— Albert Dupontel tiene la virtud de contarnos en un tono de comedia (a veces usando el humor negro) el drama de los postergados de la guerra, de la "carne de cañón" de los ejércitos que son olvidados y desamparados por los oficiales, el sistema sanitario, los gobiernos y toda una red de bribones que lucran con la posguerra. Por suerte tanto la sinopsis como el trailer no dicen ni sugieren nada del argumento, que es muy, pero muy original. Yo creo que esta película debe ir a verse contando con la menor información argumental posible, porque en el guión la novela de Pierre Lemaitre ha sido trasladada con mucho ingenio y cualquier desarrollo de la trama en una reseña haría perder la magia que el relato posee. Digamos que, a grandes rasgos, hay todo un hilo secuencial de personajes que no aparecen en vano desde el inicio y que, luego van encajando en un círculo virtuoso haciendo que el desenlace sea un resorte brillantemente resuelto para que el filme cierre como se inicia. Tal vez pueda achacársele al libreto que las definiciones psicológicas son cortadas a hachazos (los malos son malísimos, los buenos son víctimas) y que las casualidades resultan algo inverosímiles, pero si uno entra en el juego de espejos que te propone el director seguramente podrás pasar por alto este maniqueísmo y quedarás fascinado con la propuesta.

Como coprotagonista el argentino Nahuel Pérez Bizcayart, hace un trabajo deslumbrante de interpretación exclusivamente con los ojos y las manos porque casi siempre está debajo de alguna máscara. Los efectos especiales son francamente magníficos y están al servicio de una cámara en permanente travelling que se eleva y desciende vertiginosamente con la grúa para mostrarnos escenas de masas (los 3 planos secuencia del principio son antológicos) permitiendo una reconstrucción de época que sería imposible lograr sin usar sobreimpresiones.

La fotografía y la música te subyugan y, como si fuera poco, tiene uno de los finales más emotivos que recordaré para siempre. Una verdadera fiesta para los sentidos, obra que te conmoverá el espíritu y los sentimientos y que recomiendo calurosamente.
Atilio
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28 de julio de 2018
27 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
La I Guerra Mundial (1914-1918), tan cruel como innecesaria, tan salvaje como olvidada… Significó el fin rotundo del antiguo régimen clasista, elitista y predemocrático que hoy nos resulta tan lejano como incomprensible, que además señaló el entierro de la ensimismada, prepotente y opulenta Europa como dueña y señora en materia política, económica y cultural. Los millones de muertos y mutilados por aquella farsa promovida por unas aristocracias ajadas – que creían poder resolver los conflictos en meriendas versallescas ajenas a las necesidades de sus conciudadanos – aún no han sido ni sepultados ni sanados. Nadie como Kubrick en su magistral “Senderos de gloria” (1957) reflejó aquel aquelarre funesto y patético que trajo unos diluvios nacionalistas que aún hoy asolan nuestras fatigadas tierras patrias, que malviven hurgándose el ombligo y desdeñando, como avestruces, los problemas reales que nada tienen que ver con la ajada estructura política que tenemos.

Esta película francesa – adaptación de una novela de éxito – vuelve sobre aquellos aciagos días bañados de sangre, trincheras infectas y mugre purulenta, tratando de recrear aquella matanza europea, basculando entre la farsa y el esperpento, para desentrañar algunas de sus tenaces consecuencias que aún nos asolan: corrupción, picaresca, insensibilidad y barbarie. Cuando ignoramos de dónde venimos, estamos abocados a repetir los errores y horrores del pasado. Aunque el tema central de esta cinta orbita sobre un dolor más intimo y personal: la mirada (ausente o indiferente) del padre. Cuando creemos que nuestro progenitor no nos ama o nos rechaza, nuestra orfandad semeja un pozo sin fondo donde nos hundimos sin remisión y donde el resentimiento tiñe nuestra mirada hasta volvernos ciegos. Querer ser vistos, identificados y aprobados es nuestra común aspiración y nada de lo que podamos acometer tendrá gusto alguno si no percibimos al acompañamiento y complicidad de nuestra progenie.

Por ello, al tiempo que se nos ofrece un retablo sobrecogedor de aquella infausta carnicería se nos presenta una herida más honda y visceral que no tiene cura ni bálsamo cicatrizante que la sane: la apatía o rechazo de nuestra estirpe, la falta de amor, la ausencia de cariño y tolerancia por quién somos – aunque eso signifique no cumplir con las expectativas que habían depositado implícita o explícitamente sobre nosotros. El abandono y soledad en la que ese repudio e incomprensión nos despeña nos durará toda la vida y nos marcará para siempre como un juguete roto, inservible para la vida.

Barroca y teatrera, ampulosa y sobrecargada, sin embargo, nos consigue emocionar y seducir pese a su excesiva exuberancia y artificiosidad. Hay mucho amor en la mirada que nos refleja el calvario íntimo de dos perdedores de una contienda incivil y fraudulenta. Y cuando llega el perdón, volamos.
antonalva
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28 de octubre de 2018
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué forma de hacer cine más impresionante! He estado visionando una película auténtica.
De "las grandes obras maestras de la cinematografía". No tengo palabras para expresar la gran satisfacción que me ha producido.
Teniendo en cuenta que se basa en una argumentación tan dura y cruel como fue la Gran Guerra; el director, con inteligencia y eficacia, ha ido construyendo una película donde los efectos artísticos, las interpretaciones, la música y sobre todo un buenísimo guión bien hilvanado hasta en los más mínimos detalles...ha conseguido, sin ninguna duda, demostrarnos a los cinéfilos que aún nos queda la esperanza de seguir teniendo la oportunidad de ver "CINE" en MAYÚSCULAS.
CHELI
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25 de julio de 2018
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente filme francés, dirigido e interpretado por Albert Dupontel, que una vez más demuestra podría delante y detrás de las cámaras.
Adapta de forma ambiciosa y espectacular, amén de intimista, la novela de Pierre Lemaitre, siendo ayudado en este menester por el propio autor.
Técnicamente irreprochable, con una perfecta ambientación, muy difícil de plasmar de forma totalmente creíble en la pantalla pero a fe que lo consigue, gracias a una impecable dirección artística donde vestuario y peluquería, amén de maquillaje, consigue introducirnos en una época esplendorosa tras una muy cruenta contienda mundial donde tanta muerte y destrucción se causó.
Dupontel, en casi dos horas de duración, que se ven en un suspiro, nos narra una historia de amistad, traiciones, especulaciones y corrupciones al más alto nivel, amén de una preciosa relación paterno-filial que en sus últimos minutos finales emocionan de veras.
Muy bien interpretada, se sigue con verdadero interés, también por mor de un sentido del humor presente en todo el metraje, que se hace muy agradecido (ejemplo la relación y diálogos entre el Presidente y su estúpido y pelota ayudante/secretario).
Muy buena película, practicamente no ya ninguneada sino directamente maltratada en el último Festival Internacional de Cine de Donostia-San Sebastián, donde solo se emitió una proyección y a las 14 h. Ni que decir que practicamente no la vio nadie (no, tampoco yo, que la sacrifiqué por comer).

https://filmsencajatonta.blogspot.com
Constancio
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