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Old Joy

Drama Historia de dos viejos amigos que se van durante un fin de semana de aventuras a las montañas de Oregón. Obtuvo buenas críticas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
16 de septiembre de 2008
59 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Old Joy es un retazo de la historia de dos amigos que procuran conservar un vínculo que está condenado a desaparecer. Uno de ellos lleva una vida tranquila y acomodada con su pareja, una casa, a punto de tener un crío, relacionándose con sus vecinos... no obstante procura restarle importancia frente a su amigo, como si hubiese traicionado viejos principios que ambos habían establecido juntos en otro tiempo. Del mismo modo, adopta la faceta opuesta frente a su pareja, dándole a entender que apenas existe vínculo ya con su amigo y que en absoluto añora nada fuera de su vida en familia. El otro tan sólo aspira a aparcar la soledad y la miseria en la que está sumido por un par de días. Como si la vuelta a otros tiempos junto a su mejor amigo fuese la única forma que le queda de seguir adelante.

La elegancia de esta película reside en lo hondo que llega este planteamiento tan sencillo a pesar de que sus diálogos están muy medidos y en ningún momento abordan el tema. Éste se aborda a través de los silencios, de las miradas, los roces, el compartir la agradable sensación de un baño caliente uno al lado del otro, siendo una perra y el espectador los únicos confidentes. Ambos se encuentran en tiempo muerto, una pausa en sus vidas, pues dentro de ellas y de la ciudad ya no pueden hacerlo.

Old Joy es una magnífica película tanto por su sencillez y su humildad como por su estilo, con una fantástica fotografía fija que hace agradables los tiempos muertos y una melodía agridulce de Yo La Tengo que conecta espléndidamente con los paisajes. Un relato que relaja y enseña a un tiempo. ¿Se le puede pedir más?
Dragard
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11 de febrero de 2010
50 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escribo este comentario más como respuesta a las críticas que he leído que por que realmente tenga ganas de hablar sobre la película. Old Joy me ha gustado pero deja un poso que la comodidad hace más deseable no remover, mejor si se pierde entre otros más agradables. Por otra parte tras leer, no sólo en esta página si no en general en toda la red, las críticas de los usuarios, no puedo menos que intentar poner sobre aviso a posibles futuros espectadores. NO tiene NADA que ver con “Entre copas”. Nada salvo que todo lo que alcancemos a comprender sea que dos viejos amigos van viajando en un coche. Igual hasta habrá, yo no lo he leído pero probablemente exista, alguno que diga que es una mezcla entre la primera y “Brokebak Mountain”. En absoluto, eso como mucho haría referencia a la puesta en escena, a la forma, nunca al fondo. Antes estaría más cerca de” Una historia Verdadera” pero renunciando a su optimismo. Quizás sea algo así como “Una historia verdadera” pero rodado por Nobuhiro Suwa.

Tampoco encuentro ese homoerotismo tan recurrido. Que dos personajes este cerca sin saber que decirse no significa necesariamente que estén deseando follar. A lo mejor no se les ocurre nada. O, peor, todo lo que se les ocurre es demasiado hiriente. ¿Quién no se ha visto obligado a estar enfrente a alguien sin saber/tener que decirle…? y eso no implica que se lo esté imaginando desnudo en una piscina de barro.

Esta es una película que nos habla de la victoria de la sociedad sobre el individuo. Lo hace de una forma inteligente y pesimista, aunque sesgada por su inevitable ideología “progre”. Ideología que se convierte en un personaje más de la película, enriqueciéndola y eludiendo el panfletarismo de forma admirable.

Dos amigos que sienten un afecto de años suficientemente intenso como para no atreverse a manifestar reproches, pero que al mismo tiempo detestan lo que el otro representa:
Uno, que se ha mantenido “fiel” a lo que soñaban de adolescentes, se ve hundido, aislado, rechazado por la sociedad en la que de ninguna manera puede evitar vivir. Y su amigo es uno de esos del otro lado, uno de esos que lo margina.
El otro, ha cambiado y ha adaptado su vida a lo que la “gente bien” espera. Una postura más cómoda que le permite disfrutar de una vida de familia y comunidad, pero que no significa nada más que las migajas regaladas al converso. Y la presencia del primero sólo sirve para eso, para recordarle que se ha rendido por unas migajas. Quizás esas migajas supiesen mejor si él desapareciera.

No sé vosotros, pero yo he sentido cosas parecidas con más de un amigo de juventud y me ha dolido la película.
ibán
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5 de febrero de 2010
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno compra una tableta de determinada marca de chocolate y no advierte la estrategia mercantil de la empresa de turno. Mes a mes o incluso semana a semana le van sustrayendo un poco del porcentaje de cacao, de tal manera que uno no advierte el cambio. Sólo aquellos que la compran de ciento en viento se percatan de que el sabor es diferente y menos intenso. Eso precisamente les sucede a los protagonistas de Old Joy, cuando se reencuentran ya sólo les queda la nostalgia del sabor de antes, nada vuelve a saber igual.

Kurt, cuarentón, hippie barbudo de Oregón que habita en los arrabales, a medio camino entre la ciudad y el bosque. Mark, un chico normalito de adosado, casado y a punto de tener otro hijo. Kurt llama a Mark después de tiempo sin verse para realizar una excursión a un manantial de aguas termales. El viaje es la excusa de ambos para reencontrarse y tratar de recuperar la idílica amistad juvenil, los sueños y fracasos de su generación, que es la generación hippie americana de los ochenta. No en vano la película transcurre en Oregón, bastión americano del progresismo, antiguamente atestado de hippies y anarquistas de diferente pelaje. No aleatoriamente mientras viajan en el coche escuchan debates políticos de izquierdistas que arremeten contra la política americana.

Se nota que Kelly Reichardt, la directora, está emparentada de alguna manera con el cine de Todd Haynes. Me recuerda Old Joy a la magnífica Safe protagonizada por Juliane Moore. Pertenece a ese género de películas en las que no sucede nada en apariencia, una sucesión de escenas de dos maduritos domingueros viajando por Oregón, hablando de sus cosas y callándolas también.

Aliada la directora con dos actores espléndidos, bravo por el casting, comprendemos perfectamente a través de ellos, y del viaje que realizan, los intentos siempre frustrados de Kurt por acercarse a Mark , el recuerdo del pasado como punto en común y único leitmotiv de su relación actual. La música de YolaTengo es la perfecta banda sonora de su relación.

Reconozco que este tipo de películas no suelen ser santo de mi devoción, tengo algunos prejuicios acerca del cine más contemplativo. No sé cuando una película es una maravilla o cuando me están tomando el pelo, si soy un insensible por aburrirme y debería callar mis comentarios a riesgo de parecer torpe. Recuerdo algunas reprobaciones por sacudir a Gus Van Sant, por formalista. La cuestión es que a veces logro introducirme en la película y la mayoría me quedo fuera esperando a que termine entre bostezos. No pude aburrirme esta vez.
Héctor Muniente
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3 de septiembre de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película que aborda un tema tan cotidiano como el cambio, desde dos puntos de vista diametralmente opuestos pero que, no tanto tiempo atrás, solían coincidir. Lo que queda de la vieja amistad que une a ambos protagonistas es solo la palabra, el afecto lejano y frío tal vez, el recuerdo de tiempos quizás mejores, o no, pero desde luego diferentes a los actuales.
Estoy de acuerdo con nhikinhakapu (respira tranquil@), no vi homoerotismo en esta cinta, antes bien, contacto íntimo, pero íntimo por lo que fue, no por lo que de facto és, y que resulta deliberadamente frío y sacado de contexto, anacrónico. El silencio incómodo que tiñe la obra y que destila tristeza y añoranza, pero no un deseo real de volver atrás. Y la sensación de que el adiós es definitivo. Una película dura entre líneas, triste porque tal vez el tema que aborda no sea tan lejano como a todos nos gustaría creer.
Atreides
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5 de diciembre de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Sorrow is nothing but worn-out joy» afirma uno de los protagonistas en un momento determinado de la película. Esta aseveración, consciente como tantas de su propia trascendencia, es una más en una cinta trufada de interesantes secuencias en las que dos amigos hablan del presente, del pasado, de todas esas cosas que llevan tiempo queriendo decirse y de aquellas nuevas que surgen durante el viaje que emprenden juntos.

Reichardt pone así especial atención en los diálogos, capaces para algunos de transformar una película interesante en una obra notable y una obra interesante en una película mediocre. Sin embargo, siendo justos con el medio artístico al que nos referimos, habría que preguntarse cuál es el peso que un elemento extracinematográfico como es el conjunto de frases pronunciadas por los actores, de carácter puramente literario, debe tener en una obra de carácter audiovisual. La respuesta para mí es bien sencilla.

El cine, que se sustenta en el empleo de los recursos asociados a la imagen y el sonido, se encuentra con el diálogo únicamente en lo que a lo audiovisual se refiere, es decir, en la forma en que las palabras son puestas en boca de los actores y en la conjunción de estas con la imagen que observamos y el sonido que las acompaña. Hay en «Old Joy» mucho talento puesto en este punto, pero no supone una lección distintiva de ello como podría serlo, por ejemplo, la magnífica «Before Sunset» de Richard Linklater o los mejores trabajos de Éric Rohmer.

Sin embargo, hay un punto en el que la obra de Reichardt brilla con luz propia, y es precisamente en el opuesto al diálogo, que no solo se trata de un elemento puramente (y casi exclusivamente) cinematográfico sino que es parte de lo que termina de dar sentido al propio medio artístico: la ausencia de diálogo. «El cine sonoro inventó el silencio» señaló Bresson, y aunque la talentosa cineasta se encuentra a años luz de los logros cinematográficos del galo, bien puede sentirse orgullosa de haber logrado diseñar una obra en la que sus elocuentes silencios son incluso más valiosos que sus interesantes palabras.

Es en ellos donde se construye la identidad de sus personajes, en lo que suponemos que ocupa sus pensamientos pero nunca se exterioriza, en las cosas que no se dicen y nosotros imaginamos y en la incomodidad y el pesar que nos inunda cuando se espera oír hablar a alguien pero ninguno se atreve a decir nada. La palabra es una garantía, es sólido sobre el que edificar. El silencio es algo abstracto, uno teme que se desvanezca o no se sienta su peso.

Levantar una cinta alrededor de sus diálogos es tarea fácil –el esfuerzo está en lograr que se sostenga–, levantarla en torno a sus silencios, es complicado. Kelly Reichardt no solo se atreve con lo difícil sino que consigue que todo compacte y se sostenga con éxito en el universo de lo difuso y fácilmente diluible, lo cual es doblemente difícil y, por supuesto, doblemente admirable.
AlvaroFaure
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