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La mujer insecto

Drama Película que sigue la vida de Tome, mujer nacida en una familia de clase baja en 1918, que desde pequeña, sufre los maltratos de su padrastro. De joven, emigra de su pueblo natal para ir a trabajar a una fábrica donde mantiene una aventura con su jefe, y posteriormente ganarse la vida como criada y, finalmente, prostituta. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
10 de abril de 2012
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película narra las peripecias de una saga de mujeres japonesas, madre, hija y nieta, a lo largo de la historia del Japón del s.XX. Unas peripecias nada halagüeñas, por cierto. La madre, efectivamente, vale menos que una mosca: incesto, infanticidio, compra-ventas variadas, violaciones, y todo tipo de vejaciones se exponen como algo tan normal en ese tipo de sociedad feudal del Japón de preguerra, que uno ya se siente perdido sobre qué debe sentir: el choque cultural es demasiado grande para un occidental, creo yo. La hija, con no mucha menos suerte, acaba convertida en un bicho venenoso: aún así, acaba vencida por los escorpiones sin escrúpulos que pueblan Tokio en la época de posguerra. La nieta, en el Japón actual (de los años 60, se entiende), tampoco lo tiene muy fácil para salir del capullo, pero finalmente consigue ser mariposa y volar con libertad. Esta dilatada conquista de la humanidad de la mujer es lo que viene a contar Imamura en una película que a mí se me hizo dura e indigesta - pero siendo de Imamura no esperaba otra cosa!
washboardplof
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9 de mayo de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es una auténtica maravilla que no recibe la atención que se merece. Una de esas joyas que cuanto más tiempo pasa, más moderna se ve. En ella se nos cuenta las desgracias de Tome, su protagonista, a lo largo de su vida. Desde su infancia en el Japón rural, hasta su madurez en la ciudad. Más detalles no hacen falta.

Sospecho que su falta de éxito en el mundo occidental se debe a que es una película a la que cuesta cogerle el ritmo, pero no por lento, sino por rápido! Para el espectador occidental, probablemente poco acostumbrado a las caras japonesas, cuesta procesar al principio todos los personajes que van apareciendo, a través de los rápidos saltos temporales y además sobre el trasfondo histórico del Japón de la primera mitad del S.XX.. Uno puede sentir que se le escapa mucha información. Pero cuando uno ha conseguido subirse a ese tren, no hay nada que deje indiferente. La fotografía es única, con Tome siempre rodeada de gente u objetos desenfocados, subrayando su claustrofobia y su soledad. Los fotogramas congelados al final de cada capítulo -al estilo “Los 400 golpes”- que regalan unos breves momentos de contemplación antes de volver a la cruda realidad. Las actuaciones, sobre todo Sachiko Hidari, auténticas, cautivadoras. Y luego la historia. Uno podría esperar que la película cayera en sentimentalismo simple, en buenos y malos, en la búsqueda de los sueños, en el amor entre una madre y una hija. Pues no.

Siéntense y disfruten. Es de lo mejorcito que verán del país del sol naciente, y eso no es decir poco!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Bosco di Gama
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3 de diciembre de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un insecto anda con torpeza a través de los distintos obstáculos que halla en el camino...se tropieza, se lastima una pata, pero camina, camina, prosigue su duro viaje...
45 años más tarde a una mujer se le rompe una sandalia...pero se esfuerza en subir pese a la dificultad del paisaje...prosigue su duro viaje...

Ambas secuencias unidas pese al lapso temporal; un arduo andar en el áspero entorno agreste al son de la tradicional "Owaiyare", cuyos ecos se escuchan a través de las montañas resistiendo al paso del tiempo. La última película en la que Shohei Imamura trabajó como asistente de dirección fue "El Sol en los Últimos Días del Shogunato" al servicio de Yuzo Kawashima, rol que llevaba desempeñando desde sus días en Shochiku bajo el mandato de Yasujiro Ozu; ya en Nikkatsu tenía claras sus intenciones y visión del cine, si bien el éxito parecía rehuirle, creando conflictos con sus productores.
Rápidamente se convertiría en uno de los pilares de la Nueva Ola que explotaría en la década siguiente junto a sus coetáneos Oshima, Suzuki, Yoshida o Masumura. "Cerdos y Acorazados" eleva su estatus de contestatario rebelde y reafirma su abrasiva opinión sobre la sociedad japonesa y sobre todo el sentimiento anti-americano; Nikkatsu, que en ese momento produce títulos a imagen y semejanza del "exploitation" estadounidense, no le permite realizar otro proyecto en largo tiempo. Junto a Keiji Hasebe, guionista de Kon Ichikawa con quien trabajará muy a menudo, desarrolla un concepto en torno a la figura femenina que vuelve a poner de manifiesto su ruptura con los valores tradicionales.

Que su historia se inicie entre las sombras del paraje nevado de Tohoku en 1.918, en pleno estallido de conflictos sociales tras los Motines del Arroz y el armisticio, es un claro síntoma de la amargura que yace impregnada en su discurso, más aún cuando es el nacimiento de una niña el centro de atención; una hija bastarda llamada Tome, cuya madre, En, no deja de sucumbir a los abusos (consentidos o forzados) de los hombres del lugar. Esto, ni que decir tiene, no es una noticia inesperada para nadie. Comienza así la crónica negra de una saga de mujeres tocada por la mano de la desgracia.
Imamura y Hasebe la recitarán por medio de un estilo cercano al documental y el uso de grandes elipsis temporales, deteniéndose en cada uno de los años clave de la vida de esa Tome para de paso radiografiar en la distancia, aunque invavidos por una furia iracunda, la situación de Japón. Si Ozu se alejaba consciente de las vicisitudes más espinosas de su sociedad analizándolas estoicamente a través de la intimidad de sus personajes, el director carga con ello rabioso creando un nexo de unión con los suyos: en resumen, la descomposición continua de su país va paralela a la de sus protagonistas, escudriñando con ojo clínico a los femeninos.

Sangran, se retuercen, se convierten en objetos, de deseo y de perfidia, se dejan la piel por un país que siempre está en guerra, o consigo mismo o con otros países, no obstante jamás se detienen; como las mujeres de Mizoguchi, las de Imamura prosiguen su existencia, aunque en el camino hayan de perder la conciencia, endurecer su corazón y envilecer su espíritu. Tome es el mejor ejemplo de esa "mujer insecto": nacida del pecado, hecha muñeca sexual por su inútil padrastro Chuji (figura inquietante cuyo rastro repulsivo la atormentará incluso después de muerto) y criada en el seno de una familia descompuesta, que se alimenta de su putrefacción.
No es por tanto extraño sentir una profunda lástima al contemplar la de la propia Tome, obligada a marchar a la ciudad y así intentar medrar en una existencia marcada, por la culpa, por la inmundicia. Un niño encuentra a su padre cometiendo adulterio con ella; la llama "demonio", no sin razón. Un Imamura tan en rebelión como el país que analiza, a veces utilizando imágenes de archivo para incrementar la sensación de veracidad, continúa esta crónica ácida tras los pasos de su protagonista a través de varios escenarios, todos ellos opresivos, y de experiencias a cual más traumática hasta envilecerse por completo vendiéndose a sí misma.

Pero Tome continúa, pese a tropezar y tener que lidiar con una sociedad hipócrita y sórdida cuyos pecados cree limpiar con inútiles rezos en el templo; antes de marchar engendra una niña, Nobuko, que se queda en Tohoku, heredando su estirpe de "insecto" bajo el auspicio de Chuji, pero como veremos el cineasta parece conceder un mínimo de esperanza a la nieta, la cual evoluciona más "preparada" y libre en una sociedad más moderna. Modernidad de pura ruptura que en esencia, forma, discurso y estilo enlaza con la de Shindo, Masumura, Shinoda, Kobayashi y, cómo no, la llegada de la "nouvelle vague".
El blanco y negro de Shinsaku Himeda asfixia y oculta a los seres en las sombras. Los retratos de los personajes son tan indigestos que jamás logran ganarse la empatía del espectador; eso no es lo que desea el nipón, quien no se decanta por la defensa ni por la excesiva acusación, simplemente se limita a observar, impasible y fascinado. Una Sachiko Hidari tan espléndida como tremendamente odiosa se gana a pulso su Oso de Plata en el Festival de Berlín; no menos increíbles están la joven Jitsuko Yoshimura (que nos conquistaría definitivamente en "Onibaba" poco después), Seizaburo Kawaku, Masumi Harukawa o el aquí repugnante Kazuo Kitamura.

El éxito acompaña por fin al director aunque su carácter y manera de trabajar está lo más alejada de complacer a los mandamases de Nikkatsu; al contrario de Suzuki, él no tardará en marcharse de la compañía.
Con "La Mujer Insecto" obtiene lo que desea, el rechazo a toda conexión con el retrato de su sociedad y la figura femenina según los códigos tradicionales. Amarga, desconcierta, fascina y aterroriza por igual; su obra en absoluto es para estómagos sensibles, ni siquiera para los acostumbrados al cine japonés de vanguardia más rompedor, como un servidor...
Chris Jiménez
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