Nagore

Se ha metido en un buen 'embolao'. La directora Helena Taberna ha asumido el riesgo de llevar al cine el crimen más mediático de los últimos tiempos, el caso Nagore. En caliente, cuando el tema aún no ha terminado, pendiente de la respuesta que el Tribunal Supremo dé a los recursos.

Hay que reconocer que la realizadora sale airosa de la apuesta. Su solvente y minucioso repaso a la historia servirá a quienes no siguieron el asunto al detalle. Quienes sí lo hicieron, agradecerán la recapitulacion y hallarán un extra difícil de olvidar. El documental incluye las imágenes tomadas durante la reconstrucción judicial de los hechos en el piso del hombre que mató a Nagore Laffage. Verle allí, en el lugar del crimen, descompuesto y como a punto de desmayarse, resulta elocuente.

Taberna renuncia a una voz en off para trenzar (a través de todas las partes presentes en el juicio, familiares, amigos y voces tomadas de la propia vista oral, los informativos de Euskal Telebista o las grabaciones de las llamadas al 112) un relato colectivo y poliédrico de los hechos y sus implicaciones.

'Nagore' son dos películas en una. Por un lado está el retrato de una vida truncada a través de sus padres, su hermano, sus amigos. Una evocación sensible, casi un homenaje, que supone la parte más emotiva de la cinta. Pero 'Nagore' puede verse también como una apasionante película de juicios, con las únicas diferencias de que no podemos ver al tribunal popular y las imágenes son las tomadas por el circuito cerrado de televisión, pero con su tensión entre el fiscal y el abogado defensor, sus interrogatorios y Eduardo Ruiz de Erenchun como abogado estrella que logra sembrar las dudas entre el jurado.

Hay momentos en que ambas películas parecen convivir mal, o dejar al espectador algo descolocado en sus saltos entre los recuerdos entre lágrimas y la apasionante trama judicial. No obstante, finalmente, ambas facetas acaban complementándose y formando un solvente documento sobre un asesinato/homicidio con inacabables fuentes de interés.

Se cumplen ahora precisamente cuatro años de la muerte de Nagore, una joven estudiante de enfermería a manos de otro joven residente de psiquiatría, durante las fiestas de San Fermín.

El caso tuvo amplia repercusión mediatica dado que se le intentó encuadrar dentro de violencia de genero, se personaron en la causa como acusadores varios estamentos oficiales y se llevó a cabo con un jurado popular.

Helena Taberna nos lo recuerda dos años despues en un documental de factura televisiva en donde la tragedía del suceso se impone emotivamente sobre cualquier otra consideración tanto artística como de aporte de nuevos datos o planteamientos reflexivos.

El suceso en si ya conlleva implícito la postura personal de cada cual ante los hechos y la toma de conciencia del sistema judicial de que disponemos para juzgarlos.

Los medios de comunicación deberían plantearse si el tratamiento que le dan a este tipo de asesinatos es el adecuado o no, ya que, desde luego, las muertes no disminuyen. La película sólo contribuye a alimentar el morbo al igual que los programas frívolos que inundan nuestros medios de comunicación. Lo ocurrido a esta chica es una grandísima desgracia, el tratamiento, me parece totalmente obsceno e irrespetuoso. Por otro lado, desde mi punto de vista este asesinato no debiera considerarse de violencia de género, ya que entre víctima y verdugo no había ninguna relación anterior, más allá, de ser dos compañeros de trabajo. Tuvo la desgracia de salir una noche encontrarse con él y bueno...lo demás es conocido por todos. Por favor, relajémonos un poco, dejemos ya de echar más leña al fuego, dejemos ya de alimentar más el morbo. Y desde luego, un poco de sentido común, este crimen por triste y execrable que sea, que lo es, es desgraciadamente como otros que ha habido en los que una persona tiene la desgracia de cruzarse con un loco desalmado y punto. Ya está bien, por favor!