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Vida conyugal sana

Comedia Enrique Vázquez (José Sacristán) sería un abogado normal y corriente de los muchos que hay en España, si no fuera por su extraña obsesión: la erótica de la publicidad. Y nos referimos a la erótica en el sentido literal. Lo que más placer le da a Enrique en este mundo es un buen anuncio, ya sea en el periódico, en la radio o en la televisión. Su neurosis alcanza grandes proporciones y tiene muy preocupada a su esposa (Ana Belén).
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
28 de octubre de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una comedia ligera que se ve perjudicada por lo endeble que resulta su argumento que se compone mayormente de una serie de anécdotas irrelevantes pero simpáticas en torno a la vida cotidiana de un individuo obsesionado con el mundo de la publicidad y sus anuncios. Se intenta hacer una crítica amable del efecto que tienen los medios de comunicación sobre el individuo y efectivamente resulta demasiado amable la crítica y en este sentido se podía haber llegado más lejos. Sin embargo el film consigue agradar por esa falta de pretensiones que le caracteriza aunque tenga algunos defectos. Lo más agradable quizá sean los títulos de crédito que se componen de una selección de anuncios televisivos de la época en que se concibió la película y que producen verdadera nostalgia verlos ahora por el encanto que tenía entonces la publicidad en España, encanto que obviamente hace tiempo que perdió. También destaca un interesante plano que hay con los automóviles circulando por la ciudad cuando está empezando a anochecer. La muy solvente actriz Ana Belén volvia a trabajar con Bodegas tras "Españolas en París" y estaba en una etapa en la que intervino en películas mucho más aceptables que "La pasión turca" que es un bodrio inútil y sin interés. Su pareja en la película es Jose Sacristán que pocos años después haría una creación magistral en "El diputado". Y en el reparto encontramos a dos actrices clásicas de la comedia española que son Mari Carmen Prendes y Laly Soldevila. Las producciones de José Luis Dibildos casi siempre se movían dentro de una comercialidad digna.
Cromatico
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11 de junio de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Confieso que mi procedencia del mundo de la publicidad puede ser un factor que enturbie mi juicio. Aún así, me propongo formular una defensa sensata de esta película. Porque creo que no merece la puntuación que hasta ahora se le ha otorgado en esta olataforma. Primero de todo, el argumento. Los argumentos han de ser breves y concisos y, al mismo tiempo, sugerentes. Han de retar al hipotético espectador. Para mí, el argumento de esta película lo consigue. Segundo, todo lo que rodea a los actores: su elección y su trabajo, fundamentalmente. Empezaremos por su trabajo: impecable. José Sacristán lo borda. Ana Belén, también. El resto de actores son ricos en detalles y totalmente justificados. Aparecen a lo largo del metraje con una naturalidad pasmosa, y esto tiene que ver mucho, por supuesto, con la elección.
Pero sigamos. El guión: elegante, contemporáneo y bellamente integrado con los anuncios publicitarios que tanto descocan al héroe/antihéroe de la película. El ritmo: con un argumento tan abierto y al mismo tiempo tan limitado, se consigue una excelente sinfonía, tan seriamente íntima como grotesca en su locura.
En general, puedo afirmar que esta película es una obra que merece la pena, sin grandes alardes pero de considerable profundidad. Un canto a la obsesión y a la libertad.
PALOMITASDEMAIZ
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7 de agosto de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas de Roberto Bodegas que intentaba (y conseguía) apartarse de la media del cine español del momento, tanto en el fondo como en la forma.
El guión contiene numerosas connotaciones de tipo social, que tocan aspectos que muestran un tanto las miserias de aquélla época y país.
No llega la sangre al río, naturalmente, pero es un loable intento que constituyó, además, un buen éxito tanto crítico como económico.
Buenas interpretaciones y dirección superior a la media.

https://filmsencajatonta.blogspot.com
Constancio
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24 de febrero de 2017
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Una botella de champagne a punto de estallar, pero con un tapón duro que lo precinta bien. Terapia de choque. Hacer que la espuma se reduzca hasta desaparecer. Que los instintos se calmen y las aguas vuelvan a su cauce, bien amparado en la serenidad. Moral y socialmente aceptable.

Así es como tenía que ser el cine en España hace 50 años, sin romper las reglas de una ética saludable para todos los ciudadanos, o por lo menos que les hiciera creer eso; pero los años pasan, las mentes se abren, la población quiere experimentar, y sus líderes se horrorizan, claro. Parece inconcebible que en los tiempos prolíficos de una comedia costumbrista muy sana y de ciertos apuntes eróticos que derivarán en el "destape" tuviera lugar el nacimiento de otro tipo de cine, pero era lo que el espectador pedía, ante tanta moralina y falsa realidad, porque eran los '70, y se necesitaba un cambio.
Como un milagro inesperado tres espíritus inquietos, libres y feroces se unen para cambiar un poco las cosas: por un lado José Luis Garci, que con 30 años despunta como guionista y más tras su colaboración en "La Cabina", por otro el también guionista, director y productor José Luis Dibildos, empeñado en apostar por un cine que siguiese mostrando intenciones comerciales como pretexto para exponer comentarios ácidos y críticos e innovación en las formas y narrativa; termina por unírseles el aspirante a director Roberto Bodegas. Todos ellos, madrileños, han tenido contacto con los modos y medios del cine extranjero, muy diferentes al patrio, del cual se han empapado bien.

Ya han dejado patente su nuevo estilo en un título de importancia como "Españolas en París", pero darán en el clavo de mejor manera con "Vida Conyugal Sana", contando con otra pieza esencial del movimiento: el siempre comprometido José Sacristán. Que en los primeros minutos se nos bombardee con un perfecto montaje de anuncios propios de la época no es extraño, sino que deja claro el objetivo de sus implicados desde el principio: ese era el bombardeo al que se sometían las gentes de la España "tardofranquista", esa aceptada influencia de las modas, las ideologías, la cultura occidental, en especial la estadounidense, ofreciendo un mundo de posibilidades, ilusiones, libertades y espejismos.
Los tiempos del consumo, la apariencia y la aspiración a una vida mejor incluso para la clase media-baja, y eso que era el momento de la crisis del petróleo. Cambio de mentalidad, y a través de la televisión, lo mejor en manipulación del individuo para despersonalizarle y hacerle parte de la nueva sociedad; Enrique es víctima de ello, desea permanecer en el seno de las buenas costumbres, la de su España tradicional, y a la vez no puede evitar la influencia constante que le llega de la pantalla, y más con el erotismo de arma principal, haciendo que la ética y los instintos choquen y salten chispas.

Cuando conocemos a este protagonista lacónico, escuálido y amargo, ya está afectado mentalmente bajo la temerosa mirada de su esposa Ana (jovencísima y no poco hermosa Ana Belén, con un aire a lo Diane Keaton). El televisor como monstruo devorador de la conciencia (que pareciera salido del episodio homónimo de "Historias para no Dormir") y su continuo ataque, que en su culminación se cuela el sueño "russmeyeriano" de un lecho conyugal en plena naturaleza salvaje ocupado por la "Miss España" Amparo Muñoz, termina desestabilizando a este hombre medio llevándole al lado más extremo y radical.
Visión rompedora la del trío Dibildos/Garci/Bodegas, quienes plantean la imposibilidad de mantener las costumbres y morales implantadas en una sociedad cuando una fuerza exterior (la del cambio) presiona para destruirla, disfrazada de comedia algo leve, algo absurda, la corrosiva sátira que con fuerza nos golpea (a las mentes dormidas del público de entonces) posee el espíritu reivindicativo de un Altman o un Mazurski cualquiera, en una mezcla extraña entre la negrura disparatada de Berlanga y la visión extrema que podría ofrecer Gonzalo Suárez. Ana y otros grandes secundarios (Alfredo Mayo, Tomás Blanco, Mari Carmen Prendes) tienen su peso y ayudan en el lado dramático y emocional de la trama...

Desde luego. Pero es Sacristán quien lo acapara en sus manos sin soltarlo, de la parquedad más rancia e irritante a la locura anarquista, de un extremo a otro lleva a su Enrique en su viaje de descubrimiento vital por los caminos de la liberación inconsciente, protagonizando momentos tan memorables como la sublevación reivindicativa en su propia oficina, la destrucción del mobiliario urbano o la desastrosa cena con sus familiares y amigos. Una radicalización que, en la España en la que aún vive el Generalísimo Francisco Franco debe ser controlada y detenida.
Sin recurrir a la encarnizada terapia de "La Naranja Mecánica" pero en base al mismo concepto, un Antonio Ferrandis brillante de psiquiatra tranquiliza a Ana (desfasadísimo papel el de la cantante/actriz de esposa abnegada hasta el sacrificio, pero eran otros tiempos...) mientras urga en los recuerdos de ese dr. Jeckyll/"Mr. Hyde" a la española, donde se hace relevante la prohibición desde la infancia de una influencia occidental y lejana, nada acorde a la realidad patria, a la realidad tangible y lo peor de todo: ligada a la ficción de la fantasía erótica (nada menos que usando el icono por excelencia de la cultura de la belleza "made in U.S.A.", Marilyn Monroe).

Por lo tanto es necesaria una reeducación, volver a las costumbres sanas y éticas, si no Enrique se convertiría en un "antisocial peligroso". La elección de la esposa, entre seguir al marido a esa liberación de fantasía o preservar la gris tradición, queda en lo ambiguo (y es todo un acierto).
Por desgracia la película, compendio de la llamada "Tercera Vía", se queda coja y falla en su tercer acto, sin profundizar lo suficiente en el pasado del protagonista y desaprovechar de una manera tan horrible a Josele Román (bueno, es que eso es de guillotina...).
Chris Jiménez
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24 de junio de 2017
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A partir de un argumento débil se construye un guión simple que apenas se sostiene a pesar de contar con un elenco excepcional.
Pretende ofrecer en clave cómica una propuesta de hondo calado psicológico y dar sensación de profundidad y de compulsión obsesiva pero recala en los dominios de lo cansino y de lo reiterativo.
Además su sentido del humor resulta poco afortunado, la película adolece de lentitud y el tratamiento cinematográfico se acerca a la consistencia escasa.

Su mensaje queda claro en los primeros minutos y el resto del metraje de dedica a una innecesaria sucesión de variaciones sobre el mismo tema de aportación casi nula.
ABSENTA
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