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Estación Central

Drama Un vendedor de periódicos tullido vive entre los andenes y vagones de la estación de tren de El Cairo, y se siente atraído por una atractiva vendedora de refrescos.
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
31 de diciembre de 2010
40 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra joya poco vista simplemente por ser de un país con pocas posibilidades de promocionar su cine, y que desafía el prejuicio de que el cine no americano, más aún cuando es de países o culturas exóticas, es extraño, o lento, o difícil de entender, o esotérico, pues “Estación central” es entretenidísima, tensa y emocionante como cualquier película buena de cualquier parte.

Habiendo querido leer muy poco sobre ella antes de verla, pero sabiendo que ha sido votada en ocasiones como la mejor película egipcia, esperaba una mezcla de neorrealismo y sentimentalismo con poco nuevo que aportar, sobrevalorada simplemente por provenir de un país cuya realidad no estamos acostumbrados a ver en la pantalla. De ahí mi sorpresa al ver que no es eso, que tiene muchísimo que ofrecer, y que merece todos los elogios que ha recibido. Sí, se busca el realismo y la crítica social, y la situación específica del Egipto urbano en el año 1958 es esencial para lo que la película quiere decir, pero su comentario no es en absoluto simplista o condescendiente, o limitado a “qué mal lo pasan algunos”, sino que mezcla inteligentísimamente lo político, lo social y lo personal en una historia apasionante y muy original. Original, no porque su desenlace o secretos sean sorprendentes (la verdad, es fácil imaginar por donde irán los tiros argumentales a la media hora), sino por el punto de vista, tan único e íntimo, que elige para hablar de muchas cosas. Y es que hablar de los problemas de la represión y opresión laboral y sexual causa, especialmente cuando choca con la llegada abrupta de la modernidad en todos los órdenes, a través de algo que poco a poco va cobrando el tono de un thriller, y desde el punto de vista de un personaje raro al que no sabes si comprender o temer, es algo difícil y original pero que aquí está hecho de manera brillante, con momentos conmovedores, otros muy eróticos, otros tensos y llenos de suspense, y otros con una capacidad de observación y una humanidad desarmantes.

Al principio puede chocar un poco el estilo de la película, sobre todo de los actores. Según empezaba, tenía yo la sensación de que era claramente la obra de un país con muy pocos recursos y poca práctica en lo de hacer cine, ya que parece un sainete costumbrista, con sus actores de sainete, tipo “Las chicas de la cruz roja”, o algo así. Me temía lo peor, pero aseguro que cambia, y que uno pronto queda atrapado por lo que va pasando y acostumbrado a un estilo interpretativo que acaba siendo muy efectivo. En concreto, la interpretación del protagonista es sensacional y sutilísima.
McTeague
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28 de diciembre de 2017
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera gran película africana y árabe de la historia. Alejandría, la ciudad egipcia fundada por Alejandro Magno en el año 331 a. C., conocida por ser uno de los principales centros culturales del mundo antiguo, era la ventana a través del cual Egipto se asomaba al mundo. En dicho enclave nació Chahine.

Hasta que él no apareció, la industria cinematográfica africana era insignificante, por lo que carecía de fama internacional. En 1958, dirigió, protagonizó y escribió este complejo melodrama. Una obra que supo congregar lo mejor del cine de los años 50 y ayudó a cambiar esta situación.

En 'Estación Central', el neorrealismo y el cine negro impregnan una atrevida historia donde se abordan temas como la represión sexual, la lucha sindical o la occidentalización de Egipto. La fotografía de la película y el virtuoso uso de primeros planos y planos detalle que se emplean en ellas son extraordinarias.

Chahine logra capturar, de manera convincente, la tensión de su época y la ira contenida en la juventud. Un filme lleno de escenas de gran intensidad, como aquella en la que Chahine se graba solo, con sus pensamientos eróticos. Y es que el alejandrino había nacido para transgredir.
José Manuel Barba Márquez
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10 de febrero de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen muchas maneras de hacer cine, y en la década de los 50 convergían diferentes géneros y movimientos en el séptimo arte, muchos de ellos marcados profundamente por el cambio radical de enfoque que supuso la irrupción en el mercado estadounidense de la película italiana de 1948 “El amor”, del director neorrealista por excelencia Roberto Rossellini. Ciertas asociaciones se querellaron contra uno de los dos episodios del filme, “El milagro”, por tocar temas religiosos de una forma políticamente incorrecta y las autoridades judiciales de EE.UU. decidieron establecer idénticos criterios de libertad creativa en el cine que en cualquier otra disciplina artística. Gracias a esta legislación (que en realidad y grosso modo sigue permitiendo que las películas distribuidas al otro lado del charco sean masacradas por la censura y su particular sistema de calificación) directores de la talla de Elia Kazan, Otto Preminger, Nicholas Ray o Douglas Sirk pudieron rodar filmes impensables en el plano argumental y de calidad indiscutible como “La ley del silencio”, “El hombre del brazo de oro” o las díscolas “Jonhy Guitar” y “Sólo el cielo lo sabe”.

Por esas mismas fechas en Europa, Bresson, Bergman o Fellini demostraban que había vida más allá del cine comercial y en África, a Youssef Chahine, director egipcio y de un país no alineado, no le hicieron falta criterios ni Nihil Obstat para realizar de igual forma un estilo diferente y capaz de aliar de manera impoluta cada una de las tendencias que pululaban por aquel entonces: desde el drama clásico del nombrado Sirk, pasando por el cine social y seco; todo sin renunciar a la pulcritud a la hora de rodar y montar, creando unos juegos de luces y sombras y algunas secuencias muy cercanas al vanguardismo.

“Estación central” es un ejemplo claro de ese estilo de hacer cine. Aunque las máximas cotas de denuncia social y política llegarán a finales de los 60 con su filme “La tierra”, Chahine, partiendo de una historia enmarcada en el drama e incluso en lo trágico, el amor de un lisiado hacia una vendedora de bebidas, pero sin renunciar a toques irónicos y humorísticos, incide y desbroza como con un bisturí la sociedad egipcia del momento mostrando sin ningún reparo sus miserias: el machismo, la situación general de la mujer, las reclamaciones laborales de los porteadores... y especialmente la incomprensión general ante determinadas realidades de miseria y exclusión que, en violencia sinérgica, llevan a cada uno de los personajes que componen este retrato coral, a un final en parte desolador. No es baladí que el protagonista en el que convergen todas las historias sea una persona con discapacidad, algo poco habitual en este género, y que ocasionalmente ya hiciera Tod Browning en “Freaks”, pero desde una perspectiva muy distinta.

Imposible resulta no ver la cantidad de recursos que emplea Chahine en la realización de esta minuciosa cinta, con algunas escenas, como la del baile de la chica en el metro que mucho recuerda a algunas secuencias de “La strada” o “Las noches de Cabiria”, que exploran lo más sesudo del cine europeo, y otras con una sensualidad (marcada determinantemente en alguna ocasión con la mirada fija a la cámara de la protagonista) inviable en otras industrias. Magistral en este sentido de aglutinación de conceptos la escena del pajar, donde sin aparecer en pantalla ninguna escena de sexo y a través de un soberbio montaje de fotogramas se percibe con claridad meridiana los sentimientos que están fluyendo por la mente del tullido Qinawi, interpretado con exquisita perfección por el propio Chahine.

Pero no nos dejemos llevar por la amalgama de géneros que podemos disfrutar en “Estación central”, porque en el fondo, como en cualquier drama que se precie, de lo que nos habla Chahine es del amor y sobre todo de su locura, de la necesaria y de la que habríamos de prescindir para más allá de la miseria y del lodo todo acabe en un profundo beso y no haya este de ser compartido únicamente por personajes secundarios casi ajenos a la trama.
poverello
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1 de abril de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Estación Central", de Youssef Chahine, es una maravilla. La primera idea que llega a mis dedos es que la distancia que nos separa de una película así no condiciona su calidad. Vista por los ojos de un blanco occidental y más de medio siglo después, "Estación Central" es una maravilla porque lo tiene todo. Año 1958, Egipto, como el título indica, una estación de trenes, muchos personajes, mucha vida, mucho cine. Y ya no es que la historia sea atractiva, hay otras cosas muy bien hechas que sirven para que el largometraje funcione a la perfección, hablo del trabajo de cada uno de los actores, que me ha dejado muy sorprendido, hablo de la fotografía en B/N y por supuesto, de un guión al que no le falta ni le sobra nada.

Hay denuncia social pero se aleja de ese neorrealismo descriptivo que todos conocemos porque hay cine negro por un tubo, la aceleración del ritmo en la última parte es para no pestañear. La historia prevalece, existe una presentación de las reivindicaciones laborales de los trabajadores, pero lo que nos interesa es ver lo que le pasa al de los periódicos, a la que vende bebidas, gozar del desenlace y finalmente quedar asombrados. Año 1958 y en Egipto, lo repito. Porque, ¿qué decir del erotismo que desprende la vendedora de bebidas? Hay un machismo inaudito, eso también, y desde el principio puede parecer previsible, pero hay que verla caramba.

Es un cine que hay que ir a buscar, no la van a colar por ningún canal de televisión y no es fácil encontrar una copia. Pero es una maravilla, imprescindible para todo cinéfilo que no se conforma con lo que venden en la actualidad.
Luisito
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17 de noviembre de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1958 antes de que la República de Egipto pasase a ser la República árabe de Egipto y poco después de que a un crecidito Nasser las tropas israelíes le diesen para el pelo (y al que años después le volverían a dar), un director del que hasta hoy no conocía nada de su obra (menos aún del cine egipcio) debutaba con “Estación central”. Afortunadamente para Nasser y sus compatriotas por diversas razones que no vienen al caso, en ninguna de sus contiendas llegaron a invadir El Cairo e Israel tuvo que devolver los territorios conquistados.

Cuan diferente hubiese sido la historia y por ende el cine de no ser así, pues aquellas vicisitudes o no de la vida nos brindan esta cinta, más cercana al neorrealismo italiano y al cine de Satyajit Ray pero con más visceralidad, que a lo que hubiese podido ser cualquier tipo de cine post-bélico.

Como resultado Chahine nos ofreció una cinta con una dirección y belleza visual exquisitas, a la que la única pega que se le puede poner es su escasa repercusión en occidente. El mismo director que a su vez ejerce de actor principal nos regala una actuación que se amolda perfectamente a lo que la historia exige.

Otro punto a favor es su corta duración, no por el propio hecho en si, sino porque esto evita que la película no pierda fuerza en ningún momento, adentrándonos entre los recovecos de andenes y railes, del alma y de las emociones, de los sentimientos y de las pasiones. Recomendable sobretodo por el ejercicio psicológico que hace de la ilusión y esperanzas de los más desdichados como paso previo a la caída propia del fracaso y la frustración.

Puro cine que emociona y conmociona sin necesidad de adulteraciones ni fuegos de artificiales.
Arakiri
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