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Jimmy's Hall

Drama Cuenta la historia real de James Gralton, un activista y líder comunista irlandés que se convirtió en el único deportado político de la República de Irlanda. (FILMAFFINITY)
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
25 de noviembre de 2014
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva obra del veterano director Ken Loach, que en esta ocasión nos traslada a la Irlanda de los agitados años treinta para contarnos la historia real del activista James Gralton, que con la ayuda de varios amigos y jóvenes de clase obrera de su pueblo natal convirtió un albergue en el único lugar en el que poder soñar y ser libres en esa Irlanda asfixiada por la gran depresión. Un lugar donde los jóvenes escuchan música y bailan, pero también aprenden arte, literatura, deporte, y sobre todo, a pensar por sí mismos. Pero ello provocará las iras de los latifundistas locales y de su párroco, que los considerará anticristos.

El cine del británico Ken Loach siempre ha estado relacionado al realismo social, sin intentar disimular sus ideales políticos, lo que suele producir el desprecio de muchos simplemente al no estar de acuerdo con dichos ideales. Pero dejando éstos al margen, no cabe duda de que nos encontramos ante una obra bien realizada sobre unos principios narrativos sólidos, y que cuenta con una preciosa fotografía que brilla tanto al mostrarnos los paisajes verdes de Irlanda, como en los abundantes planos de interior, que consiguen trasportar al público a una casa obrera de la Irlanda de los años 30. Las interpretaciones en todo momento resultan creíbles, pero no llegan a brillantes. Es cierto, que los personajes no poseen todos los matices que hubieran necesitados, llegando en algún momento al maniqueísmo.

La película inicia con imágenes de archivo para ayudar al espectador a introducirse mental y emocionalmente en el periodo histórico en el que se ubica la obra. Y esa sensación no abandona al espectador en toda la obra, ya que se esté de acuerdo o no con lo que la obra nos plantea, no cabe duda que consigue reflejar la época y el lugar que recrean. Siendo la elección de actores locales una gran elección para lograr este propósito. Ver esta obra es como mirar por una mirilla hacia el pasado, deteniéndose en un punto en concreto, y observar lo que sucede.

Seguramente, la subtrama del romance sea uno de los puntos más flojos de la obra, ya que no goza del suficiente tiempo como para poder desarrollarse del todo, lo que hace que el público no pueda sentir ninguna empatía por los dos enamorados, a lo que no ayuda el hecho que las escenas dedicadas a ésta no brillen precisamente por su original planteamiento. Pero, pese a ello se trata de una obra realizada con cuidado y mucha pasión, lo cual se nota de principio a fin. ¿Que se nota a favor de que parte recae la simpatía del realizado? Mejor eso que hundir toda la obra en una tibia falsa neutralidad. Un canto a la libertad, en todas sus formas, que tres cuartos de siglo después de los sucesos que narran, siguen siendo necesario.
Time Bandit
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19 de noviembre de 2014
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la que parece ser la penúltima película del director británico Ken Loach conocemos a James Gralton. Jimmy para los amigos. Un activista político y líder comunista irlandés de principios del siglo XX, quién fundó un espacio donde intercambiar ideas, cantos y bailes, en su pequeña comunidad natal y se encontró con la firme oposición de la iglesia y las clases dominantes de la época. Lo que en un principio puede parecer una película con fuerte carga política se va desvelando como un film pequeño y muy mimado. Sin buscar el melodrama entre los personajes y sin anclarse demasiado en debates ideológicos se persigue un toque ligero muy lejos de las películas de este género. A medio camino entre Swing Kids (93) y Belle Époque (92), la película no peca de grandilocuencia ni de dogmatismo. Loach se viste de abuelete que nos cuenta un cuento de injusticias con carácter universal.

Con una mirada nostálgica y un tanto condescendiente, propia de estos films rurales, se saborea aquello que pudo ser y no fue. Pero dicha nostalgia no recae en un pasado. El director es consciente de su rigurosa actualidad. Lo que antes era la iglesia, hoy son los grandes mercados. El relato de Gralton le sirve para narrar la lucha de cualquier activista allí donde los haya. Sirvan las PAH de ejemplo. Cualquier espectador, mínimamente hábil, encontrará muchas similitudes en la escena del desahucio, donde un grupo de campesinos lucha para que una familia recupere su hogar de las manos de los grandes caciques. Es preciso medir mucho las palabras antes de tachar el film de demagogia barata. El poder siempre actúa de la misma forma. No tiene ni nacionalidad ni tiempo. Loach lo sabe y lo señala.

El guión firmado por Paul Laverty (guionista de la mayoría de sus films) tiene grandes aciertos: la construcción del párroco, rico y sofisticado en matices; la insólita relación de amor entre los protagonistas; la coral de secundarios muy bien afinados; la preciosa escena de cuando algunos ven por primera vez una gramola; algunas sentencias al estilo de "usted solo escucha a la gente cuando está de rodillas”, refiriéndose a la sordera religiosa; y algunas cosas más que no es preciso desvelar.

Pero no perdamos el norte. Quien confíe encontrarse con el mejor Ken Loach continua teniendo que ir a su pasado. Las cosas como son. Otros de sus films llegan a la categoría de necesarios y este es un film tierno, bonito, sensible, pequeño, blando, sensato y todo lo que quieras, pero no, necesario. A quien busque metralla fina, no la va a encontrar. Quedan avisados.
Rodolfo Lasparri
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9 de octubre de 2014
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Cristo contra Gralton!
Ken Loach vuelve a la gran pantalla con una historia verdadera sobre un activista político comunista que se convirtió en la única persona exiliada sin juicio previo en Irlanda en los años 30 pero lo realiza desde un punto emocional, mágico y vivo de sus gentes, de la hermosura y alegría de esa espléndida tierra, del romanticismo y fervor de sus costumbres más que desde el punto de vista reivindicativo de protesta política e injusticia social.
El gran atractivo y su espontánea seducción son la jovialidad y frescor de los protagonistas, su carisma y bella vivencia, el enamoramiento de unos bailes y unas canciones que recuerdan, por breves momentos, a la fantástica pareja Mickey Rourke y Judy Garland de los míticos filmes musicales de los 30-40 que hubieran disfrutado de la brisa, del esplendor y del deleite de esta inofensiva diversión y del altruismo de sus objetivos tanto como nuestros protagonistas.
La parte de sermón endemoniado de una música que proviene del diablo, el Footloose irlandés que se mezcla con la guerra particular de una iglesia católica que no puede controlar ni parar a sus ávidos feligreses es más suave y menos potente, ni tan emocionante ni perceptivo ni impactante, más bien estéril, pues saborearás con intensidad la existencia de este pequeño pueblo y pasarás por encima como anécdota, historia que cuentan las abuelas en las reuniones familiares sobre el hecho histórico.
El carismático director opta por la parte humana y social, por hacernos conocer-querer-amar las personas de dicha aldea, embellecimiento de un cuadro que transmite la personalidad y carácter de una comunidad relegando casi a gamberrada pueril el marcado suceso de sentencia firme sin defensa ni alegato posible y sus terribles consecuencias; se observa una puesta en escena, realización y fotografía cálida, suave y de ternura sentida envuelta en un guión tibio y endeble que no marca ni profundiza en la tensión y presión del enfrentamiento de ideas y pensamientos y se deja hipnotizar, llevar por el espíritu, el ímpetu y emblema de los solícitos habitantes de esta región peculiar.
Si te interesa curiosear sobre la historia de James Gralton tendrás que buscarte la vida por ti mismo porque la información que aquí se ofrece es leve, tenue y apenas cautivadora, inerte e insustancial intercambio de hechos y datos aunque, a cambio disfrutarás de la dulzura, brío y carisma de un conjunto avenido que transmite con ligereza pero tenacidad el espíritu alegre, carácter indomable, fuerza irresistible y costumbres sanas de una tierra histórica y su peleona gente acostumbrada a la dureza y supervivencia hereditaria.
En esta ocasión, y para seguidores fieles de este singular director, se advierte una lectura poco intensa, protesta recogida y restringida que prefiere la distracción de los bailes y el jolgorio de la música, el recuerdo emotivo de la festividad y la entrañable hermandad más que un debate o denuncia sobre el dato veraz, biombo a la polémica de un acto desdeñable y ruin, frescura, pasión y frenesí para la existencia clamorosa de una comunidad sugestiva y atrayente.
Un trabajo inerte, blando y descafeinado para el habitual estilo, maña y arte de este reconocido director.

http://lulupalomitasrojas.blogspot.com.es/
lourdes lulu lou
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6 de diciembre de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y yo. Y tú, y tú, y tú... tururú. Borriquito como tú. Tururú. Que no sabes ni la u. Tururú. Yo sé más que tú..
Es el cuento de siempre: simplón, esquemático, didáctico, maniqueo..., y uno teme llanto y crujir de dientes, absolutos y destrozos, unción y disparate. Y no, por esta vez vencen la dulzura luminosa, la suavidad narrativa y la sabiduría del viejo zorro rojo. La parte fabulesca y más ligera acaba tomando el control ante el peligro del alboroto político.
Sencilla y clara historia. Dorada y hermosa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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15 de noviembre de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A sus 78 años de edad, y tras 23 largometrajes en los que ha recorrido el mundo entero denunciando diferentes caminos de opresión, nos anuncian que esta será, probablemente, la última película del gran Ken Loach.

Para la ocasión, el nacido británico ha regresado a la verde Irlanda, situando la acción en el año 1932, once después de la independencia y diez después de su guerra civil. El histórico Eamon de Valera acaba de llegar al poder, que detentó hasta 1973, en el que lleva ya cinco años el partido Fianna Fail, que lo retuvo hasta la crisis de 2011.

Establecido el contexto histórico de posguerra, Loach relata a través del guión de Paul Laverty la historia de un pequeño héroe, un contestatario con ansias de emancipación en el condado de Leitrim, que figura en la bibliografía como el único irlandés deportado en la historia de su país.

El local de Jimmy al que alude el título es una suerte de institución libre de enseñanza en entorno rural, autogestionado, cuyas disciplinas de estudio abarcan el dibujo artístico, la lectura de Yeats, el baile al son del jazz entonado por un pick up y… el boxeo. Toda una afrenta al poder detentado por los terratenientes y personalizado en la cinta en la figura de un clérigo aterrador.

El enfoque dado por Loach no responde a la lógica documental, sino a una relectura de la época desde la crisis actual, buscando elementos comunes que invitan a la reflexión. Así, la primera secuencia del film muestra en blanco y negro interminables columnas humanas en Manhattan formadas, obviamente, por desempleados víctimas del crack del 29. Entre ellos destaca la figura de un hombre portando un cartel en el que puede leerse “Parado, aceptaría cualquier trabajo”.

En «Jimmy’s hall», Loach ha tomado partido y señalado cuál es su posición. En consonancia, la primera imagen del metraje recuerda a una fotografía emblemática del movimiento obrero, el retrato de los peones de la construcción del gran rascacielos tomando el bocadillo, encaramados a lo alto de una viga, exentos de ningún elemento de seguridad.

Los malos, aquí, lo son de solemnidad, sin medias tintas. No se trata de ser realista, sino de denunciar. Y para ello incluye en el metraje multitud de escenas asamblearias, que discutirán sobre la conveniencia de ser fieles a los principios o adoptar un talante más negociador. Sobre la fidelidad de los líderes políticos de la independencia a quienes los encumbraron o sobre la posibilidad de que utilizaran el nacionalismo como catapulta personal.

Pero Loach se ha concedido esta vez un toque lírico, un enfoque hermoso de un amor imposible a ritmo de baile irlandés que encandila. Un oasis de afecto en la vida de un líder irredento frente al empobrecimiento general, los desahucios, la codicia y la especulación.
Inaki Lancelot
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