37º2 le matin

Betty Blue es una sorprendente tragicomedia (en el más amplio de los téminos tragedia y comedia), y un paradigma del cine postmoderno europeo de los años 80.
Su versión íntegra dura tres horas, pero la versión que más se difundió por aquí fue la de dos. Da lo mismo una que otra: el film es una maravilla, una historia con mucho sexo y una ternura que, lejos de sentimentalismos melífluos, demuestra que el amor es algo más que "no tener que decir nunca lo siento".
TODO, desde la música a la fotografía, pasando por el guión y las interpretaciones, cautiva como pocas veces en el cine francés contemporáneo. Si puedes verla no lo dudes.

Desde el afiche vemos a Betty, toda en azul, expectante. Qué espera Betty? El color azul representa a los sueños olvidados de un hombre joven pero apático, derrotado. Y Betty es el huracán que llega para destruir todos los elementos de su vida tal como están, para arrojarlos por la ventana, vaciar su casa para encontrar el tesoro que son sus manuscritos, sublevarse contra la chatura de la vida actual de Zorg, personificada en el gordo propietario del lugar, y rescatar lo que hay en él que lo puede hacer ser él mismo, y tener su lugar en el mundo. Ella es el germen de vida, la ovulación del título es la que permite el nacimiento de la vida que estaba dormida en Jacques. Ellos se ven envueltos permanentemente en colores pasteles y rojos muy intensos, de mucho calor, por contraste con el resto del cuadro que es oscuro y frío. En esa pasión está viva la llama del que aún tiene un sueño, y por eso empiezan a estar vestidos de azul, ella sobre todo, y contrastan con los ancianos ya muertos en vida que los miran con azoramiento. Ella no acepta nada a medias, lo hace emprender tareas que parecen imposibles, como pintar todo el complejo, ella pinta los detalles de azul, y en el mar azul aparece una fragata como en un sueño… Zorg estaba apagado, y el hechizo femenino misterioso, de esa Gioconda que pende sobre su cama, se encarna y viene a “salvarlo” en la forma de Betty.
Dos veces vemos en el film a la cámara que hace un travelling cerca del piso, que enfoca la cocina y se levanta hacia una olla tapada, con algo hirviendo adentro, que parece pugnar por estallar y salir. Al principio, cuando Zorg acaba de conocer a Betty, y al final, cuando ella ya no está. En ambas ocasiones él acude y recibe el alimento que había en ella, y acude “justo a tiempo” como él mismo dice. Logra escuchar la llamada que lo incita a no dejar pasar su tiempo en el letargo, a buscar lo mejor de sí mismo. Porque Betty que es todo pasión, que no soporta la inmovilidad, es la conciencia de la fugacidad de la vida, de que no hay demasiado tiempo… La vemos bajo la lluvia entre flores que se van disgregando en un cementerio, o en una escena totalmente gris en un puente, mirando un tren que pasa rápidamente, y de la cual parece rescatarla el cartero, el que puede traer la carta que signifique un nuevo comienzo.
(sigue en el spoiler)

Una grandísima historia de amor o de cómo uno puede darlo todo por la persona amada. De manera inteligente Beineix nos muestra desnuda a la pareja protagonista durante muchos momentos, no por cargarla de erotismo sino para hacerla vulnerable, frágil y consigue que el espectador la haga suya inmediatamente. Luego los lleva por la senda de la pasión y de la locura, como un Adán y Eva de nuestro tiempo, desde el Edén de la playa hasta otros “paraísos” (el hotel parisino, la tienda de pianos). Maravillosa fotografía, una luz y unos paisajes extraordinarios, la música de Gabriel Yared fantástica, esos sitios y esos personajes secundarios tan franceses y sobre todo Betty, vulnerable, quebradiza, y loca. Y sobre todo Zorg, vulnerable, sencillo y loco… de amor.

Aun con su larga duración y su final (que por otra parte es el mismo que el de la novela de Philippe Djian), discutiblemente necesario, estamos ante una buena película que narra una hermosa historia de amor y también, y quizá sea lo mejor que tiene, de amistad. Betty Blue seduce sobre todo, más allá de la exhuberante belleza de Béatrice Dalle y de una fotografía para mi gusto muy bonita aunque quizá un tanto "videoclipera", por la simpatía que inspiran sus personajes; gente que, pese a sus rarezas, no dejan de ser personas bastante sencillas que buscan un sitio para ser felices al margen de la correción social. Hasta ver esta película nunca había disfrutado tanto viendo acciones cotidianas como pintar una pared ni había sonreído tanto, cómplice, con dos borrachos golpeando la mesa con sus vasos. Creo que el estilo de vida de los protagonistas, su despreocupación por el mañana, es un verdadero alivio en estos tiempos de matrimonio por el rito hipotecario.

Tenía un recuerdo vago de esta película. La ví cuando era prácticamente un adolescente y sólo pululaba en mi memoria una preciosa Beatrice Dalle. Ahora he tenido oportunidad de volver a verla y no sólo se confirma que la actriz es muy atractiva, sino que estamos ante una buena historia. El amor loco y sin contemplaciones (nada más que las necesarias) es el hilo argumental de la producción francesa. La pareja protagonista se encuentra, se enamora y decide pasar lo que les queda de vida juntos. Pasan por todo tipo de situaciones e intentan salir de ellas como buenamente pueden. Filmada con mucho oficio, Beineix ha dejado para la posteridad una obra muy digna que, si las cosas son como deben ser, pasará a la posteridad como una película singular con el amor como único y verdadero plato fuerte.
J.L. DANA Q